¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cuando creía que nuestra historia no podía ser más complicada, me demostraste que estaba equivocada.
Nuestro amigo en común había llegado de visita, tenía ya algunos meses sin verlo, al igual que tú.
Por azares del destino termine siendo invitada a tu casa. ¿Lo peor del caso? Que acepte la invitación.
A decir verdad, ni siquiera sé porque acepte ir. Pero si de una cosas estoy segura era que quería estar ahí, no me quería perder eso. Ni siquiera sé porque, o bueno, puede que sí lo sepa, pero jamás lo admitiré en voz alta.
La verdad es que quería verte, ni siquiera se porque, pero quería saber de ti antes de dejar de vernos ya que las vacaciones son largas y pasaría mucho tiempo antes de poder verte de nuevo.
Ni siquiera yo puedo explicarme qué es lo que estaba pasando por mi mente.
¿Es raro que aún sabiendo que todo acabó, siga pensando en ti? Porque déjame decirte que lo tengo claro.
Todo por lo que pasamos, tantos enredos, malentendidos y sufrimiento.
Todo el daño que nos hicimos, pero a pesar de esto no te puedo sacar de mi cabeza completamente.
Es loco, porque antes de esto ni siquiera nos hablábamos, sabía que todo había acabado, pero seguía imaginándonos paseando a nuestras mascotas. Más enferma no podía estar, ¿o si?
No supe la consecuencia de mis palabras hasta que llegamos a tu casa y tenía que bajar del auto. Me estaba arrepintiendo, pero aún así tuve que bajar. Me obligaron a bajar, literalmente.
Cuando llegue, estabas ahí, igual que antes, con un poco menos de cabello, te veías gracioso y estaba paralizada de los nervios, tomando a otro de nuestros amigos en común –a decir verdad, todos nuestros amigos lo son– del brazo, escudándome en el, repitiendo lo incomoda que me sentía una y otra vez.
Nos sentamos a platicar, eran a penas las 8:05 pm y nosotros tan solo éramos 6. Estaban platicando y yo estaba ahí a la orilla de la alberca, más callada de lo normal, sin saber qué decir. De vez en cuando me volteabas a ver para integrarme en la plática, pero sinceramente no sabia como reaccionar.
Todo pasó tan rápido; me habían tirado también a la alberca y eso pareció calmar mis nervios, estuvimos platicando "tranquilamente" una parte de mi seguía inquieta y la otra incomoda y tú no te separabas de mi.
Al principio creí que eran mis nervios, pero después de moverme varias veces tú aún seguías cerca de mí (cerca pero a la vez separados).
Después de unas horas comenzamos a jugar el famoso "Yo nunca nunca", debo de admitir que me pusieron incomoda más de una vez, malditos.
"A mí nunca nunca me ha gustado alguien que se encuentre en esta alberca" –trágame tierra. En ese momento y al mismo tiempo ambos le tomamos al vaso mientras yo le paraba el dedo medio (discretamente) a mi mejor amiga.
La noche continuo entre risas y una que otra pregunta incómoda y ganas de matar por parte de algunos –en su mayoría tú y yo–.
Cada vez se hacía más de noche y con esta el frío, sé que en nuestra ciudad el frío es casi nulo, pero soy una persona muy friolenta, lo sabías, lo comprobé, lo sigues recordando.
Me preguntaste mil veces –sin exagerar– si tenía frío, aunque creo que era obvio y pensándolo bien tu pregunta era muy estupida pues tenía los labios morados. De momento me encontraba temblando y por un momento no supe si fue por sentir tu brazo acariciando mis hombros y mi cintura o si tan solo era el frío que sentía.
Descubrí que era por ambos motivos cuando recosté mi cabeza en el hueco de tu cuello por unos segundos, como solía hacerlo. Aunque también extrañaba tu toque y estar así contigo.
La cara de mis amigas era todo un poema, estaban como de película, de haber estado en otra situación me hubiera botado de la risa, pero tú no dejabas de tocar mi cintura y no te despegabas de mi lado por más que intentaba alejarme de ti.
Fueron unos lindos 5 segundos antes de que reaccionara; decidí separarme y dejar de ser tan estupida.
Te estabas portando de lo más servicial.
Me serviste agua sin pedirlo cuando estaba ahogándome con alcohol.
Hasta me echabas agua para que no me diera tanto frío. Suena estupido, lo sé, pero funcionaba.
Y me mirabas demasiado.
Me preguntabas si tenía frío cada cinco segundos, pero yo te decía que no.
Sabías que me estaba congelando, pero que jamás te dejaría ganar.
Mi orgullo es más grande.
El momento en el que empezaste a acariciar mi cabello, casi muero. Jamás lo habías hecho antes, ni siquiera cuando estábamos juntos. Porque tú odias que toquen tu cabello, o al menos esa era la justificación que yo daba a que no acariciaras mi cabello antes. A veces creo que escuchaste esa conversación con mi amiga en el instituto, cuando le comentaba cuando me gusta que jueguen con mi cabello y tú estabas cerca.