Capítulo 2.

50 13 0
                                    

Me llamo Phy, tengo dieciocho años y trabajo para una agencia que se encarga de aquellos de los que el gobierno no se atreve. Pero eso no está en mi cabeza, es algo que me acaba de decir una chica que dice ser mi mejor amiga, aunque el chico con el que iba, la ha mirado muy raro después de eso.

No conozco a esos chicos de nada.

La chica, Suzanne, es alta, rubia y de ojos cafés, es muy guapa y muy delgada, además, su sonrisa parece amable aunque podría falsa, ahora mismo estoy demasiado confundida como para asegurar nada.

Según me han dicho, llevo varios meses en el hospital, al parecer, en una de mis misiones, explotó una bomba y quedé malherida. No saben quién la detonó, ni por qué, aunque sospechan que los que lo hicieron no querían que me encargara de esa misión. Eso me hace sentir algo raro.

Después de decirme todo eso, han salido de la habitación, como si así pudiera absorber la noticia mejor, pero no es así. Tengo preguntas, ¿por qué no me acuerdo de nada? Por muy fuerte que fuera la explosión, algo tendría que haber quedado grabado en mi cerebro, como leer. Tengo claro que sé leer. Sé qué idioma es. Sé las cosas básicas, pero no hay nada más en mi cabeza. No sé cuál es mi comida favorita, ni si la tengo. Ni siquiera recuerdo cómo es mi cara.

Una enfermera entra. Sé que es enfermera porque va vestida de verde claro, antiséptico, y porque me pregunta cómo me encuentro.

—Me duele la cabeza —confieso.

—Es algo normal —me asegura—. Después de lo que tus amigos te han contado, vas a tardar en recuperar la memoria que te falta, ya recordarás todo con el tiempo, no debes forzarlo.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora? —me pregunto a mí misma.

—Asimilarlo todo —responde ella.

Me quedo en silencio.

Tiene razón, tengo que asimilarlo. He perdido mis recuerdos, y tendré que construir unos nuevos, pero ¿cómo? Parece muy difícil.

—Tengo que cambiarte las vendas, ¿puedes levantar el brazo? —pregunta con voz cordial.

¿Vendas? Puede que haya estado tan inmersa en el mar de preocupaciones que ni siquiera me había dado cuenta de que llevara vendas. Aunque si llevo meses aquí, ¿por qué sigo llevando vendas? A pesar de eso, levanto el brazo.

La enfermera empieza a desenrollar la venda del brazo, lo hace con cuidado, profesionalidad y eficacia. Cuando ya nada me tapa esa herida, y puedo verla, me produce una sensación extraña en el estómago. No es asco, es otra cosa que no consigo nombrar.

—¿Por qué está vendado? —pregunto mientras ella me desinfecta la herida.

—No tuviste suerte, tu doctor era bastante inútil —murmura—. Se te han saltado demasiadas veces los puntos, temíamos que se infectara así que lo vendamos.

Asiento, aunque siendo sincera, no lo entiendo del todo. Me muerdo el interior de la mejilla y la miro.

—¿Me podrías hacer un favor? —pregunto, y ella me mira, esperando a que hable—¿Puedo verme?

Ni se lo piensa antes de asentir. Saca un espejo de un cajón cerca de la cama y me lo enseña. Al principio, tengo miedo de mirar, de lo que pueda encontrarme, pero luego miro. Estoy pálida, mis ojos son marrones, mis labios carnosos y mi pelo negro. Tengo un lunar en la mandíbula, y otro en la sien. Nada resalta en mi cara salvo una cicatriz que me cruza la mejilla izquierda. Puede que fuera guapa antes de tenerla, pero ahora solo puedo pensar que eso es por intentar matar a alguien. Una misión.

Me toco la cicatriz con la yema de los dedos.

—Un trozo de pared —me dice la enfermera, en voz baja.

—¿Hay más?

—Unas cuantas. En los brazos y los hombros.

Suspiro y me recuesto de nuevo en la cama. Tengo miedo de lo que pueda encontrarme cuando me desnude.

La enfermera se acerca a mi cama y se sienta a mi lado, dando un largo suspiro y con la sonrisa borrada.

—Mi nombre es Tess —me dice—. No te voy a decir que siento lástima por ti, en realidad no la siento, hay cosas peores que perder la memoria. Pero dentro de tres horas, vendrán unos hombres que te llevarán a tu casa, donde estarás sola, porque todo el mundo estará muy ocupado como para prestarte atención. Puedes contar conmigo cuando te pase eso, ¿vale?

Asiento, mirándome las manos, que están en mi regazo. Me alegro de que no sienta lástima por mí. Sé que no me gusta que la gente sienta lástima.

Tess me sonríe, se levanta, y sale de la habitación.

Me da miedo pensar en que nadie aparte de esos chicos que me han visitado antes, se preocupe por mí. ¿Tan horrible era que a nadie más le importa que haya despertado? A lo mejor era demasiado buena en mi trabajo, a lo mejor me apartaba de la gente, a lo mejor no tengo a nadie.

O a lo mejor tengo a alguien, a alguien que me conoce bien y sabe que no quiero su lástima, y por eso no viene, porque es lo único que me puede dar ahora. En ese caso, ese alguien es un idiota.

Me pregunto por mi infancia, intento pensar en los libros que leí, pero no lo recuerdo, intento recuperar el momento en el que me uní a ese sitio, pero tampoco aparece.

Incertidumbre.

Es lo que he sentido antes, cuando Suzanne y Charlie me han contado mi vida. Esa que he olvidado.

¿Quién fue?

¿Por qué lo hizo?

¿Quién soy?

¿Por qué lo hago?

No me cuesta creerme que empecé a hacer este trabajo porque suponía acabar con las injusticias que la policía dejaba pasar. Lo que no entiendo es por qué lo hice tan pronto. Según me han dicho, tengo dieciocho años. A los dieciocho años, una persona no debería haber matado. A los dieciocho años, una persona no debería saber cómo matar.

Cierro los ojos y busco por mi memoria, imaginándome que es un largo pasillo con puertas, pero cuando abro una puerta, vuelvo a estar en el pasillo.

Suspiro y me vuelvo a mirar en el espejo.

¿Por qué siento como si fuera una desconocida? En realidad lo soy. Me desconozco a todos los niveles, y lo poco que sé de mi vida puede ser una mentira que se hayan inventado estos chicos.

PHYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora