3. Nos vimos

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Arctic Monkeys - No. 1 Party Anthem

El audible tic-tac del reloj junto a mí me estaba volviendo loco, observar el movimiento de aquella enorme moneda de oro era lo único a lo que me había dedicado en las últimas dos horas, sumido en mí mismo y sumido ahora en una leve desesperación. Si no cambiaba de aire justo ahora temía de lo que sería capaz.

Salí abrigado de mi departamento, notando que el cielo daba señales de que el día se marcharía en poco tiempo pero no importó, era sábado y no tenía que dormir precisamente temprano ni estudiar. Una vez en el auto me propuse aislarme del silencio hasta llegar a destino, con un CD de Arctic Monkeys subiéndome el ánimo terminé de estacionar en la playa.

Al salir el viento me tomó desprevenido golpeando y helando a la vez cada parte de mi cuerpo, pero había venido por aire y aire era lo que tenía.

Una vez cerca de la orilla me senté enterrando mis pies sobre la arena que lo cubría todo. Amaba la playa, no amaba el verano ni bañarme allí, sino que amaba la brisa con la que siempre estaba acompañada, amaba la paz que encontraba en el sonoro oleaje furioso que arremetía contra los pedregales y la espuma que se formaba a continuación.

El sol comenzaba a esconderse en el horizonte como si tratara de escapar a su vez de las nubes negras que se mantenían sobre la bóveda terrestre. El panorama era digno de ser captado en una pintura de Blanes, era una lástima que mis habilidades artísticas se redujeran básicamente a la música.

Sentí en mí frente unas gotas de aquel líquido cristalino, hubiera pensado que provenía de las olas si no hubiera caído en mí el llanto desesperado que parecían aguantar las nubes desde hoy. Me levanté casi por instinto, más por obligación que por gusto, no me molestaba quedarme ahí y mojarme pero no quería agarrarme una gripe justo esta semana.

Me apresuré a llegar al auto y allí me subí, y cuando estaba a punto de arrancar noté la presencia de alguien más solo a unos pasos más allá. La chica se estaba empapando en cuestión de segundos dejando su reconocible pelo pegarse en sus facciones tan delicadas. Ese «nos vemos» al final se había hecho real, no dudé en abrir la puerta para decirle que suba. Ella me dirigió una mirada de temor que duró una milésima de segundo, hasta que me reconoció y se adentró conmigo al vehículo.

—¿A dónde te llevo? —Le pregunté apenas subimos. Me observó unos segundos sin dejarme descifrar lo que querían decir sus ojos, entonces me indicó la dirección y arranqué.

—Gracias, seguramente hubiera terminado internada si esperaba un bondi, mis defensas no son muy buenas que digamos... —mencionó después de un rato en que solo la música evitaba el silencio.

—No pasa nada, además yo vivo cerca de ahí —Le regalé una sonrisa refiriéndome a la conveniente cercanía de nuestras casas. De reojo capté una pequeña sonrisa de su parte que provocó acelerados latidos en mi corazón.

—Eh... Perdoname por lo del otro día, no estaba de buen humor y creo que fui un poco agresiva —Se disculpó tímidamente por algo que no había causado molestia alguna en mí sino que todo lo contrario.

—Está bien, a mí también me jode que me interrumpan cuando estoy tan concentrado. No era mi intención hacerlo, aunque tu voz... —Apenas me contuve de confesar que parecía un ángel en este mundo de demonios— es muy linda, es decir, cantas re bien.

El breve silencio de su parte me dio a entender que la había asustado o tal vez halagado, hasta que una genuina sonrisa de su parte hizo presencia mostrando sus grandes y blancos dientes y me demostró que la segunda opción era la acertada.

—Gracias, la verdad me sigue dando un poco de vergüenza cantar y tocar en frente a las personas, creo que por eso actúe así —Confesó, su timidez me causó gracia.

—No debería darte —indiqué con una sonrisa ladeada sin apartar mis ojos de las ahora iluminadas calles por las farolas.

Cuando estacioné fuera del apartamento que me indicó tuve la posibilidad de mirarla en serio por primera vez en esos minutos. Tenía el maquillaje un poco corrido pero no por eso se veía menos hermosa, con un delgado aro plateado en su nariz que no había presenciado nuestro primer encuentro. Sus manos cubrían sus propios brazos como protegiéndose a sí misma del frío y al dirigir mi mirada a la suave piel de sus hombros desnudos percibí un escalofrío que trató de disimular despidiéndose.

—Bueno... Gracias de nuevo —Me sonrió sonrojada seguramente por mi observadora mirada y comenzó a girar su cuerpo para salir de allí.

—¡Esperá! —La detuve y alcé mi brazo al asiento trasero en busca de una campera que había llevado por si acaso—. Tomá, así no te mojás más, después cuando puedas me la devolvés —Intenté de convencerla.

Ella la tomó entre sus dedos y la puso sobre sus hombros. Justo después de un asentimiento de cabeza y una sonrisa de agradecimiento, abrió la puerta y se adentró en el edificio.

Yo me quedé allí, tratando de entender de qué forma jugaba el universo, cuál era la estrategia del destino para hacernos odiar y amar la vida en cuestión de horas, minutos o segundos. Así, divagando, volví a mi hogar con un rostro en mente limpio de tragedias y lleno de esperanza. Un rostro con nombre desconocido, pero que ahora tenía una excusa para ver y averiguar su nombre no sería un problema.

Eso a lo que la gente llamaba "depresión" parecía haberse esfumado por arte de magia, de su magia. El usual nudo en la garganta que me acompañaba a estas horas no estaba allí, como si se hubiera tomado un descanso para permitirme cenar con normalidad.

No solía cocinar porque tampoco solía comer demasiado, almorzaba en facultad los días de clase y compraba algo en el veinticuatro horas de la esquina cuando estaba libre y de humor. Pero esta vez intenté cocinar un sorprendentemente exitoso paquete de fideos que tenía allí guardados con un poco de salsa envasada. Me sentía bien, con el estómago lleno me acosté pensando en un futuro encuentro con aquella chica rosa que ahuyentaba mis tristezas con su presencia, encuentro que esperaba sea cercano.

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