Lección diecisiete: Las leyendas revelan...

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Milán deja de correr tras de mí, las gotitas de sudor bajan por mi cara pegando unos cabellos a mi frente.

Ella jadea buscando aire, ni siquiera hemos subido demasiado la intensidad, pero el que ambas llevamos un conjunto deportivo con sudadera cuando el sol está en su punto máximo, no ayuda.

Lo sé, lo sabemos, no fue la mejor idea que hemos tenido, pero para ser sincera, estoy aquí por lo mismo. Para tratar de quitarse el calor termina por echarse aire con una hoja... que ni idea de donde salió porque el árbol más cercano esta como a unos ocho metros y el lugar está muy limpio para que la encontrara tirada. Sacudo la cabeza, dejando de pensar en una hoja y centrándome en la chica que pasa por delante de nosotras con un par de cajas sujetadas por listones grises y rojos, muy parecidos a el uniforme del internado.

Ni siquiera conozco el lugar donde estoy, Milán insistió en traerme después de soltar vagamente que salgo a correr, ella no es muy fan, pero quiso intentarlo y ahora, si ella no consigue dejar de jadear no creo que pueda regresar sola.

Apenas alcanza a dar unos pasos cuando termina por tirarse al piso, me lanza una mirada llena de "Es tu culpa" pero sabemos que yo no la obligue, me dedico a resoplar mientras la acompaño en el piso, el pasto debajo de mi humedece un poco mi ropa solo que deja de importar cuando cierto árbol capta mi atención... ¿cómo un árbol de cerezas crece en medio de árboles normales y nadie lo ve?

No es como si no fuera muy distinto, pero si prestas atención, lo notarás. El resto del lugar es como un sendero casi interminable, o quizás me parece así porque Milán se detiene cada tanto hasta que hemos llegado a este punto, el camino es pavimento rocoso que da la sensación a que si te caes puedes lastimarte, pero en realidad es liso. La chica que hace unos segundos pasaba por aquí, ahora se encuentra caminando rumbo al cerezo, tanteo con mis manos una parte sólida del piso para impulsarme y levantarme, ver que hay en ese árbol o porque si quiera está.

Pero nada de eso sucede porque la mano de Milán se aferra a mí.

—Quédate aquí.

—Solo iré a caminar —me excuso.

—Eso es mentira, he visto lo que quieres hacer —palmea el pasto sin mirarme. —Vamos, te cuento lo que quieres saber, pero debes de quedarte aquí.

Renue a lo que quiero, vuelvo a su lado sin querer perder de vista a la chica del listón.

—¿Que está haciendo?

—Su trabajo.

—Muy descriptiva Milán, en serio.

—¿Te gusta este lugar? —cambia de tema.

Algo me dice que es un tema que quiere dejar ir, por más que tire del tema no va a soltar palabra.

—No lo he conocido por completo, lo poco que he visto me gusta y es todo muy tranquilo —. Le digo, complaciéndola al seguirla en esto.

—¿Tranquilo? ¿Qué hay de las fiestas, las pijamadas, salidas, tardeadas?

Milán debe de estar alucinando, no es como que en este lugar se puedan hacer muchas cosas a menos que...

—¿De qué estás hablando? Eso no sucede aquí, ¿alucinaste? —pregunto examinándola — ¿Es algún efecto secundario de correr? Vale, no más correr para ti.

Ella suelta una risita antes de negar.

—Helena, la chica de la caja —empieza a relatar. —Es la encargada de las fiestas, no no, es la que deja las invitaciones.

Con una seña me indica que no volteé al ver mis intenciones, revoloteo los ojos, pero finalmente continua.

—Es un mecanismo, el instituto lleva años y ¿no creerás que no necesitamos un respiro de todo, cierto? La historia no es tan larga ni tan interesante, pero vamos, haré el resumen.

Una lección de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora