Capítulo 5.

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Me encuentro de nuevo en la sala de entrenamientos 5, el hombre de traje y el casual, vuelven a estar allí, en el palco, pero Shea y Colton ya no están con ellos, supongo que es porque no les necesitan ya pasada la prueba de ataque cuerpo a cuerpo. Me alegro de que no haya más personas de las necesarias.

—Primero probaremos tu puntería con las armas de fuego —me indica el hombre trajeado—. Sabemos que no estás en plenas facultades por la pelea de ayer, pero así la prueba tendrá más fiabilidad.

Aprieto los labios. Más fiabilidad, quieren saber cuáles serían mis peores resultados, y eso no me da buenas vibraciones.

—A lo que el señor Cushion se refiere, Phy, es a que en una misión, no usarás tu arma estando en perfectas condiciones —intenta explicar el hombre casual.

Me pone nerviosa que hablen como si me conocieran, como si hubiéramos trabajados juntos desde siempre. Probablemente lo hagan, pero yo no sé quiénes son, y nada me da una pista de lo que fuimos.

—Puedes empezar —indica Cushion.

En la pared que tengo en frente hay un cuerpo de goma espuma con una diana pintada en él, y a mi lado hay una mesa de metal con una pistola y algunas balas. Me muerdo el interior de la mejilla. He practicado muchas veces con la pistola, pero nunca con el cuerpo entumecido, como lo tengo ahora.

A pesar de que nunca lo he hecho, sé que es muchísimo más difícil, el simple movimiento de apuntar duele, y aguantar el retroceso debe ser un suplicio.

Cargo la pistola sin mucha prisa.

Apunto, suspiro y disparo.

La bala no da en el centro de la diana, que es donde he intentado apuntar, sino a una esquina, donde estaría el hombro. No sirve.

Apunto otra vez, cojo aire, lo suelto y disparo. Esta vez, la bala da en lo que sería el estómago. La segunda línea empezando por el centro. Esto sí que puede servir en un enfrentamiento real.

El metal de la pistola hace que me cosquillee la palma de la mano con la que la sujeto. Me doy cuenta de que me tiembla el pulso y lo disimulo agarrando la pistola con las dos manos, además, así no sentiré el retroceso con tanta fuerza.

Doy en el centro después de unos cuantos tiros más, y cuando me acostumbro al peso, el retroceso y el tacto de la pistola, ya no me alejo mucho de allí.

Cuando se me acaban las balas, estoy respirando agitadamente, y la adrenalina y la energía me recorren como si mis venas fueran una autopista de múltiples sentidos. Siento un cosquilleo en la punta de los dedos que me activa. Miro hacia el palco y veo que los dos hombres me miran fijamente.

—Muy bien, 864 —dice Cushion, por alguna razón, no suena como si me estuviera felicitando de verdad.

La sala se queda en silencio un minuto hasta que el hombre casual, que todavía no sé su nombre, tome la palabra.

—El tiro al blanco es relativamente fácil, y es algo a lo que probablemente te enfrentes pocas veces —la afirmación es rotunda, sin aceptar réplicas—, por eso necesitamos ver tu habilidad con blancos en movimiento.

—Señor —murmuro—. ¿Por qué quieren que acabe la prueba si están seguros de que no me van a dejar volver?

Me mira seriamente, como si realmente se considerara contarme la verdad, pero luego aprieta los labios.

—Atenta a los estímulos —me responde el hombre.

Disparo hacia un muñeco de gomaespuma que, al igual que el otro, tiene una diana dibujada en la parte delantera. No me paro a ver dónde he acertado, sino que me vuelvo y disparo hacia otro muñeco que avanzaba hacia mí.

Son ruedas lo que guía a los muñecos, y tendrán un control remoto. Una simple mirada hacia el palco me hace ver que, ciertamente, esos dos hombres controlan los muñecos, así que me atacarán donde menos protección tenga. Es como si la prueba buscara todos mis defectos, y al parecer, uno de los míos es el de no prestar atención a los estímulos que me rodean.

