1. Días buenos

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Oasis - Don't Go Away

Las calles estaban vacías igual que todo lo conocido, las farolas me observaban pasar mientras eran atacadas por la tormenta. Y yo conducía, acompañado por una canción de Oasis que intentaba sobrepasar el sonido de la lluvia contra el parabrisas.

Así anduve unas cuadras, reflexionando sobre los temas más trillados existentes, como la vida, el amor y la muerte. Hasta que me aburrí de pensar y simplemente seguí, sin nada ahí dentro que me hiciera sentir.

Un par de canciones mas tarde, vi una estación de servicios abierta. Mientras cargaba la nafta en el auto me encapuché para entrar al local igual de vacío. Unas luces tenues me dejaron ver una botella de vodka que seguramente querría más tarde, la tomé y me acerqué al mostrador para pagarla. Después de unos segundos llegó un viejo, que tal vez no se vería tan viejo si no estuviera tan demacrado. Tenía una barba de meses y las ojeras le llegaban hasta el piso. Sin darle mayor importancia le di el dinero y me preparé para volver al auto.

Una vez dentro, seguí mi camino. Atravesé calles iluminadas y otras no tanto hasta que estacioné frente al apartamento, subí hasta allí arriba y me instalé junto al balcón con botella en mano. Me entretuve mirando la lluvia atropellar a los valientes que se trasladaban a estas horas por la ciudad. No sé cuánto tiempo había pasado tomando aquel líquido que me quemaba la garganta y mirando el cielo, pero ya me había aburrido.

Decidí llamarla. No sabía si me arrepentiría el día siguiente, yo solo quería escuchar su voz un rato. El celular sonó unos segundos interminables hasta que contestó.

—¿Hola? —preguntó con una voz ronca que me provocó un escalofrío.

—Che, ¿qué haces? —Curioseé yo a modo de respuesta.

—Marcos, son las dos de la mañana de un jueves, ¿qué más voy a estar haciendo? —Se quejó, fastidiada y todavía medio dormida.

—Perdón —dije arrastrando un poco la voz, el vodka estaba surtiendo su efecto—; sólo quería charlar un rato.

—¿Estás en pedo? —Casi podía verla arqueando sus delineadas cejas, con aquella expresión que me decía que la estaba cagando. Imaginarlo me provocó una risa bastante estupida.

—No, tomé un poco pero estoy bien.

—Te conozco, no sirve hacerte el boludo —Suspiró—. Anda a dormir que mañana tenés facultad —Me di cuenta que no valía la pena seguir intentando, el sueño estaba viniendo a mí de a poco y no estaba bueno estudiar con tanta resaca.

—¿Vos me querés? —Le pregunté mientras me acostaba para dormir.

—Si, sabes que te quiero —dijo con un tono más suave, en un susurro apenas audible, quizás por mi escasez de sentidos o por su propia voluntad.

—También te quiero, Lía. Gracias por bancarme —Fue lo último que dije antes de quedarme dormido.

Me desperté con el insoportable sonido de la alarma que me decía que hoy iba a ser un día de mierda. Por la ventana entraba tanta luz que, además de encandilarme, hacía que mi cabeza duela horrores. El dolor aumentó cuando me levanté de allí y vi la botella medio vacía, entonces supe que no debí haber tomado tanto.

Me di una ducha rápida mientras la máquina pasaba café. Después de ponerme unos jeans y algún canguro que encontré por ahí, fui descalzo a la cocina. Me senté en una silla dejando que el familiar y amado olor entrara hasta el fondo de mis pulmones, y enseguida me dediqué a tomar la taza. Cuando vi que ya había pasado bastante tiempo perdido en la nada me terminé de aprontar para salir del lugar.

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