...siguen fijos en tu pecado.

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ABEL

Tiempo.

Eso es lo que se había parado cuando Maya se rindió sobre él, cargando su peso contra el suyo, desvaneciéndose hacia el otro lado. Hacia la muerte.

El tiempo se había llevado consigo el aliento, el aire, los latidos, los sentidos.

Apenas se escuchaba de eco la risotada loca de Diego, despectiva, abrumante, hiriente.

La chica que siempre le perseguía por los pasillos, creyendo que solo era una fuerte amistad, acababa de morirse entre sus brazos, sintiéndose por completo el culpable; si él no hubiera tenido el cuchillo en sus manos, si no lo hubiera colocado a esa altura defensiva, si solo se lo hubiera dado a ella...

- Me ha gustado cómo has peleado ahí arriba -gimió dolorido Diego, con una sonrisa socarrona en los labios.- Y en el fondo tenía unas ganas inmensas de matarte, pero ¿qué gracia tendría para el final apoteósico que os espera...?

Frunció los labios en una sonrisa sin dientes.

Sus ojos estaban divertidos, mirando a todos lados, aunque se le notaba el cansancio y el dolor; al menos le había herido mientras Maya escapaba, o eso intentaba.

Decidió no seguir escuchándole. Se centró en la mirada sin vida de Maya, quieta en el cielo oscuro, repasando el reflejo que las pupilas de la chica le devolvían de él mismo, despeinado, demacrado, herido. Moqueaba, claro, y repasaba mentalmente todos los instantes en los que su mano rozaba sin querer la de Maya, y él ni si quiera se daba cuenta de lo enamorado que podría llegar a estar de ella. Dicen que quien no sabe lo que tiene, lo pierde, y él acababa de perder a lo que ahora sabía era una amiga con más cercanías de las que la propia amistad deja. Sí, se estaba lamentando por haberse enamorado y no saberlo hasta el momento en que la besó en el piso de Verónica. Estuvo ahí escondido, disfrazándolo todo de amistad y casualidad, y ahora salía a flote, como cuando desentierras una cápsula del tiempo veinte años después y te encuentras con aquellas sorpresas que en su tiempo tenían un sentido y hoy otro.

Y ahora Maya solo sería un bonito recuerdo.

- Vamos Abel... -bromeó-, no me dirás que sí estabas enamorado de la santita de Maya... Pero si todos sabemos que fue la peor al proponer hacer algo con el cuerpo de mi hermana.

No se dignó a mirarle a los ojos. Solo engulló las palabras de Diego y siguió mirando las estrellas reflejadas en los ojos de Maya.

- Si al final de cuentas quedáis los mejores... -se quejó del dolor de la puñalada que le había dado arriba-. Bueno, claro, a Iván tuvimos que eliminarlo primero, cuando supo lo de la fiesta era un peligro dejarle salirse de rositas... Tampoco lo estaba llevando al final tan bien como pensábamos, y si ahora os delataba... Nada de esto hubiera pasado.

Abel cerró los ojos, cortando la conexión con los de Maya. En la oscuridad veía aún su rostro, sus labios, y sus ojos hundidos para siempre en lo más hondo de su mente.

- Celia y tú... -nombró.- Tú y Celia... ¿Qué casualidad, no? Justo las dos personas que, desde el principio, quisieron ir a la justicia y se callaron como cobardes. Al menos los otros tenían un orgullo más altivo, tenían más sangre en las venas, bueno, en verdad no, ¿quién de todos nosotros no tuvo una ingrata crueldad con Dina? Eso también nos convierte en gente sin sentimientos, pero... Es que, vosotros dos, al igual que Iván... Fuisteis los peores. Los mansos. Los dóciles.

Tragó saliva.

Tembló, pero no abrió los ojos.

- Os callasteis. Dejasteis que los demás os ganaran la batalla. No fuisteis considerados con Dina, fuisteis egoístas, mentirosos y traidores.

No debe volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora