CAPÍTULO 13

37 1 0
                                    

Me levanté y fui a buscar a Hugo, pero no estaba, así que volví de vuelta a la cama. Llevaba toda la noche en vela y, por más que lo intentaba, no podía parar de recordar a ese sucio e inhumano monstruo forzándome.

Al poco rato, escuché la puerta abrirse.

—Corre Ana, vámonos de aquí, vamos a buscar ayuda -Escuché.

Empecé a acelerar el paso, Hugo me agarró de la mano y me empujó a correr por el monte a la vez que me lo resumía.

-Mi padre me ofreció dinero por ayudarle a cuidarte y acepté para jugársela. Me mandó ir a buscar algo para la gripe y traértelo, vine en su vieja scooter -Dijo sin casi pararse a respirar.

Sin articular palabra me lancé a sus brazos.

-¿Y dónde está la bolsa?- Pregunté.

-Mierda, me debió de quedar en el coche... -Dijo asustado.

-Vendrá a traértela -Afirmó.

-Regresemos a la caseta, ya tendremos otra oportunidad -Dije consolándonos a la vez que nos abrazábamos sintiendo un poco de rabia.

Justo estábamos llegando y vimos a Roberto saliendo de la caseta a la velocidad de un rayo. Cuando nos vio se enfureció aún más y agarrándonos a cada uno por un brazo, nos llevó para dentro.

Se encerró en la habitación con Hugo y empecé a escuchar golpes. Después de eso salió disparado hacia mí y, tras pegarme unas bofetadas, nos reabandonó allí otra vez.

Cuando fui al rescate de Hugo me lo encontré tendido en el suelo, sobre la alfombra. Sangrando por la nariz y por el labio. Magullado por todas partes.

Me parecía haber visto un botiquín en la sala, por lo que después de asegurarme de que Hugo estaba bien y sentado en la cama me fui a buscarlo. Al entrar, vi la caja de ibuprofeno esparrada en el suelo, así que también decidí llevarle uno.

-¿Cómo estás? -Pregunté por decir algo, estaba claro que no se encontrada bien.

Saqué agua oxigenada, un algodón y me dispuse a curarle las heridas.

Pude ver como hacía muecas de dolor.

-Menudo hijo de puta es mi padre, es esquizofrénico pero no se cuida y así está... Se le va la olla -Dijo dolido.

Me quedé pensando en lo que acababa de oír y se me olvidó hasta responderle.

Me apetecía abrazarlo y así lo hice. No me lo dijo con palabras pero supe que me lo agradecía.

Al separarnos, nos dirigimos a la cocina y preparé algo para desayunar. Hugo me ayudó pelando las frutas, hicimos una buena ensalada con ellas, y unos sándwiches.

Él se encargó de exprimir unas naranjas y hacer el zumo.

Nos sentamos en el sofá con las bandejas y todo preparado, pero no hablamos. En ningún momento intercambiamos palabra alguna, mas no era un silencio incómodo.

Sentía que podía sumergirme en mis pensamientos mirando a un punto fijo sin incomodidad.

Después del desayuno me pegué una ducha y me vestí, me arreglé como si fuese a ir a la calle. La verdad es que lo necesitaba y sin embargo solo podía sentarme en aquel pequeño y cutre sofá al lado de Hugo (por suerte).

-¿Estás mejor? -Pregunté.

Sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Y tú? -Balbuceó.

-Bueno, parece que ya me voy acostumbrando a esto -Respondí al tiempo que una lágrima recorría mi mejilla.

Fui a coger mi libreta y me puse a plasmar en dibujos todo lo que por mi cabeza se pasaba.

Hugo me miraba y me dijo que a él le encantaría poder dibujar así, pero como no era el caso, se conformaba con paralizar instantes con su cámara.

Encendió un cigarro y me ofreció otro. Se lo negué, yo practicaba hockey y no quería bajar mi rendimiento a pesar de estar tanto tiempo sin entrenar. Al acordarme de esto le dije a Hugo si se animaba a hacer un par de ejercicios conmigo.

-Llevo mucho tiempo sin hacer deporte -Dijo riendo.

-Venga, así matamos el tiempo.

Terminó el pitillo mientras yo me ponía ropa cómoda y le mostré cómo hacerlos.

Me gustaba verlo mientras me imitaba, era gracioso.

La verdad había tenido una buena idea, estuvimos como unos 40 minutos haciendo diferentes ejercicios muy intensos, lo que nos ayudó a despejar de la situación. Me alegraba que Hugo fuese así, teníamos bastante en común.

-Pues no lo has hecho tan mal -Dije en tono cómplice chocándole la mano.

No me importaba desnudarme delante de él, así que comencé a desvestirme para seguidamente meterme en la ducha.

Él hizo lo mismo y se metió corriendo dejándome a mi fuera mientras se reía, para instantes después decirme que entrase con él.

Ignoré su cuerpo desnudo duchándome con normalidad y él hizo lo mismo. A veces nos rozábamos a propósito, su miembro lo delataba.

Hice algún que otro comentario gracioso acerca de eso, él respondía riéndose para luego acercarse a mis labios y comenzar a besarme. Después de esto salimos de la ducha, nos secamos y nos vestimos.

Me dirigí a la cocina para coger algo de picar. Accedí a una pequeña alacena, dentro estaban las galletas y pude observar unos interruptores que anteriormente no había visto. No me atreví a pulsar ninguno y me llevé las galletas al salón.

Nos pusimos a comerlas en silencio, pero no era un silencio incómodo, como de costumbre. Hugo me transmitía una paz que nadie conseguía darme.

Me parecías un chaval muy amable, quizá solo sea la situación, pero me gustaba como era conmigo y no veía ningún motivo para no aprovecharlo, ya que él era mi único pasatiempo.

Al terminar las galletas, Hugo se fue a echar un rato sobre la cama y yo me quedé tendida en el sofá en un trance de sueño que me hacía pensar en mi madre, en mis amigos y amigas, y en mi equipo.

Ahora, con Hugo, sentía que no estaba sola, por lo que me levanté y me tumbé con él en la cama. Él me abrazó, como si supiese todo lo que acababa de pensar y eso me hizo sentir mejor.

Me quedé profundamente dormida hasta que la puerta de la entrada me sobresaltó, era Roberto, que venía a comer con nosotros.

Me solté de los brazos de Hugo y me hice la dormida hasta que entró en la habitación. Hugo, que se había despertado tras librarme de su abrazo, me imitaba.

Roberto me dió una suave cachetada en el culo. Tras abrir los ojos me dió un corto beso en los labios.

-Buenos días, nena -Dijo entre risas.

-Hola -Alegué.

Salió de la habitación haciéndome gestos para que lo siguiese hasta la cocina.

-Vamos a hacer la comida -Afirmó inspeccionando lo que él mismo había traído ya colocado en las alacenas.

Sacó un cazo de una de ellas e inspeccionando una vez más, se decidió por llenarlo de agua para cocer un poco de pasta, que no era la habitual; picó un poco de bacon.

-¡Unos ricos tortellini con bacon! -Exclamó Roberto.

Ver a este asqueroso ser me había quitado el hambre por completo.

Otra vez volvía a sentir ese olor inconfundible y nauseabundo de lo que Roberto fumaba.

Se acercó a mí.

-Hoy vamos a quitarte la escayola, pequeña, pero no me hagas la misma jugarreta de siempre.

Me abstuve de contestar ya planeando en mi cabeza, mientras me alejaba de él para no oler eso.

Callejón sin salidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora