[3] Bajo una mala estrella

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—Che, ¿no tenés que volver al hospital? —cortó Lucas el silencio.

Ella se había quedado callada luego de que el argentino le contara sobre su madre y es que… Lucas nunca hablaba de su vida, todo lo que ella sabía de él eran meras suposiciones: le idealizaba una vida tranquila y sin complicaciones. Enterarse de que era el hijo de una madre adolescente, autónoma, y más aún, que se había quedado huérfano a los diez años, era más de lo que habría podido imaginar.

—¿No? —apremió él, ansioso por cambiar de tema.

Dany sacudió la cabeza.

—No. —Por algún motivo no quería dejarlo solo. No después de que él se abrió de esa manera—. No tengo ganas de regresar.

Lucas frunció el ceño ligeramente, confundido.

—¿Querés hacer algo? ¿Querés ir a algún sitio?

Dany miró su reloj; pasaban de las 4:10 p. m.

—Mnh… ¿Qué te gusta hacer? Quiero hacer algo que te guste.

El muchacho lo pensó durante un momento.

—¿Te gustá el pool?

—¿Pool?

—Billar.

—Oh. Nunca he jugado.

—¿Posta?

—Sí. ¿Me enseñas?

—A todo lo que vos quieras —insinuó él, sonriendo ligeramente, y le dio un besito en la boca.

El celular de Daniela comenzó a vibrar y sonó dentro de sus pantalones, donde lo llevaba, por lo que se irguió, lo sacó y, sin ver el contacto, lo apagó. Nunca antes lo había hecho, pues podía ser uno de sus pacientes o, peor, Antonio, pero en ese momento no quería dejar a Lucas.

Él se dio cuenta y sonrió de lado. Ella le buscó los labios y lo besó por largo rato, lento, aprovechando que tenían el parque solo para ellos.

.
El billar estaba casi vacío; solo una mesa estaba ocupada y algunos jóvenes estaban sentados frente a la barra. Dany se sintió fuera de lugar en ese ambiente.

Lucas se acercó a la barra y pidió un juego de bolas, luego guio a Daniela a la última mesa y eligió un par de tacos.

—Mirá —la llamó—, para saber si el taco no está deformado, ruédalo sobre la mesa.

Dany observó cómo lo hacía él: su taco rodaba de manera uniforme; tomó entonces el palo —para ella, era un palo— que él le ofrecía y lo rodó. Notó que, al girar, formaba un arco entre la mesa y este.

—Se levanta un poco —le dijo.

—Porque está deformado. Agarrá otro.

Dany lo obedeció, cogió otro taco y repitió el proceso hasta encontrar uno adecuado.

—¿Por qué es importante que esté parejo? —le preguntó, mirándolo poner tiza azul en la punta más estrecha del taco.

—Pues para que la bola se vaya en la dirección que la impulsés, Dany —le explicó, y aunque su tono fue de «¿En serio preguntás eso?», ella no se ofendió en lo más mínimo, y recibió con gusto el beso que él le dio en la frente.

Más tarde, el muchacho que atendía la barra, les acercó un par de cervezas y patatas fritas, pero ellos apenas lo notaron. Lucas estaba explicándole las reglas básicas del juego y las mejores posiciones para tirar; por su parte, Dany —quien siempre había sido mala en los deportes y toda clase de juegos— estaba tan atenta que ni siquiera notaba las insinuaciones sexuales del muchacho mientras le enseñaba las poses.

Cuando las Estrellas hablan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora