Capítulo 13.

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n/a: Quiero acabar de escribir la historia de una vez (creo que lo merezco después de varios años peleandome con ella) así que voy a sacar la artillería pesada, en los tres cuadernos de la foto de multimedia 👆 hay ideas y planes para la historia, y el primero se remonta a 2013-2014, que genial todo.

Cuando doy por terminado el entrenamiento, todos salen de la sala, sudorosos y algunos un poco doloridos. Me fijo de que Amber y Juls guardan las distancias, pero ninguna de ellas se aleja del grupo general, donde Joseph y Dorian mantienen una charla animada, y Louis y Pete cuchichean y ríen. El único que va por detrás del grupo es Kian.

Cuando está a punto de salir por la puerta, se gira y me mira. Nuestras miradas se encuentran.

—Tienes potencial —no puedo evitar decirle—. Es algo que tienes que trabajar, pero esto se te da bien.

Él sonríe un poco, sin decir nada, aunque tampoco se marcha. Nos observamos y finalmente es él quien rompe el contacto visual.

—Gracias —dice—. No pareces acostumbrada a decir estas cosas.

—No suelo tener que decirlas.

Volvemos al silencio.

Empiezo a recoger las cosas y él se ofrece a ayudarme, pero yo declino su oferta y le digo que se vaya a casa, él asiente con los labios apretados y sale de la sala de entrenamiento.

Mientras recojo, intento pensar en algo que decirle a Charlie, una forma de advertirle del peligro que corre por esos archivos. Podría simplemente pedirle que parara, pero él se enfadaría y empezaría a decirme que tenía que averiguarlo todo respecto al accidente. Por alguna razón, parece como si Charlie se sintiera responsable.

Cuando salgo a la entrada de la Base, Charlie está allí, caminando con nerviosismo en círculos. Me extraña que todavía no le hayan mandado a una misión que cumplir, que no haya vuelto al trabajo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó acercándome a él.

—¡Phy! —exclama sobresaltado—. No te había visto, perdona. Estoy intentando hablar con McCallum. Es un secretario aquí, pero no ha aparecido en todo el día.

—Estará enfermo —supongo.

Por la forma en que Charlie me mira, sé que él ya ha sopesado esa opción, y que también la ha rechazado ya.

—¿Has intentado llamarle? —pregunto.

—No tengo su número —dice, haciendo crujir sus nudillos por el nerviosismo—. No somos amigos, él solo iba a darme unos códigos que necesito.

Miro a mi amigo y suspiro.

—Charlie, esos archivos que estás mirando... No te conviene hacerlo —digo—. Colton me ha dicho que te ponen en peligro.

—¿Te ha dicho qué archivos estoy buscando? —pregunta Charlie, pero no me da tiempo para responder, porque él sigue hablando—: Claro que no te lo ha dicho, sería su seguridad la que peligrara si te dijera qué archivos quiere que deje de investigar.

—¿Qué buscas? —mis ojos buscan los suyos, pero él está mirando a nuestro alrededor en vez de a mí.

—Busco respuestas. Busco saber qué pasó en la misión, y por qué todo se arruinó.

Suspiro.

—Charlie, déjalo —le ruego—. Abrieron una investigación y no consiguieron nada, quienquiera que fuese, no ha vuelto a actuar. Si ellos no consiguieron nada, tú no vas a conseguirlo tampoco.

Él me mira, entrecerrando los ojos.

—Parece como si no quisieras que te ayudara, Phy —dice.

Esta vez soy yo quien entrecierro los ojos.

—No quiero que te pongas en peligro por ayudarme.

Charlie mira a nuestro alrededor y luego, por fin, me mira a los ojos.

—Colton tampoco parece querer que te ayude —dice, con la voz más serena que le he escuchado en días—. Ten cuidado de a quién brindas tu confianza.

—Si fuera por ti, cualquiera a mi alrededor sería un enemigo —le respondo, negando lentamente con la cabeza.

Charlie está paranoico, y eso le hace estar nervioso y sospechar de cualquiera, sobre todo de Tess y de Colton, que son los que más cerca se mantienen.

Le agarro de la mano y le obligo a sentarse en un banco que hay cerca. Le indico que respire profundamente y que intente calmarse, pero nada más pronuncio estas palabras, se levanta, indignado, y empieza a caminar en círculos.

—No estoy loco, Phy. Sé que piensas como todos los demás, pero no estoy loco, y tampoco equivocado.

Chasqueo la lengua y le miro por unos segundos. Supongo que incluso aquellos que no hablan con él, sienten el aire excéntrico que le rodea.

—No creo que estés loco —le digo seriamente—, pero sí que estás paranoico. ¿Hace cuánto que no duermes una noche completa, Charlie? —por su silencio, sé que hace demasiado—. Vete a casa y duerme un poco, olvídate de esos papeles. Déjalo.

—No puedo simplemente dejarlo, Phy —se lleva las manos a la cabeza y se revuelve el pelo con frustración.

—Me da igual, haz cualquier cosa para entretenerte, lee, haz crucigramas, pero deja este tema en paz o acabarás mal.

Sus ojos se clavan en los míos por unos segundos, y luego suspira. De repente parece derrotado, como si todo el cansancio de los últimos meses le estuviera afectando a la vez.

—Antes de que te despertaras en el hospital, te prometí que descubriría que había pasado. Un año después todavía no tengo respuestas y lo único en lo que puedo pensar es en que te estoy fallando, una y otra vez. Cada vez que me equivoco es como si te estuviera condenando a revivir lo que pasó, y me mata, Phy, me destroza.

Frunzo el ceño y le abrazo. Es algo que no he hecho en todo el tiempo que llevo despierta, y por la reacción tensa del cuerpo de Charlie, tampoco parece algo que soliera hacer antes. Aun así, tengo que encontrar la forma de decirle que no es su culpa, que no me está fallando, pero las palabras que se me ocurren parecen inútiles tras su confesión.

Así que simplemente le abrazo, y él, a los pocos segundos, envuelve mi cuerpo con sus brazos, y apoya la mejilla en mi cabeza.

—Suzanne estaría celosa —murmura después de un rato, sin moverse—. Ella solía estar todo el día detrás de ti, intentando ser cariñosa, pero creo que a ti no te gustaba demasiado ese rollo.

No puedo evitar reírme un poco.

—Suzanne parece ese tipo de persona.

Con un suspiro más, se separa de mí, y me mira a los ojos con intensidad, yo le sostengo la mirada y espero a que encuentre las palabras que parece estar buscando.

—Voy a parar de buscar cosas —dice con desgana, y yo asiento—. Pero tú me tienes que prometer que vas a tener cuidado, y que no confiarás en nadie. Solo puedes confiar en ti misma, Phy.

Intentando aligerar el ambiente, le pregunto con tono burlón:

—¿Ni si quiera de ti?

—De mí mucho menos —suelta algo parecido a una carcajada—. ¿No lo has oído todavía? Estoy loco.

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