Disparo a un muñeco que me viene de frente, y me giro, suponiendo que alguno va a venirme por la espalda. Me equivoco, pero veo movimiento a mi derecha. Disparo. Otro muñeco se me acerca por detrás y me giro rápidamente, luego disparo. Otro. Otro. Otro. Me duelen los brazos de sujetar el arma tanto rato, y si antes me dolía respirar, esto es una tortura. Vuelvo a disparar hasta que el muñeco cae al suelo, soltando algunas chispas. Es el primer indicio de que pueda pararlos. Sonrío para mí y disparo al siguiente robot en el motor y así, uno a uno, van cayendo.

—Muy lista —el hombre casual sonríe.

—No, Adams. Has estropeado nuestros blancos —me reprende con el ceño fruncido, alternando la mirada entre su compañero y yo.

—Ha encontrado la forma de pararles. Es lista —comenta el hombre casual, y luego me mira—. ¿Qué tal se te dan los cuchillos?

Me encojo de hombros sin mostrar ninguna expresión en mi rostro.

—No se me dan mal.

Adams sonríe, pero Cushion solo aprieta los labios en una línea recta. Puede que le irrite un poco.

—Ven mañana a las diez, seguiremos con la prueba, ya has hecho mucho por ahora... Y ponte hielo —dice Adams asintiendo, y sin borrar la sonrisa.

—Puede terminarla hoy —dice Cushion.

—Ha matado hoy a seis de nuestros robots, después de un desmayo y con el cuerpo machacado. Dale un respiro.

Cierro los ojos agradeciendo mentalmente que el tal Adams no sea tan duro como Cushion. Me duelen los músculos y el costado me da pinchazos aún más dolorosos.

Antes de ir a la prueba, la hinchazón del ojo ya había empezado a bajar, y ahora he recuperado casi toda la visibilidad, es algo de lo que me acabo de dar cuenta.

Los dos hombres salen por una puerta de la parte trasera del palco y me quedo yo sola en la sala de entrenamiento.

Me masajeo los nudillos, notando rugosidades de las costras, por la pelea y salgo de allí.

Cuando llego a casa, me dejo caer pesadamente en el sofá, y un pinchazo que me recorre todo el cuerpo, me recuerda que no puedo hacer ese tipo de movimientos de forma brusca. Suspiro. Físicamente me siento agotada, pero psicológicamente estoy llena de energía, como si mi consciencia hubiera tomado cafeína y estuviera dando vueltas por todos lados. Es como si todos mis sentidos se hubieran despertado.

Y sé que es mi instinto. Como si hubiera nacido para ese trabajo.

Me levanto la camiseta delante del espejo, para observar el moratón que me seguramente habrá salido. Estoy en lo cierto. Tiene una forma alargada y me llega hasta la cadera. El color varía según la zona, hay dos partes que están prácticamente negras, es donde me pegaron las patadas exactamente, alrededor, el color va tomando un tono más violáceo y luego se vuelve amarillo verdoso. Aunque se ve peor de lo que se siente.

Tess me ha dado una crema que se supone que acelerará el proceso de curación, pero no puedo ponérmela sin sentir dolor.

Un moratón en la cara disimula la cicatriz de la mejilla, y ciertamente, el ojo tiene un color negruzco, pero ya no está hinchado. Sí que me pongo la crema ahí.

Me tumbo en la cama con un gruñido de dolor y trato de pensar en mis recuerdos. Hago esto cada noche, intento recordar algo de mi antigua vida, normalmente no ocurre nada, pero esta vez, que he hecho algo que solía hacer, tengo esperanzas. Al coger la pistola durante la prueba, su peso y su retroceso al dispararla, me ha embargado un sentimiento de añoranza. No sé si ha sido exactamente porque mi cuerpo ha reaccionado a la forma conocida de la pistola, o por el hecho de que quiero recordar tanto que me imagino cosas. Espero que no sea eso. Espero estar, aunque sea, un paso más cerca de descubrir lo que me pasó y por qué.

Antes de darme cuenta, me he quedado dormida.

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