La luna se encontraba ambos, en el cielo y en el agua, aunque esta última parecía más alegre que la otra, ya que danzaba con el soplido del viento. Mis manos frías comenzaban a calentarse en contacto con el cono de papas que sostenía y que habíamos comprado en el carrito de la esquina.
Los pocos patos que aún sobrevivían en el "laguito" nadaban cerca nuestro esperando que les soltásemos algo para comer.
— Recuerdo cuando había peces de colores infestando todo el lago — me dijo él.
Yo sonreí. Tenían un tamaño que, por ese entonces, me superaba tres veces. Las aguas danzantes eran un espectáculo que siempre visitábamos con mi familia, hasta que solo dejamos de hacerlo.
Durante toda esa tarde habíamos recorrido el Jardín de los Niños, visitando esos rincones de nuestra memoria, teniendo 5 años otra vez.
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La Máquina de Sonar era una estructura tan simple como mágica. Si al bosque encantado de Carcarañá le faltaba algo, eran los sonidos que allí se podrían producir.
Parada debajo de la estructura, escuchaba atentamente. Él corría por todos los rincones haciendo girar esto y tirando de aquella palanca. Las palabras cantadas de los instrumentos me llenaron los oídos.
Las campanas crecieron y se convirtieron en un hermoso bullicio y, poco a poco, se fueron quedando dormidas. Cuando el silencio se hizo presente, abrí los ojos y la última campanada resonó mientras él me sonreía. Me tomó por la barbilla y se acercó a mi boca, cerré los ojos esperando su beso y sentí un cálido roce en la frente, que se quedó allí un momento. Fue la mejor música que jamás había oído.
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Nuestra última parada se llevó a cabo en la Montaña Encantada. Mi principal objetivo fue simplemente tomarlo de la mano mientras recorríamos los pasillos guiados por una voz de esas que uno se imagina al leer "había una vez".
Al final del recorrido, el único deseo en el que pude pensar, para tirar al fuego, fue con respecto a él. Miré como escondía con la mano aquello que escribía y sonreí.
"Mi deseo es..."
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El día cerraba allí mismo, en el parque, ambos mirando hacia adelante, sin atrevernos a mover la cabeza a un costado, aún si divisábamos por la esquina del ojo aquellas miradas furtivas. Uno a uno, nuestros dedos se encontraron, se atrajeron entre sí. Estaba decidida a darme vuelta y comerle la boca.
Giré y posé mi mano en su mejilla y planté un efímero beso en sus labios. Ambos sonreímos con nuestras narices pegadas.
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Existe un momento, un milisegundo antes del beso en el que nuestros rostros se acercan pero no se tocan. No hay nada más inquietante que eso. Ni mejor resolución que un gran beso con final en sonrisa.
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Sus padres tenían una casa de verano en Funes ycada tanto nos invitaban a todos a pasar una tarde allá. Caminábamos, usualmente, por las calles detierra hasta llegar a las vías del tren. Algunos se ponían a jugar a la pelotaen aquella sección donde las casas no eran tantas. Nosotros dos caminábamos por las vías,manteniendo el equilibrio. Él iba por detrás y yo intentaba disimular que no mesentía como un potencial punto de observación.
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Él, amor de mi vida
RomanceDe lo que hablo: De él, de mí, de nosotros, del no nosotros, del nosotros a medias, de lo que dijimos, de lo que callamos, lo que mentimos, de nuestras inseguridades y de un amor no correspondido que se correspondió.