7to grado. Primaria. 12 años.

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Pero no estuvo buenísimo. Tampoco fui a Córdoba en las vacaciones. Y, al final, fue a mí a la que le fue difícil.

No sé qué era peor. Que mi mejor amiga se hubiese ido o que me diera cuenta de que en realidad ni amigas éramos.

De todos modos volvía a estar sola, con un banco vacío al lado y todo el curso sumido en bullicio.

Me puse los auriculares y me concentré en lo único que era de verdad en ese momento, la letra de las canciones de mi mp3.

Dejé que el sonido de la guitarra me envolviera y que la batería marcara el ritmo de los latidos de mi corazón. Concentré todo el dolor, toda la ira en esas canciones, apreté los puños y dejé que se me escapará una lágrima.

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La clase empezó y, para cuando levanté la cabeza, me encontré con algo que no estaba ahí unos minutos antes.

Un chico sentado a mi lado, en el banco de Tamara. Lo miré. Él me ignoró, se quedó con la vista clavada al frente, repiqueteando los dedos en el banco.

Yo también miré al frente. Si él me ignoraba, yo también.

La profesora comenzó a dictar, habló sobre la anatomía del cuerpo humano, el sistema digestivo, revisamos la página 78 y 79 y copiamos dos preguntas para resolver en la carpeta.

En silencio y en unos minutos terminé de hacer la tarea. Levante la cabeza y miré a mi nuevo compañero que escribía dos palabras y borraba tres, con la mano temblorosa y el lápiz que se le caía cada tanto.

Mire su cabello revuelto, sin forma, oscuro como el iris de mis ojos y el de los suyos. Piel blanca y algunos granitos esparcidos por las mejillas. Cara redonda y los pies tambaleándose sobre el suelo que no alcanzaban a pisar.

Me desparramé contra la pared y me quedé así, mirando a todos copiando, como siempre hacía. La profesora me miraba de reojo, enojada porque no trabajaba, pero no decía nada y seguía escribiendo en su cuaderno. A mí me daba lo mismo la profesora, a mí me interesaba lo que estaba sentado al lado mío. ¿Cómo se llamaba, sería igual de tonto que los otros, sería mi amigo? No, no, eso no. Capaz al menos me hablaba de vez en cuando.

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Un golpe, me tiraban de un empujón al piso mientras iba caminando.

Mi cuerpo se estampaba contra el suelo y hacía un sonoro ruido. Me dolía el pecho y me dolían las risas.

Nadie me tendió una mano.

Entonces empezaron a entonar la canción.

Rompe, rompe el suelo con la batidora.

Ni siquiera era gracioso.

Se me escapo una lágrima. No quería llorar frente a ellos.

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Los dedos manchados, calientes. El ardor en la pierna, por encima de la línea del short, porqué ahí se ve menos. Hoy no fue un buen día, ninguno, pero hoy peor.

Que tonta, pienso hoy... más o menos.

Pero es necesario. Era necesario.

Dolía menos que dejar que el agujero en el pecho me consumiera.

Él, amor de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora