"Eres una asesina"

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VERÓNICA

El teléfono sonaba en la estancia, rompiendo el silencio que reinaba en el comedor.

La noche hacía tiempo que había caído y enseñaba con sus traviesas estrellas que verano había acabado y que otoño empezaba a enraizar en la sociedad.

Sin embargo, la puerta de la terraza estaba abierta, dejando pasar un aire fresco y silencioso que ondulaba las cortinas al viento en un apacible baile de sombras y seda.

No había luces, no había calor. Y de nuevo el teléfono daba un timbrazo en la tranquilidad del hogar.

Los bares de la calle de abajo estaban abiertos, y aún así sentía la soledad tan de cerca que añoraba tomar una copa con alguien nuevo y volverse a enamorar como una estúpida; tropezarse por la calle o marearse con un cartel de neón. Los gritos y las risas de todos ellos la incitaban a quemarse la garganta con algo de alcohol puro o a besar con el privilegio de no rendir cuentas.

Pero se quedó de pie y a oscuras, en la nada, en el pasillo, mirando al teléfono del salón -que seguía vibrando- como un arma impredecible a la que temer. Había dejado los brazos caídos a los costados, como si nada importase, y los dedos de su mano se crispaban en tics insanos y ruidosos.

No podía dejar de pensar; su cerebro bullía de información y de recuerdos, de imágenes que se superponían unas sobre otras en un fundido a negro y que le rompían hasta el alma. No quedaba nada más que sangre en sus manos...

Intentó taparse las orejas, dejar de escuchar aquel molesto y estruendoso sonido, pero lo único que conseguía hacer era separar los labios para susurrarse en silencio que todo saldría bien.

Vaciada de todo y caminando sin ningún sentimiento, descolgó el auricular y se lo acercó despacio, con timidez y horror, a la oreja. Sus labios temblaron unos segundos antes de responder.

- ¿Sí?

El silencio del otro lado del aparato se le encadenó a la espalda, aferrándose a sus pulmones para que sus nervios la obligaran a respirar con dificultad.

Nadie contestaba.

- ¿Hola?

No podía creer que alguien estuviera escuchándola con suma atención, desdibujando cada uno de los detalles de cómo le temblaba la voz, imaginándose que estaría sola, a oscuras e indefensa... Como una estúpida y típica película de terror.

Desvió la mirada con rapidez, como si cada sombra que se moviera por el salón fuera alguien a punto de perseguirla por la casa y apuñalarla en su cama hasta no dejar ni una gota de vida en su triste y cansado cuerpo. Inspiró con dificultad antes de que otra vez el pánico la inundara y se instalara a ras de piel, con el bello erizado y la cara transformada.

- ¿Quién es? -y de pronto se sintió estúpida por seguir contestándole a alguien que la había llamado solo para poder acosar a su tranquilidad y romper su seguridad.

Ahora sí escuchaba a la perfección la respiración del otro lado del interfono, una respiración tranquila, nada agitada como la suya, como si se estuviera relajando al escucharla tan asustada. El miedo destaponó sus oídos y se obligó a estar más atenta a sus sentidos, por todo lo que pudiera pasar a su alrededor.

Soledad estaba deshaciendo ya las maletas junto a ella, rozándole los codos con caricias de incertidumbre y desesperación. Los labios volvieron a temblarle como cuando sabes que vas a morir y no tienes nada que hacer para defenderte.

- Hola, Verónica.

Su cuerpo se tensó en una gélida postura de horror.

La paranoia se desataba.

No debe volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora