Encerrada

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CELIA

- ¿Estás segura?

- Por supuesto.

- Celia, quiero que me digas la verdad -insistió-. ¿No te inquieta la persona que aparece en esta fotografía?

- No.

Cerró los ojos con fuerza.

Tragó saliva.

- Vale, de acuerdo -aceptó el hombre, aunque su tono de voz indicaba que no se fiaba de la supuesta sinceridad de la chica. Ella no se atrevió a volver a mirar, y sin embargo supo al instante que el doctor Ballester  estaba ordenando las fotografías y escogía una que, sin duda, iba a afectarla.- Muy bien. Celia, fíjate detalladamente en esta imagen. ¿Celia?

Y dudó en abrir otra vez los ojos.

Pero lo hizo.

Ahora mismo la habitación pintada en blanco y azul cielo la envolvía en una atmósfera de tranquilidad, polvo fino e intranquilo y lo mullido que era el colchón dónde se encontraba sentada.

Estaba sola, sola y con la cabeza agachada. Los ojos miraban hacia delante, pero sin ver, y una cortina de pelo castaño le caía por ambos lados, y así se sentía insegura. Se puso el pelo detrás de la oreja derecha y sorbió con la nariz. Volvió a sujetar con las dos manos temblorosas la fotografía que sostenía. Sí, allí estaba ella, Celia, tan sonriente, tan despreocupada y a la vez sin saber lo que pasaría unas horas más tarde. Y años después, tres con exactitud, esa misma noche iba a marcarles la vida para siempre.

Recordaba quién había hecho la foto. A Dina le encantaban aquellas cámaras instantáneas que sacaban la fotografía por la parte de abajo de esta para luego colgarlas en la habitación con una chincheta o enmarcarlas para cuando se mudaran y compartieran salón. Y ella estaba siempre tan contenta con ir haciendo fotos a cada calle que se encontraba que pensaba que podría tomar un café con ella treinta años después y reírse de la cara de amargado que ponía siempre Lucas o cuando Clara bizqueaba un poco si se pasaba mucho rato sonriendo.

Y ahora Dina estaba muerta.

Por eso Dina no salía en la fotografía; aquel día, cuando habían pasado un par de semanas de que acabaran Selectividad y aún Clara intentaba acercarse a Abel para disculparse, cuando Iván se ponía detrás de ella para esquivar al mismo Abel, Dina había decidido que era un buen momento para rememorarlo con su grupo de amigos -alejando y evitando el tema celos y engaños- y sacando una foto de todos ellos: Maya y Abel, Clara, Celia, Verónica y Aarón, y un poco más atrás Iván, Lucas y...

- ¿... y quién, Celia?

Cuando levantó la mirada estaba otra vez sentada en la butaca, mirando a los ojos castaños del doctor Ballester, su psiquiatra, quién le devolvía un gesto apacible y desenfadado. Levantó una ceja para tranquilizarla.

- ¿Celia? -insistió.

- Recuerdo que ese día Lucas estaba conmigo felicitando a Clara por sacarse el carné de conducir, y cuando Abel nos miró, Lucas se alejó y fue a hablar con Aarón y Verónica, que otra vez se peleaban por qué película iríamos a ver esa noche. Se había ido porque no quería que Abel pensara nada raro de él; por aquellos días, Abel solo hablaba conmigo y con Maya. Solo confiaba en nosotras después de lo que le hicieron Iván y Clara -y volvió a agachar la vista hacia la fotografía.

- Es comprensible, su mejor amigo y su novia le habían traicionado. Pero eso no es lo que te pregunté, Celia. Dime, ¿quién es el que se asoma por detrás tuya en la fotografía?

Celia no quiso responder.

- Al final Clara nos enseñó su nuevo coche, pero Verónica y Aarón hablaban con Dina sobre lo que al final haríamos esa noche -evadió Celia, con los ojos llorosos-; pero al final no hicimos nada de cine y cena en el restaurante japonés.

No debe volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora