Parte 5

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Agosto había llegado a su fin, al igual que la permanencia de Mercy en Irlanda. Con tres maletas moradas, abrigada con una gabardina negra y con las mejillas rosadas a causa de las lágrimas que la habían humedecido tras despedirse de su madre, Mercy abordó el avión, dejando atrás a Armagh, llevándose una parte de su hogar en el equipaje.

"¡Te llamaré todos los días!" le había dicho Mercy mientras desaparecía en el aeropuerto.

Claude tomó un taxi y se dirigió al museo. Necesitaba distraerse y, emplear su tiempo en controlar la integridad de las obras y hablar de ellas con los visitantes era la única manera que se le pudo ocurrir. Tenía el día libre, pero no importaba. Estar en el museo rodeada de hermosas piezas de arte y escuchar las consultas de un montón de extraños era mucho mejor que ir a casa y encontrarse con la soledad cara a cara, cruel compañía que la aguardaba pacientemente en la puerta para darle la bienvenida.

Cuando la noche tomó el dominio de Irlanda, Claude se encontraba caminando a paso lento rumbo a su casa. En sus adentros, rogaba que sucediera algo que impidiera su llegada. Un asalto, una calle bloqueada, un perro rabioso... ¡cualquier cosa!

En lugar de eso, se topó con Ferdinand Wendell cerrando su joyería. Aquel hombre le caía de maravilla, le recordaba mucho al hermano mayor que no veía hace años debido a que vivía en Rusia. Ver a Ferdinand Wendell, para Claude significaba recordar viejas épocas de su vida, aunque éste nunca lo supiera.

Ferdinand la saludó con una sonrisa radiante que iluminaba más que los faroles que se encendían en las calles por la noche, una sonrisa capaz de levantar el ánimo a cualquiera que la viera. Luego de preguntar por Mercy, la invitó a cenar en su casa. Su esposa Anne Hiptswick prepararía un delicioso coddle aprovechando que su guardia nocturna estaba programada para la noche siguiente.

Hace tiempo que no iba a la casa de Ferdinand. En años anteriores, los visitaba cada sábado en compañía de Gregor, pero esas visitas fueron canceladas con la muerte de éste. Esa noche, luego de probar el coddle de Anne (que a su parecer era el mejor que había probado en toda su vida) hablaron de Mercy. Ferdinand comentó que le costaría mucho encontrar alguien tan paciente como ella, además del hecho de que era muy eficiente. Todos los temas de conversación giraban en torno a Mercy, el museo, la joyería, el hospital donde Anne se desempeñaba como enfermera, su embarazo y sobre la película que habían visto un mes atrás. Ambos estallaron en carcajadas cuando Claude confesó que se había perdido la mitad de la película por haberse quedado dormida en el sofá.

Cuando ya debía irse a casa; Ferdinand y Anne la invitaron cordialmente a que los visitara cuando quisiera. Claude aceptó la invitación con una sonrisa, a su vez pidiendo a ambos que pasaran por su casa cualquier fin de semana.

Al llegar; abrió la puerta y fue recibida por una casa silenciosa y con las luces apagadas. Sin saber cómo, subió las escaleras a oscuras hasta su habitación, se metió a la cama vestida como estaba incluso con los zapatos y se quedó profundamente dormida.

La Visita de DiógenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora