Capítulo 4.

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Me ha pasado varias veces durante el último año. Los recuerdos me asaltan, y no estoy acostumbrada a bloquearlos, y tampoco quiero hacerlo. Este es uno de los recuerdos más significativos que he tenido. Colton era mi instructor, debía saber cuáles eran mis puntos débiles, y no lo aprovechó. Por otro lado, no se molestó en visitarme, podría ser una forma de disculpa, o podría ser que simplemente actuara como un verdadero atacante, como si no supiera nada de mí.

Estoy en mi casa, y no en el hospital de la base, porque Tess insistió en que lo único que tenía que hacer era descansar, y que eso lo podía hacer en mi casa. Me ha prometido que en cuanto acabe su turno, vendrá a hacerme una visita.

He evitado los espejos desde que he llegado. Seguramente tendré toda la cara magullada y varios moratones, no es algo que quiera ver. Me cuesta abrir el ojo izquierdo, en realidad, no lo puedo abrir del todo, lo que me dice que está hinchado, y me hace preguntarme en qué momento me dieron en el ojo, probablemente fuera mientras estaba sumida en mi recuerdo.

Me duele el costado al respirar, y no puedo incorporarme sin tener que agarrarme el estómago, pero de alguna forma, este dolor me hace sentir bien. Es como si mi cuerpo hubiera anhelado los moratones.

Llaman a la puerta. Maldigo mientras me levanto, no estoy acostumbrada a recibir golpes, y eso es lo malo de entrenar con un saco de boxeo. Me cuesta respirar, pero no es algo de lo que pueda prescindir.

Cuando abro la puerta, me encuentro con Colton, tiene un moratón en la mejilla, pero ni de lejos está tan magullado como yo.

—Phy —murmura con nerviosismo.

—¿Pasa algo? —pregunto al ver que no me dice nada más.

—¿Puedo pasar?

Me hago a un lado, sujetándome el costado, y le dejo entrar. Parece incómodo en esta situación, pero creo que intenta ocultarlo. Se sienta en una butaca y yo me quedo de pie, desechando la idea de sentarme por el simple hecho de que después, tendría que levantarme.

—Me han mandado aquí para que te diga que, aunque no podrías participar en las misiones, quieren que termines las pruebas —me dice.

Siento como si el mundo se me cayera encima. No puedo volver. No conozco nada más allá del complejo, pero eso no les importa a ellos.

—¿Por qué seguiría con la prueba si ya sé cuál es la respuesta? —pregunto tragando saliva.

—Porque no te han dado por perdida todavía.

Cierro los ojos y dejo escapar un profundo suspiro, lo que me provoca pinchazos en el costado. No estoy del todo segura de lo que quiere decir eso de que no me han dado por perdida, salvo que no me van a dejar a mi suerte. Eso es bueno, pero sigo sintiendo un peso en el pecho.

—Eras mi instructor —digo, antes de acobardarme—, cuando empecé aquí. Lo he recordado durante la pelea.

Él me mira penetrantemente, sigue nervioso, y hay algo en su mirada que no resulta normal, pero no estoy segura de qué es.

—Sí.

—¿Éramos amigos? —pregunto.

En vez de responder, él me sigue mirando. Me está examinando, la suya parece una mirada crítica. Chasquea la lengua y se encoje de hombros, intentando parecer casual, aunque se le escapa una mueca de dolor.

—¿Y? ¿Lo éramos? —insisto.

—Sí, éramos amigos —dice finalmente.

Frunzo el ceño porque no soy capaz de entender por qué, si era mi amigo, no vino a verme al hospital; por qué, si era mi amigo, no le he conocido hasta que ha pasado un año y por qué; si era mi amigo, me ha pegado esa paliza con tanta crudeza.

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