Decía tantas metáforas que un día ella se convirtió en una, sin saber que era la inspiración de todos los poetas, y les rasgó todos los putos esquemas.
Odiaba las flores, sin saber que llevaba trescientas rosas morenas en su pechera blanca.
Le temía a la oscuridad, sin saber que su mirada reflejaba más luz que mil bombillos encendidos en circuito paralelo.
Le hostigaba el dulce, sin saber que cargaba en sus labios un sabor a caramelo que le causaría hiperglucemia a quien lo probara.
Amaba la naturaleza, sin saber que ella era un puto desastre. Porque lo asombroso era mirarla y pensar: que tifón,
que huracán,
que caos,
que tormenta,
que laberinto,
que monocromatismo tan hermosamente colorido.
Ella era poesía en todos sus aspectos, pero no lo sabía.