Parte 4

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Al atardecer, llegada Mercy a la casa, se encontró con su madre sentada en el tejado cubierto de hojas secas. Claude tenía 56 años, pero su estado físico no se diferenciaba mucho del de una persona con 30. Cada vez que necesitaba pensar, trepaba al fresno cuyas ramas eran las únicas más próximas al techo de la casa. Nunca utilizaba la escalera que guardaban en el garaje, decía que podría inclinarse hacia atrás mientras subía los peldaños, caería y se lastimaría. También podía pensar que utilizando el árbol, la rama que la sostuviera podría romperse pero era una posibilidad que extrañamente nunca rondaba su cerebro.

Claude observaba al sol que se ocultaba a lo lejos, tiñendo el cielo de naranja y rojo, colores que se mezclaban a medida que el astro rey desaparecía tras las colinas. Era una hermosa vista, un atardecer perfecto que la conmovía hasta los huesos. Diógenes no quería ver ningún atardecer, quería ver el muro de cristal que protegía a Claude haciéndose añicos, cayendo como la lluvia, con gotas pequeñas y filosas alrededor de él.

Mercy sintió un gran alivio al ver a su madre sobre el tejado. Aquello era señal de que el dolor la había abandonado. Se metió al garaje y trajo consigo la escalera. La recostó por la pared y comenzó a subir escalón tras escalón hasta que por fin pudo poner sus pies en el techo.

Permanecieron sentadas allí hasta que el cielo se oscureció dejando al descubierto millones de estrellas y una luna de plata que iluminaba las noches de otoño en Armagh. Hablaron por largo rato. Claude le descubrió lo preocupada que estaba al pensar en el cambio de vida que tendrá que asimilar una vez ella viajara a Milán. Se quedaría sola quién sabe por cuánto tiempo.

Mercy sonreía al escuchar aquello. Le explicaba que vendría a verla cada año. Navidad y año nuevo la pasarían juntas, incluso Joan había prometido regresar a Irlanda con Gustave para pasar las fiestas en familia. Claude se sentía ligeramente consolada con la explicación de su hija, añadiendo que parte de su rutina diaria una vez ella esté en Italia, será marcar las fechas en el calendario de la cocina, contando los días con ansias esperando ver a sus hijas de nuevo. Al terminar la conversación, ambas bajaron del tejado. Claude sirviéndose de su viejo amigo fresno y Mercy con la confianza puesta en la escalera firmemente apoyada en la pared.

Cenaron a gusto. Vieron una película. En ella; una linda periodista ayuda a un policía en la resolución de varios crímenes que tienen como víctimas a las mujeres de un prostíbulo. La mujer había conseguido infiltrarse en aquel lugar horrible, haciéndose pasar por una de las que allí entretenían a los hombres. El policía iba cada noche al prostíbulo, a la misma hora con la intención de evitar que alguien quisiera llevársela antes que él. Fingiendo ser cliente, conseguía trasladar a la periodista fuera de allí, la cual le brindaba toda la información que conseguía recolectar cuando hablaba con las demás mujeres.

Mercy disfrutaba de la película, era una de esas raras ocasiones donde se desvelaba viendo la televisión. La trama era muy buena y había captado totalmente su atención. Claude por su parte, se había quedado dormida en el sofá, recostada en el hombro derecho de su hija.

La Visita de DiógenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora