Duele.

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He tratado de desaparecer, literalmente.
No redes sociales, no amigos, no fiestas, no visitas, no amores, no tú.
Aún sigo estupefacta. No soporto tanta indiferencia.
¿Por qué cuando tienes todo en orden -buenos amigos, buena autoestima, una genial persona interesada en ti y un excelente rendimiento académico- de repente una mosca derrumba tanta paz en un segundo?
No es justo.
Debo dejar de ser tan crédula.
Duele tanto rechazo, tanto inconformismo, tanta burla.
Debo dejar de fumarme las indecisiones de los otros y morir por ellos lentamente, debo dejar de beberme la arrogancia del que grita y dañar mi organismo a costa de algo que no me incumbe, debo dejar de pensar en los demás creyendo que les intereso. "Es posible, siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad." -como diría Jaime-.

Ya nada dolerá.
Seré un enigma.
Y gritaré: ¡EQUILICUÁ! -cuando me encuentre.

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