Τρία

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Pensé que mi vida volvería a la normalidad. El lunes siguiente debía volver a clases e intentar concentrarme en las dos asignaturas que me quedaban. La profesora de Derecho Mercantil había insistido en que con un trabajo y asistir a las clases estaríamos más que preparados para presentarnos al examen, pero yo dudaba. La asignatura, en pocas palabras, era absolutamente infumable. Resoplaba y me repetía que debía intentarlo, realmente trataba de concentrarme en lo que explicaba la profesora, pero tenía un problema.

O varios.

Sonrisa pícara y ojos profundos que advertían en todo momento sus intenciones... Un torso perfecto, apolíneos glúteos.

Mierda.

Era un jodido salido. Si pensaba mucho en ello era capaz de empalmarme. Joder. ¿Cómo se suponía que se volvía al mundo de los mortales después de haber campado a tus anchas por El Olimpo? Jodido Griego. Ese era su nuevo nombre, nada de Adonis.

Ese mismo lunes llegué a las nueve de la noche a casa. Estaba hecho polvo, así que tiré mi carpeta por algún lado al igual que la mochila que siempre me colgaba de un hombro. Tenía un hambre voraz y debía buscar a Kike para que me ayudara con el griego, la plataforma virtual de la universidad se había cambiado de idioma y debía empezar de una vez el puto trabajo de Mercantil.

Un inicio de semanita genial.

Ataqué la nevera y me di cuenta de que con suerte me podría preparar un sándwich. Odiaba ir a hacer la compra.

En medio de mis lamentaciones oí la puerta de la habitación de Kike abrirse y sus pasos por el pasillo.

—¡Qué pasa, cabezón! —Alcé la voz para que me oyera—. Me tienes que ayudar con el campus, tío, se me ha puesto en griego, no sé ni cómo. No me entero de cómo se cambia...

Ponía el queso en mi rebanada de pan de molde hasta que oí una voz virtual y femenina. Me giré con una loncha de jamón de pavo en la otra mano.

—¡Hola, Guillem!

Kike sostenía orgulloso su portátil con la imagen de Marina a través de Skype.

—¡Hola, guapa! ¿Qué tal?

Marina me puso al día de algún cotilleo de la facultad, Kike la miraba embobado y yo devoraba mi sándwich. Rato más tarde el mismo atolondrado pegó un brinco y me miró.

—¡Tío! Que no te he contado...

Para ese momento yo comía galletitas saladas que había encontrado en la despensa. Kike las compraba de una forma desmesurada...

—¿Qué?

Soltó una risilla. Incluso Marina aguardó desde el otro lado de la pantalla.

—Esta tarde vino...

Pero no siguió con la frase porque el escandaloso timbre de nuestro piso sonó. Siempre me pareció el mismo sonido que el graznido de un cuervo.

Kike me señaló el portátil, indicándome con una sonrisilla que fuera yo a abrir. Puse los ojos en blanco y eso hice. Siempre solía ser la vecina de arriba para quejarse de algo, y de eso se encargaba él porque yo nunca la entendía. Una vez se quejó de que no regábamos las plantas del patio interior. Siquiera eran nuestras; la vieja simplemente nos odiaba.

Me llevé una galletita a la boca con desgana antes de abrir la puerta y...

Madre de dios.

Literalmente, casi me ahogo. Tosí un par de veces sintiendo que era incapaz de tragar la dichosa galleta.

ERASMUS. Destino: Grecia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora