Eπίλογος' Σαμ

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Epílogo: Sam

A mediados de agosto la temperatura en Atenas era de treinta y cuatro grados, un calor sofocante, sin una nube en el cielo ni una pizca de aire que corriera. Resoplé y me retiré el sudor de la frente con el dorso de la mano, buscando con la mirada la botella de agua fría que uno de los chicos acababa de traerme. Quería echármela por la cabeza, pero ya había comprobado el reloj; quedaban diez minutos para la una.

Me levanté de mi taburete, ese que mi padre me había otorgado la primera vez que trabajé en el taller y arreglé mi primera moto. El mismo en el que lo había visto trabajar desde que tenía cinco años. Lo alejé con cuidado y miré satisfecho mi último trabajo. La imponente Triumph había quedado como nueva. Era raro ver por la ciudad aquel modelo de motos británico, me sentía afortunado.

Desde hacía un año el taller iba muchísimo mejor, tomando renombre en la ciudad y teniendo la agenda llena de citas. Todo mejoró desde que conseguí que los mejores proveedores de piezas del país me suministraran. Después de eso la cantidad de propuestas publicitarias y sponsor para el taller también fueron en aumento. Éramos nosotros los únicos de toda Atenas que disponíamos de los mejores neumáticos y arreglábamos todo tipo de modelos.

Esa tarde me iría antes y dejaría a los muchachos a cargo. El trabajo estaba controlado, eran capaces de ocuparse de ello. Anclé la moto a la plataforma y retiré las llaves para dirigirme al despacho, depositándolas en la ficha de su propietario. Me sentía molido, el calor podía conmigo y quizás necesitaba ir a darme un masaje. Eso me hacía recordar las quejas de mi padre y cómo llegaba cada día masajeándose el cuello, resentido de las cervicales. Algún día terminaría así, debía cuidarme para retrasarlo todo lo posible, había alguien que se encargaba de recordármelo bastante a menudo.

Saqué ropa limpia de mi taquilla y me encaminé al pequeño cuarto de baño tras hacerle una seña a mis empleados, quienes asintieron antes de seguir con sus tareas. Dejé que el agua fría corriera y cerré los ojos.

Había pasado un año.

Un año desde que mi vida cambió por completo. Recuerdo aquella noche donde Zoe y Sandra, mis mejores amigas, me arrastraron a aquel garito de American Rap, género que a ellas les encantaba y yo seguía sin entender. Habíamos quedado allí con más amigos, así que me resigné y pedí un cubata. Mis amigas habían jurado que terminaríamos en la zona de ambiente y yo acepté, despreocupado a decir verdad. Hacía muchísimo que no iba, que en sí no salía de fiesta, pero les di un sí, que iba a seguirlos puesto que estaban mucho más entrenados que yo. O eso creí hasta que las chicas se separaron y me dejaron solo, alegando que iban a buscar a los demás y que se habían encontrado con algún conocido. Me recuerdo plantado cerca de la barra, con aquella música retumbando en mis oídos mientras bebía paciente de mi copa. Creí que había empezado la noche con mal pie, que aquello no iba a salir bien y volvería pronto a casa, pero estaba tan equivocado.

Vi a una chica saltarina, bajita y de pelos azules, riendo estrepitosamente mientras se encaminaba a la barra. Fue inevitable que mi mirada se dirigiera a ella, como creo que la de todos los que estábamos cerca. No parecía ir tan ebria, pero llamaba la atención. Recuerdo que sonreí y negué con la cabeza hasta que pasó.

Lo vi a él.

Recuerdo la nariz arrugada de Guillem cuando la chica lo empujó e hizo que pidiera sus bebidas. Yo perdí muy rápido mi interés en la mía, fijándome en su perfil, en su pendiente de coco y sonrisa cuando la chica fijó su vista en un chico que bailaba a su alrededor. Los oí hablar en inglés y por eso pensé que eran turistas, tenían pintas de eso, demasiados desentonados con el local; probablemente más que yo. Los gestos del chico pelinegro tapándose los oídos por la música me hacían seguir sonriendo. Era guapo, llamaba en demasía mi atención y quería saber si yo podría llamar la de él, así que me acerqué.

ERASMUS. Destino: Grecia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora