Si su cerebro seguía funcionando con normalidad y si las continuas atrocidades en su rutina no la habían vuelto loca o de plano un poco sorda...
Número uno, Charlotte, quién había huido por la puerta principal a corridas, le había pedido el divorcio a Félix Haynes un minuto atrás. Si y que, número dos, este mismo no era su padre.
El que la repudiaba tanto, que volvió casi imposible su adolescencia, ese que nunca se tomó la molestia de ocultar su notorio favoritismo hacia Rachel, su ahora media hermana menor, y ese que mucho menos ocultó el profundo odio que sentía hacia su persona tampoco. Hacia ella.
Ese que siempre le dio una desconfianza monumental, ese a quien nunca llegó a comprender y ni siquiera querer como a un familiar se debería. Motivo por el cual se había estado torturando la mayor parte de su vida por creerse tan mala hija, por creerse tan mala persona y por creerse tan insensible y egoísta. Por no quererlo como tal.
Pero cuando su cerebro ya se estaba dirigiendo hacia la salida, no había otra cosa que ocupara la totalidad de sus pensamientos sino Charlotte. No Félix. No su no-padre, ni su no-cien porciento hermana. Sino su madre. Que esperaba que si fuese la verdadera en realidad.
Y entonces temió, por primera vez en su vida, que todo eso que creía, que todo eso que había estado dentro de su cabeza, dentro de sus ideologías y todo eso que le habían hecho creer a través de los años acerca de ella, de su procedencia y de su vida en su totalidad, no fuese cierto ni siquiera en un puñado de memorias. Toda una mentira.
Danderella Haynes no existía.
Danderella Danielle esperaba que sí.
Antes de salir por la puerta principal se tomó un segundo para mirar a Félix por un mísero momento, buscando algún atisbo de respuesta confiable dentro de sus ojos. Ojos en los que al final, no encontró ápice alguno de culpabilidad, compasión, o revelación alguna a tanta incertidumbre.
Pasó de largo por su lado, lo ignoro cuando le llamó a gritos repetidas veces y aceleró su paso con los nervios carcomiéndole las pocas neuronas que podrían luchar por existir dentro de su cabeza. El pánico la envolvió, impregnándole los sentidos, desconcertándola, acelerándole el ritmo cardiaco, trastornando su respiración y haciendo que saliera lo más rápido que posible de esa enorme y fría mansión que de un momento a otro, y sabía muy muy bien por qué, ya no se le antojaba tan familiar. En un sentido por completo literal.
***
Corrió para llegar con más rapidez hasta su auto y para así poder encontrar a Charlotte antes de perderle el rastro por completo. Se enfilo por la calle principal del pueblo y aceleró, sin otorgarle por completo el poderío a sus nervios para que así no pudiesen obligarla a abandonar totalmente la precaución.
Estaba demasiado alterada, un paso en falso podría causarle otro accidente, que podría empeorar el estado de su cabeza, puesto que el golpe que había recibido aún permanecía ahí, recordándole de vez en cuando en pequeñas punzadas de dolor, que estaría en ese lugar por mucho más tiempo del que ella esperaba. Además cabía la posibilidad de herir a alguien más en algún choque automovilístico, así que finalmente se decidió por regular la velocidad, estrechando los ojos para encontrar con más facilidad el auto de su madre. Sin embargo, la oscuridad se negó a aliarse con ella, y no le permitió obtener una buena perspectiva de las calles que iba dejando atrás.
Cuando hubo de buscar en, prácticamente todo el pueblo, estuvo a punto de darse por vencida y regresar, puesto que era completamente seguro que Charlotte había salido de Goldville, e intentar dar con ella a partir de esto resultaría ser más o menos el mismo procedimiento que el buscar una aguja en un pajar.
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Cerezas Negras (En edición)
Teen FictionDanderella siempre creyó que para describir a su vida necesitaría de una sola, corta y pequeña palabra: CAOS. Pero por obvias razones, eso fue antes de que Alan -problemas- O'conner apareciera en su vida y le mostrara lo que caos realmente significa...