Día de puertas abiertas

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CELIA


El frío y la lluvia se habían arremolinado de tal manera que Celia ya no sentía ni los dedos de los pies.

Temblaba, temblaba con fuerza y descontrol, y se había hecho una diminuta bolita al fondo del balcón. Hacía mucho rato que no había mirado por la puerta de cristal que daba al salón, pero no se atrevía a asomarse por allí, por si Verónica todavía seguía tan mosqueada con ella.

Aún tirada en el suelo, con diminutas gotas rozándole la piel con su frescura, sintió su móvil vibrar por algún lado de su muslo. Ni si quiera se había dado cuenta de que lo llevaba encima, pero ahora que había vibrado lo sentía como una molesta piedra en el zapato, constantemente cercando su forma y su peso.

Pasaron varios minutos antes de que se incorporara y pegara su húmeda espalda contra la pared de ladrillos, así que cuando lo hizo no dudó un instante en sentirse con ganas para llamar a la policía y pedir ayuda en ese mismo instante, a pesar del cansancio, la depresión y los recuerdos de unos años atrás que eran difusos en la reflexión de los charcos de agua que formaba sentada en el suelo.

Pero al desbloquearlo no se esperó recibir un vídeo por WhatsApp, mensaje de un número privado, y que la mencionaba en cada mensaje.

Celia, Celia, Celia, Celia, Celia...

Dudó unos instantes sin meterse a la conversación y llamar directamente a la policía.

Y algo dentro de ella le dijo que no tenía nada que perder; estaba ya acorralada en una terraza.

Cuando el vídeo se descargó, observó una alfombra violeta y granate, con flecos en sus extremos, y pequeñas manchas de sangre que se formaban en torno a las esquinas. 

Entrecerró los ojos para intentar ver de dónde podría ser el lugar, y antes de escribir ¿Quién eres?  ya le decían: mira cómo Clara consiguió a Abel, Iván y Aarón. Aprende de ella.

Algo dentro de ella empezó a pincharla con un dedo, señalándola y acusándola de nunca haber tenido la oportunidad de salir con nadie durante todo el instituto. Ella era la chica rara del grupo que iba escondida detrás de unas gafas, unos braquets y unos libros, siempre dando consejos a los demás, siendo la mejor en todo, pero nunca lo suficientemente buena para dar su primer beso. Un primero beso que se quedó Abel aquel día que se lo cruzó en el supermercado. Y sin embargo, siempre fue Maya la mejor en todo. Siempre supo tranquilizar a Abel mejor que ella, aunque Maya no lo viera; Maya era quién hacía a Abel temblar, quién hacía que Aarón pensara en dejar a Verónica, de quién estuvo siempre Lucas enamorado.

Maya, aquella buena chica, ahora la había dejado fuera al igual que Abel.

Y lo enlazó con Clara; Clara y ella eran algo así como la antítesis, aunque también Verónica, y de la única con la que siempre podía sentirse ella misma era con Dina. Y a Dina la habían traicionado, matándola.

Abrió el vídeo; nada más hacerlo, una chica comenzó a chillar.

Bajó el volumen hasta el tope, insonorizando el teléfono, y levantando la vista por si alguien habría escuchado algo, pero apenas vio un par de vasos y palomitas tirados por el suelo.

¿Dónde se habían metido todos?

La sombra cruzó delante de ella, acercándose a las ventanas de detrás de la mesa y bajando las persianas.

¿Se habían olvidado de ella e iban a dejarla encerrada?

Era cierto que hubo un momento en el que se cerró en si misma, escuchando solo su voz y suplicando en bajo que la dejaran entrar, pero no creía que se hubieran marchado sin decir un mísero adiós. Aunque la música que apabullaba el comedor...

No debe volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora