8. "Felicidad, paz y amor"

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Evanescence - Weight of the World

Las incandescentes luces de colores me mareaban y desgarraban anímicamente. Aquel escenario tan conocido y lejano me atraía con una fuerza magnética que me impedía huir más allá de mis intentos. Yo veía mis pies resbalar en el suelo del antro, incapaces de librarme de tal pesadilla. Cuando por fin atravesé el portal, allí fuera, mis sentidos se bloquearon y el viento penetró mis huesos transportándome unos metros a la derecha.

—No vengas... —Me susurraba aquella dulce voz sin cuerpo que la contenga—. ¡No me dejes ir! —rogó entonces, casi con desesperación, sumida entre las sombras.

Se sentía tan real, necesitaba salir de allí, por lo cual comencé a desplazar mis ojos frenéticamente por todo el ambiente. No obstante, oscuridad era lo único que lograba encontrar. Un intenso destello rosa pastel encandiló mis ojos, su apariencia angelical estaba a punto de brindarme la paz necesaria cuando pronunció:

—Fue tu culpa —Su mirada se tornó negra y su piel helada al tacto. No cedía a mis ojos inundados de pena ni a mis súplicas.

—No... Nunca imaginé que eso pasaría —Sollozaba de rodillas, a punto de tenderme en la vereda—. Flor, perdoname —imploré.

—Demasiado tarde —Recriminó Flor, justo antes de que un estridente y agudo sonido me despertara del dolor.

Era el primer miércoles de junio y muchos árboles ya no contaban con sus hojas. Estaba atravesando el patio interior de la facultad, con el sol en su punto más alto, con la intención de encontrar a Lía por algún lado.

Estaba bastante en otra escuchando un tema de Evanescence mientras palmeaba mis muslos simulando una batería y, por lo tanto, no noté que alguien se me había acercado hasta que me sacaron un auricular.

—¿Cómo andás? —Saludó Fran con su característica buena onda, nunca lo había visto sin una sonrisa en su rostro y eso era algo admirable en aquellos días.

—Todo bien —respondí tendiéndole la mano—. Andaba buscando a Lía, capaz que me podes ayudar —Insinué con una media sonrisa y levantando un poco mis cejas.

El comenzó a reírse y, haciéndose el desentendido, aceptó mi oferta. Hablamos un poco sobre «la banda del día», o al menos así le llamaba yo a cada distinguida camiseta con logo o imagen de una banda que llevaba todo el tiempo.

—¿Qué hacen? —cuestionó la pelinegra cuando al fin la encontramos en uno de los salones comunes, aquellos que todos solíamos ocupar y no pertenecían a ningún área en especial.

—Hagamos algo —Propuso Fran rápidamente, con una sonrisa en el rostro.

Ella levantó su ceja izquierda sin comprender nuestro entusiasmo.

—¿Cuál es el plan? —preguntó entonces; a lo que Fran y yo nos miramos confidencialmente, de la misma forma en que mirabas a tu mejor amigo en secundaria cuando había que hacer trabajos de a dos.

—Vamos a dejar nuestras cosas, levantar algo de plata y a ponernos ropa más cómoda —Anuncié y salimos del edificio.

A mí me inundaba ese inevitable humor neutro, el mismo que se había alojado en mi interior hace tres años. Mientras buscábamos a mi amiga, Fran se había quedado pensativo un rato, obligándome a frenar para esperarlo.

—Deberíamos salir de acá —Me sorprendió Fran notando que mi comprensión de sus pensamientos era nula, y prosiguió—. Sí, hay que cambiar de aire, como quien dice. Hoy es el primer miércoles del mes...

Me dejó pensando unos segundos demás hasta que encontré el significado de sus palabras.

—No —Negué seriamente—, ni lo pienses —Y continué con mi caminata.

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