14 Cerezas - De Ilan Black y otros tormentos

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Camino pensativa hacia su armario, buscando algo que resultara cómodo para poder vestirse en ese día, miércoles.

Como era de esperarse, no había dormido en toda la noche.

Había intentado llorar, cosa que terminó resultando ser bastante patético. No había podido descargar todos aquellas emociones que sentía dentro de si por medio del llanto, entonces pudo percatarse de que en efecto, eran muchísimo más fuerte los sentimientos basados en rencor e indignación además de decepción, que el reconcomio de dolor o agonía que también sentía por dentro.

Por lo que, al final de la noche anterior, terminó por descargar toda su furia y su impotencia interior, contra los distintivos objetos que encontró dentro de su habitación. Sus pertenencias volaron de aquí para allá y casi sin cesar por más de una hora, hasta que Charlotte, entre consternada y acongojada por los ruidos provenientes de la habitación de su hija mayor, tuvo que intervenir a media noche, con un insistente golpeteo a la puerta de madera que cubría perfectamente la entrada de la habitación de Danderella.

La muchacha pelinegra tuvo que aclarar su voz de manera silenciosa, y esto con el fin de que su madre no tuviese otra excusa, además de los ruidos estremecedores provenientes de su cuarto, para que pudiese pensar que algo andaba mal con ella o sus conexiones.

—Estoy bien, no tenía sueño y solo practicaba para mi clase de danza. —Dijo sin abrir la puerta, y consiente de que de hecho, no llevaba ninguna materia relacionada con el baile, pero manifiestamente su madre no estaba enterada —Y sabes que soy pésima para ello —Añadió, procurando excusar a los ruidos que habían prorrumpido seguramente, por toda la mansión y claro, gracias a solamente ella. Y bueno, también a Alan.

Después de otras cuestiones casuales más y algunas insistencias, Charlotte había desaparecido por el pasillo, y había vuelto a su solitaria habitación sin exigirle nada más que un poco de orden y silencio.

Después de que su pertinaz madre hubiese vuelto a su respectivo lugar de descanso, ella decidió calmarse un poco, dándose cuenta por fin que ya había sido suficiente de tanta descarga  de sobreexcites por medio de esos métodos tan pueriles; se dio una ducha de agua muy caliente y se arropó con el cobertor de su cama, hasta el cuello.

No pudo dormir adecuadamente, por supuesto. Y cuando al fin pudo conciliar el sueño de manera breve, se vio a si misma despertándose un par de veces en la madrugada, por algunos sonidos extraños que provenían –no estaba muy segura- si de su habitación o del otro lado de la única ventana que se encontraba en esta misma.

“No existen los fantasmas, ni los espíritus de exnovios, ni cosas sobrenaturales” se regañó un par de veces, hasta que por fin sus pensamientos cedieron, dando paso a la sencilla posibilidad de un Alan y su pandilla rondando por su vecindario para secuestrarla, o de la simple ventisca ambiental arremetiendo contra su ventana, que comenzaba a divertirse muchísimo fuera de su casa, tan solo con el simple hecho de saborear la angustia que la muchacha había pasado por sus simples y tontas especulaciones.

Negó con la cabeza cuando recordó la malísima pasada que había sufrido el día anterior, y le volvieron los calosfríos.

Terminando de cambiarse apresurada, bajo hasta la cocina directo a su refrigerador y optó por una fruta fresca como representante de su ligero desayuno y, cuando giró hasta la barrita de la cocina, se encontró con los ojos verdes de su malintencionada hermana, escrutándola de manera profunda e indescifrable, y en otros zapatos o para otras personas, tal acción por parte de la ojiverde menor, tal vez hubiese resultado incómoda. Aunque de hecho, en Danderella no causara ese efecto para nada.

—Buenos días, Rachel —Soltó con parsimonia solo para tratar de ser educada, y de igual forma, con la intención de esquivar el futuro silencio incómodo que notó muy a tiempo, que estaría a punto de surgir entre ambas.

Cerezas Negras (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora