Parte 7

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Entrada la noche, Claude regresaba a su casa más agotada que de costumbre. Tomó una manzana en exceso roja de la canasta sobre la heladera y se la comió sin lavarla. A pesar de ser conocedora de la existencia de enormes ratas en su cocina, no se molestó en lavar aquella fruta ni en revisarla siquiera. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que la manzana fue mínimamente roída por algunos dientecillos.

Cuando subía con pasos apesadumbrados por las escaleras, escuchó el teléfono sonando en su habitación. Cuando atendió la llamada, escuchó a Mercy hablándole en italiano.

Se habría puesto muy contenta de no haber sido por un pensamiento poco amistoso que llegó a ella mientras estaba en el museo. Mercy podría enamorarse de algún joven italiano en su estadía por aquel país, decidiría quedarse a vivir allí por amor y se olvidaría de que tiene una madre esperándola con ansias en Irlanda.

"El amor cambia a las personas, ya sea para bien o para mal, Mercy no sería la excepción" había concluido Claude antes de ponerse a buscar el origen de aquel pensamiento que la atravesó como una espada. Resolvió que lo mejor para ella era acostumbrarse a la idea de que estaría sola hasta el final de sus días y mientras más pronto lo hiciera, mejor.

Hablaron alrededor de 20 minutos y Mercy hubiera querido conversar más pero Claude decía estar muy cansada y con ganas de irse a la cama, por lo que Mercy se despidió prometiendo que la llamaría de nuevo en cualquier momento.

Luego de colgar; Claude se metió a dormir sin ducharse ni cepillarse los dientes.

Cuando cerró los ojos; se topó con el anciano de ojos grises, esta vez sentado sobre un montón de cristales rotos y con calcetines negros abrigando sus pies. Más prenda que aquella no traía, seguía sin ropa, enseñando su cuerpo maltrecho. Tanto el muro como la puerta ya no estaban, por lo que Claude estaba segura de que aquel anciano reposaba el trasero sobre sus restos. Se preguntaba cómo era capaz de permanecer allí sin rasgarse la piel; esa piel que lucía tan frágil al igual que una servilleta.

El anciano había apartado unos cuantos pedazos de cristal frente a sus pies abrigados. Estaban ordenados en línea recta. Cuando Claude, a pesar del temblor que sentía en el cuerpo, se acercó levemente al anciano; alcanzó a contar que eran 13 los fragmentos de cristal que formaban parte de aquella línea.

Cuando el anciano agarró un puñado de cristales rotos ubicados detrás de él, se los enseñó a Claude. Segundos después, aprisionaba los pedazos filosos con sus dedos, apretándolos con fuerza formando un puño. Al abrir la mano de vuelta, los fragmentos estaban incrustados en su palma, pero ninguna de las heridas sangraba. Con gestos, pedía a Claude que hiciese lo mismo. Ella lo hizo y poco después sintió un horrible dolor en la mano. Los cristales rotos le habían hecho algunos cortes en la mano y de las heridas ocasionadas brotaba sangre como un manantial.

Tras aquello; despertó y se encontró con varias bolsas de basura rodeando su cama, bolsas que no eran suyas. Tenía la mano derecha con algunas cortadas y sangre endurecida alrededor de las mismas.

La Visita de DiógenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora