Una última calada, el cigarrillo se consumió por completo y lo tiré despreocupado a la acera tras reincorporarme del apoyo en la pared. Kike me miró de soslayo mientras mantenía una conversación con los otros dos españoles, compañeros de carrera. El alemán también se estaba intentando integrar en la conversación, haciendo cómicas muecas cuando trataba de decir algo.
Los cinco nos encontrábamos en la puerta de un garito de Gazi, no de ambiente ni para mi suerte de música electrónica, sino más convencional. Era sábado, y no hubiera estado ahí si mi insistente y cansino compañero de piso y amigo no se hubiese aliado con mi tremendo y persuasivo Adonis/Dios/amante/lo que fuera para que saliéramos juntos de fiesta. Yo planeaba una noche tranquila viendo alguna serie, incluso pretendía irme pronto a dormir, pero ese mismo medio día, tras Sam presentarse y pegarse una animada charla con Kike, ambos decidieron que sería una idea fantástica salir por la noche. Yo me negué, y cuando fui a mi habitación con los ojos en blanco porque me habían arruinado el plan, un travieso griego me abordó. Primero se rió por mi actitud para posteriormente besarme el cuello cuando me senté de morros frente al escritorio.
—Pero si te encanta salir... —murmuró muy cerca de mi oído, haciéndome dar un respingo.
—Me divierte, no es que me encante tampoco—bufé en respuesta, luchando para no tener que aclararme la garganta. Su nariz contra mi piel no era justa—. Además, me apetecía un plan más tranquilo.
Sam acarició la longitud de mi brazo derecho.
—Pero puede ser la primera vez que salimos juntos de fiesta desde..., bueno, nos conocemos. —De nuevo la punta de su nariz sobre el lóbulo de mi oreja—. Es divertido.
Creo que fue ahí cuando caí. Mi mente recabó que iría con él y, quizás, sufrió un pequeño colapso. Imaginé su rostro iluminado por luces cambiantes, lo visualicé bailando sonriente, con una copa en la mano, posando la otra en mi cadera mientras me restregaba contra él en un improvisado bailoteo. Como, efectivamente, la vez que nos conocimos.
Le dije que sí cuando me simuló otro bailecito, desnudo y en la cama. Pero eso era otra historia.
Por todo ello estaba allí, esperándolo en la puerta con mis colegas, acababa de mandarme un mensaje diciendo que en nada llegaría con los suyos. Porque sí, también optamos por llevar a más gente.
El simple de Kike era el que estaba contentísimo por poder practicar su reforzado griego con los amigos de Sam...
—Guillem, vamos a entrar ya. Hace frío y vendría bien una copita. Dile a Sam que los esperamos dentro.
El Adonis llevaba unos quince minutos de retraso con lo que previamente me había dicho, así que asentí y seguí a Kike tras sacar el móvil para avisarle.
Pagamos la entrada y un amago de recibidor con una barra a la izquierda fue el encargado de darnos esas primeras copas. Nunca habíamos estado en aquella discoteca, Sam fue el que la recomendó. La música era genial, comercial con alguna que otra canción menos conocida, pero pegadiza. El local parecía amplio, con unas estrechas escaleras a los lados que daban a un segundo piso, con paneles de cristal que formaban una amplia visión de ambas alturas. Por lo que podía ver, era al fondo donde se apelotonaba la gente, pues una pequeña tarima con dos chicas bailando en cada esquina se llevaba toda la atención.
Como siempre, pedí un vodka y me intenté integrar en la conversación de mis acompañantes. Aquel sitio estaba realmente bien, en el recibidor se podía hablar sin la necesidad de gritar por culpa de la música.
Comentamos algo de la carrera, de créditos o lo cabrona que era una profesora de Kike. Puse los ojos en blanco cuando la conversación, de repente, se centró en las tres rubias que acababan de entrar. Evidentemente, Kike sólo se atrevía a echar un ligero y disimulado vistazo antes de reír y alentar a los interesados a que las invitaran a algo. Lo que más curioso me pareció era que el alemán simulaba ser el más gallito y desesperado. Y me tuve que reír. Recordaba verlo prácticamente igual en la zona de ambiente. Era cuanto menos curioso verlo de aquella manera cuando hacía una semana se moría por comerme la boca.
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ERASMUS. Destino: Grecia
RomanceSer alumno del programa Erasmus era sinónimo de enriquecerse como persona, buscar nuevas aventuras, experiencias personales y... fiesta. Mucha fiesta. Eso Guillem lo tenía claro, pero lo que no imaginaba era que la lista también contuviera el requi...