La nueva fiesta

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VERÓNICA


El agua resbalaba sobre su piel a medida que el enfado con Celia se iba disipando en forma de exhalaciones. Pensó que quizá sería un buen momento de salir y permitirle entrar de nuevo a casa; quizá pudiera pillar una pulmonía si la dejaba mucho tiempo en el frío y la lluvia.

No sabía cómo había ocurrido... Estaba tan centrada en el momento en el que llegarían a matarlos que apenas se dio cuenta de que estaban jugando con ellos. La fotografía y los mensajes en el móvil de Aarón eran puro fetichismo para recrearse en el placer de verlos sufrir; era obvio que la imagen estaba retocada, ese no era Iván.

Suponía en cierto modo que al juntarlo con el encontronazo de ver a Celia sentada en la cama de invitados, hurgando en su caja de recuerdos, fue como prenderle fuego a un cóctel molotov que explotó dentro de ella. Aún dudaba que alguien se presentara en su casa y los matara a todos uno a uno; tenía esa vaga idea etérea de que las llamadas del día anterior solo sirvieron para asustarla y hacerla correr de un lado para otro.

Pero la bala que se incrustó en la tarima de su salón...

Se apartó a un lado, dejando que todo el agua que caía de la alcachofa de ducha cayera sobre el plato, no sobre su piel. Se sentía rota, sucia, y ni el agua ni el jabón iban a limpiar ni purificar su alma ennegrecida. Había actos y más actos, y ella estaba sobrepasando el límite de una pena que se merecía como condena: pero el juicio se lo estaban provocando su conciencia y ella misma.

¿Qué hubiera pasado si simplemente hubieran dejado marchar a Dina? Quizás ella estuviera viva, hubiera corrido hasta la primera comisaría y les hubiera delatado; bueno, en realidad, solo la hubiera delatado a ella.

Se acordaba con bagajes y rutas apenas transitadas -de escenas contagiadas de humo y oscuridad- de la noche en la que Aarón se convenció de que no quería fumar. Estaba realmente convencido, y sin embargo fue ella misma la que le obligó, tanto a él como a Maya, a cometer un acto vandálico que se suponía sería el menor de los problemas comparado con lo que sucedió.

Agachó la cabeza, dejando que el pelo empapado se pegara en su cuello, cara y pechos, respirando sin saber si entraba oxígeno o arsénico líquido. El jabón aún manchaba su cuerpo de blanco y violeta, a partes de puzzle incompleto, pero la mayoría de la espuma y sus pompas de lilas se escurrían por sus caderas hasta acabar en sus pies y en el desagüe. Las lágrimas empezaron a formarse en torno a su mirada como perlas de cristal que le herían los ojos. Tuvo que frotárselos varias veces, metiendo jabón en ellos, para eliminar todas las características de debilidad que se esfumarían con el agua de la ducha.

- ¡Oh, venga ya! -se quejó, frotándose aún más los ojos, sintiendo más jabón dentro de ellos.

Se colocó de nuevo debajo de la alcachofa de ducha, permitiendo que el agua arrastrara todo el jabón que quedaba en su cuerpo y cara. Soltó un gemido mientras los ojos se acostumbraban y dejaban de escocerle con la copiosidad como lo habían hecho segundos antes.

Y aunque no quiso quedarse en negro y en blanco, tuvo que hacerlo. Y las imágenes de todos pasaron volando por su cabeza como a tropel, empujados por un tranvía de emociones que no iba a parar, sino que arrasaría hasta que ella misma se odiara por lo que había hecho.

Los nervios fueron succionados con el agua por el desagüe, pero aún se mantenía vigente aquella promesa de no dejar que nadie entrara en sus recuerdos de su caja de metal. Allí escondía su trocito de alma rota con las fotografías de todos los que una vez fueron especiales y le hicieron daño. Y la mirada de Diego; la misma mirada de Dina.

No debe volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora