Introducción

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Hay tantas maneras de interpretar el vacío como causas de este. El vacío que deja un ser amado en su lugar es difícil de superar, pero si esa persona se fue por tu culpa y no volverá jamás, ese es casi imposible de llenar. Vacío que tengo la desgracia de experimentar y que seguramente me atormentará hasta el final.

Aunque en ese preciso momento vacío no era lo que predominaba en mí, la sensación se parecía más a la impotencia bañada en odio puro hacia mis progenitores y aquel portador de la muerte, pero principalmente hacia mí mismo.

La culpa, con su elegancia me seducía llevándome a un pozo sin fin.

Un nudo en la garganta me impedía respirar desde el incidente, y el hecho de estar allí rodeado de todas esas personas solo provocaba llevarme al límite de la locura. Tan ingenuo era entonces, pues eso no fue nada comparado con la falta de cordura que me invadiría a continuación.

La gente no hablaba, el silencio puro reinaba en el ambiente contagiando a algunos de tensión y a otros de nostalgia. De vez en cuando algunos sollozos lo quebrantaban, mezclándose el sufrimiento en esa fusión de sensaciones.

El día era irónicamente caluroso y causante de que estemos encandilados, ofreciendo una segunda justificación para el uso de gafas solares. Cuando en el interior de cada uno de nosotros había simple oscuridad.

Estaba haciendo mis últimos esfuerzos, debía velar por ella o sería otra razón por la cual no perdonarme jamás.

Abrí mis manos alrededor de mi cabeza y me despeiné un poco quedando con cortos cabellos negros en mis palmas, comenzaba a sentirme incómodo.

En medio de ese debate mental llegó quien no había aparecido hasta ahora, tambaleándose y sosteniéndose de las personas al pasar entre lápidas, hasta que finalmemte llegó hasta mí. Se acercó tanto que pude notar su aliento a alcohol. Enseguida posé mi mirada en su rostro, su edad parecía haber aumentado en horas y seguramente no era nada a comparación con su corazón. Observé su reciente y oscura barba y luego sus ojos, aquellos que me transmitieron onzas de odio con un atisbo de tristeza.

—Vos —musitó colocando su dedo índice en mi pecho—. ¡La mataste! —gritó entonces haciendo doler mis oídos y mi corazón al recordarme lo que había hecho.

No sabía qué responder, no podía defenderme porque efectivamente la había matado sin saber evitarlo.

El hombre siguió recordándome el error a gritos, causando mayor escándalo y un más grande mar bajo las ojeras de la mujer que me dio la vida. Mientras tanto yo me mantenía en mi lugar, aceptando en silencio su afirmación.

Terminaron de ubicar su ataúd dentro de algún lugar bajo tierra cuando un par de hombres que vigilaban la funeraria lo tomaron por los brazos y comenzaron a alejarlo de la escena con el propósito de tranquilizarlo.

—Mi pequeña... —Sollozaba él perdido en la lejanía.

Su pequeña ya no estaba, mi pequeña ya no estaba. Y a pesar de no haber sido quien apretó el gatillo, su sangre estuvo en mis manos y el peso de su muerte ahora sobre mis hombros me haría doler hasta mi muerte misma.

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