24 Cerezas - Confesiones que matan

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Cuando su profesor de Orientación Educativa le llamó esa mañana con las nuevas noticias, dos preguntas se maquinaron rápidamente dentro de su cerebro.

Una. ¿Cómo rayos Steven Pickels había conseguido su número telefónico? Y Dos. ¿Por qué mierda estaba obligada a asistir al viaje escolar del día siguiente?

Pickels había dicho que sólo tenía que recolectar las cosas necesarias para el viaje, jamás había mencionado que ella también tenía que asistir a él. Era ridículo. No quería unas vacaciones con un montón de personas con las que no socializó en todo el ciclo, y mucho peor: no quería un viaje escolar sin Alan.

Pero por supuesto, esa mañana en la que terminaba la lista de cosas que su profesor le había entregado telefónicamente, terminó en la completa resignación.

No sabía de qué era capaz Pickels para lograr lo que quería, y ella tampoco estaba en condiciones de quejarse.

Bufó. Recordó sus uñas enterradas en la grasosa piel de Dánica Aley y se sintió un poco mejor. Ella se lo había ganado al fin y al cabo.

—Creo que es todo —Murmuró, antes de guardar la lista en el bolsillo de su suéter verduzco y suspirar. Retrocedió unos pasos antes de girar y entonces se encontró con un duro pecho golpeándole la barbilla.

—Lo siento —Murmuró, antes de levantar la mirada y retroceder instintivamente.

Y ahí estaba. Impecablemente hermoso. Casi perfecto; excepto por su sonrisa maquievélica y sus ojos burlescos para matar la increible visión, por supuesto.

—Hola —Le dijo él  hablándole a sus labios, puesto que no estaba viéndola precisamente a los ojos.

—Hola —Alcanzó a balbucear antes de que todo el aire contenido se disparara en varias direcciones cuando él inclinó su cabeza hacia ella en un rápido movimiento.

Apretó los párpados fuertemente, sufriendo física y emocionalmente cuando él depositó solamente un ligero, casto y vergonzoso beso en su mejilla.

Se mordió el labio, apartando la mirada. Esperaba algo más. Algo mucho más.  Y él lo sabía, y sus dientes alineados perfectamente y sus labios estirados por toda la estrechez de su cara confirmaban que él, como siempre, sólo quería abochornarla.

— ¿No vas por la vida chocando con chicos apuestos a propósito, verdad?

Danderella rodó los ojos y apretó los labios para no sonreír. — ¿Qué estás haciendo por aquí? — Le cuestionó ignorando su pregunta, cuando realmente quería patearlo fuertemente en la espinilla y besarle hasta la muerte después. Si, frente a toda esa gente. ¿Qué más daba?

Alan se encontraba a un escaso metro de distancia de su persona, pero por supuesto que para ella, para sus ansias y corazón, ese pequeño trecho venía siendo cuatro veces más grande.

Había sentido un vacío tan grande de repente, pero este no tuvo tiempo de presentarse completamente para cuando Alan se había encargado de llenarlo en un santiamén; en el lapso en que su mirada profunda y su sonrisa burlesca acortaron distancias y se encontraron más que a un suspiro de viaje a su rostro bañado en carmesí.

Cerezas Negras (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora