Capítulo 3.

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Mi nombre es Phy.

Tengo diecinueve años.

Trabajo en una agencia que busca justicia sobre aquellos a los que la policía no se acerca.

Hace un año hubo una explosión que me quitó mis recuerdos.

No los he recuperado.

Bien es cierto que he tenido varios fogonazos de recuerdos, pero son recuerdos insignificantes, como el de una chica desconocida riéndose, la misma chica haciendo el pino, una mujer cantando, algunas fases del entrenamiento que tuve antes de empezar con las misiones... Nada realmente relevante.

Y, como Tess predijo, todo el mundo está demasiado ocupado como para prestarme atención, así que he podido dedicar mucho tiempo practicando para volver.

No me conozco mucho, pero tanta inactividad, me tortura.

Estuve durante los tres primeros meses encerrada en mi casa, buscando algo que me hiciera recordar, cualquier resto de una vida, pero no había nada. Excepto informes. Así que durante día y noche, estuve ojeándolos, verificando que lo que hacía estaba bien. Vi que mi última misión era asesinar a un tal Edward Mufford. En esa misión ocurrió todo.

No fue hasta después de medio año cuando volví a visitar a Tess, y me descargué con ella, le conté todo lo que sentía, creo que la elegí a ella porque sabía que no iba a tener lástima.

—Con el tiempo lo recuperarás todo —me dijo.

Pero no.

Hace dos meses, cuando consideré que estaba lista para volver a enfrentarme a mi antiguo trabajo, se lo dije a uno de los jefes que lo llevan todo, y él me dijo que me harían una especie de prueba de aptitud para saber si estaba en condiciones. 

Me estoy preparando para ir.

No sé cómo entrenaba antes, pero ahora he optado por unos pantalones elásticos negros y una camiseta ancha. Con lo que más cómoda estoy. Con lo que mejor me muevo.

Suspiro y salgo del apartamento con el estómago revuelto. Nerviosa. Sé que quiero seguir ayudando a los demás, sé que quiero defender a los débiles antes que a los fuertes, y siento que si esa prueba de aptitud no acaba conmigo volviendo a mi trabajo, acabaré destrozada, porque es lo único que sé hacer.

Nadie vino ese día en el hospital, hace un año, ni al siguiente, ni al siguiente... Nunca llegó nadie, por lo que ahora sé que estoy tan sola como pensaba. Demasiado implicada en mi trabajo.

Los únicos amigos que tengo son Tess, Charlie y Suzanne, que por cierto, no es mi mejor amiga, como ella me había dicho. Me irrita, en realidad.

Mi casa está cerca de la base, así que no tardo ni diez minutos en llegar. Cuando entro, algunos me miran con curiosidad, otros con lástima y otros con indiferencia. Les ignoro a todos.

Me acerco a una puerta con un cartel sobre ella en el que se lee «Sala de entrenamiento 5», allí me han citado.

Según Charlie, es una de las salas que se utilizan solo determinadas veces, las otras salas son más accesibles, pero la 5 está prohibida a menos que te citen allí. Por eso nunca he entrado, no en este año, al menos.

Abro la gran puerta de hierro, doy un paso dentro de la sala y la vuelvo a cerrar. Me tiemblan las manos, así que las oculto detrás de mí.

—Phy —dice la voz de un hombre, y no le veo hasta que subo la mirada hacia unos palcos que hay a la derecha—. Número de expediente 864.

El hombre que ha hablado es alto, delgado y con el rostro cansado, tiene los ojos oscuros y el pelo canoso, no parece muy activo, va vestido de traje negro y corbata de rayas. A su derecha hay una mujer con el pelo rubio recogido en una coleta, tiene el rostro serio, concentrada, y me da la sensación de que no se pierde ninguno de mis movimientos, sus ojos fríos me siguen, va vestida de una forma parecida a la mía. Al otro lado hay un chico joven también, tiene el pelo oscuro, y los ojos entrecerrados, de forma que no soy capaz de ver de qué color son, tiene las manos apretadas en puños, y también viste con ropa parecida a la mía. Sentado en una butaca, en la esquina del palco, hay otro hombre, vestido con ropa más casual que el primero, aunque no parece mucho más joven que él, me mira ladeando la cabeza a la derecha, examinándome.

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