23- La mayor Ironía del mundo

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El edificio luce igual que como lo dejamos en la mañana, a pesar de que es de noche y de que en nuestra caminata de regreso nos encontramos con varias de esas cosas y tuvimos que comer una rápida cena bajo la lluvia; el edificio luce igual. Algunas cosas se mantienen rígidas en sus puestos como si el mundo en medio de su apocalipsis decidiera que afectarlas no vale la pena ni por un segundo, esa es ahora la mayor ironía del mundo.

En realidad no comprendo porque en mi interior deseaba toparme con algún cambio cuando regresáramos, los cambios que como grupo dejamos en las cosas suelen ser destructivos por lo que al encontrar estas viejas paredes con puertas medio resistentes en pie me hace sentir menos cansada.

Entramos uno seguido por el otro y estoy bastante segura de que todos deseamos las mismas tres cosas; una comida decente, ropa seca y un lugar para dormir.

—Nos alcanzará apenas para llegar a la siguiente cuidad –dice Nicholas cuando la pregunta se queda en los rostros de Maggie y Jade que no se atreven a preguntar en voz alta cuánto durará el combustible que hemos encontrado.

—Nosotras recogimos algunas raíces y tenemos agua almacenada como para unos tres días –nos comunica Maggie sin inmutarse por nuestros largos silencios cargados de cansancio.

Las maletas están casi listas, nos llevaremos más cosas de lo necesario pero ese es un hábito que hemos conseguido con el tiempo, entre esas cosas siempre destacan los libros que por un tiempo nos entretienen y por otro nos calientan cuando se tienen que usar como la única hoguera –lo que a nadie le gusta– y esta vez le sumamos armas a nuestro cargamento, unos palos de golf modificados para que sean punzocortantes deslumbran como los más efectivos y en el rostro de Glenn puedo ver las ganas que tiene de usarlos pronto. Tenemos nuevos cuchillos con la misma falta de filo que los anteriores y ropa, contamos con prendas en buen estado que tal vez nos mantengan calientes mientras continuemos con nuestra meta.

La cena se sirve apenas nos acomodamos en el salón con ropa seca y un poco menos del frío con el que tuvimos que lidiar toda la tarde.

—Como en una semana creo que podremos ver caer copos de nieve –dice Saúl de la nada, en el salón iluminado por unas velas muy gastadas y un viejo candil.

—Por eso deberíamos quedarnos –dice Runa bajando la cabeza sabiendo que alguna mirada acusadora va a caer sobre ella por ese comentario.

—Yo quiero irme –afirma Anna—. Necesito saber que el grupo de Rick está bien, que mi hermano está con ellos y que podemos estar a salvo todos juntos.

Ella le da una ojeada al lugar como si acabara de escuchar a alguien llamarla por algún lado del gran salón, pero nadie lo ha hecho y algo me dice que la reciente muerte de Simón la está atormentando demasiado.

—También quiero irme –dice María—. Este lugar nos está dando mucha confianza, nos hace empezar a ver las cosas de otro modo.

— ¿De qué modo?

—Uno tranquilo, uno sin complicaciones pero el mundo es difícil y debemos estar pendientes de eso todo el tiempo –responde ella a mi pregunta. Nadie agrega nada, nadie va a quedarse atrás sin importar cuán cómodos sean los sofás, cuan cálidas se vean las habitaciones, que tan amplia aparente ser la cocina o que tan lindos puedan verse los muebles cuando el sol del atardecer atraviesa las ventanas y lo cubre todo.

Nada de este buen lugar importa si vamos a tener nuestra mente puesta en un objetivo mayor, en uno que prometimos alcanzar de inmediato y no varias semanas después.

Respirando entre los muertos - TWDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora