Capitulo 2 - Dullsville

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En el cartel de bienvenida de mi pueblo debería poner «Bienvenidos a Dullsville: ¡mayor que una cueva pero lo suficientemente pequeño como para sentir claustrofobia!»

En Dullsville viven 8.000 personas que se parecen entre sí en casas idénticas rodeadas de campos de cultivo. La climatología (hace sol todo el año) es absolutamente deprimente. Las vías del tren de mercancías que pasa por el pueblo a las 8:10 separan el lado equivocado del correcto, los campos de trigo del campo de golf, los tractores de los carritos de golf. Creo que el pueblo sufre una regresión. ¿Cómo es posible que la tierra en la que se cultiva maíz y trigo valga menos que la que está llena de trampas de arena? El centenario palacio de justicia se asienta en la plaza mayor. No me he metido en suficientes líos como para que me arrastren allí. Todavía.

Alrededor de la plaza hay tiendas, una agencia de viajes, una tienda de informática, una floristería y un cine donde se ven reposiciones a buen precio. Ojalá nuestra casa estuviera sobre las vías del tren y tuviera ruedas para que pudiéramos salir del pueblo, pero vivimos en el lado correcto, cerca del club de campo. Dullsville. El único lugar emocionante es una mansión abandonada que una baronesa exiliada construyó en lo alto de Benson Hill, donde murió completamente sola.

Sólo tengo una amiga en Dullsville: Becky Miller, una chica de granja que es aún menos popular que yo. Cuando nos conocimos, estábamos en el tercer curso. Yo estaba sentada en las escaleras de la escuela esperando que mi madre viniera a recogerme (tarde, como siempre) cuando reparé en una niña revoltosa encogida al pie de las escaleras que lloraba como un bebé. No tenía amigos porque era muy tímida y vivía al este de las vías.
Era una de las pocas niñas granjeras que había en la escuela y se sentaba dos filas por detrás de mí.
- ¿Qué ocurre? -pregunté, sintiendo lástima por ella.
- ¡Mami se ha olvidado de mí! -gritó, tapándose el infeliz rostro cubierto de lágrimas con las manos.
-No, no lo ha hecho -la consolé.
- ¡Nunca llega tan tarde! -gritó.
-Quizá esté en un atasco.
- ¿Tú crees?
- ¡Claro! O quizá recibió una llamada de uno de esos vendedores entrometidos que siempre preguntan « ¿Está tu madre en casa?»
- ¿De verdad?
-Pasa constantemente. O quizás tuvo que parar a comprar aperitivos y había mucha cola en el 7-Eleven
- ¿Haría eso?
- ¿Por qué no? Tenéis que comer, ¿no? Así que no temas, pronto estará aquí.
Y efectivamente, apareció una camioneta azul con una madre apenada y un simpático y peludo perro ovejero.
-Mi mami dice que puedes venir el sábado si a tus padres les parece bien -dijo Becky mientras corría hacia mí.
Nunca nadie me había invitado a su casa. Aunque no era tan tímida como Becky, era igual de impopular. Siempre llegaba tarde al colegio porque me dormía, llevaba gafas de sol en clase y tenía mis propias opiniones, lo cual era muy poco común en Dullsville.
Becky tenía un patio trasero del tamaño de Transilvania, un lugar genial para esconderse, jugar a ser monstruos y comer todas las manzanas que cupieran en el estómago hambriento de una persona de tercer curso. Yo era la única de mi clase que ni le pegaba, ni le ignoraba, ni le insultaba. Es más, pateaba a quien lo intentara. Era mi sombra tridimensional. Yo era su mejor amiga y su guardaespaldas. Aún lo soy. Cuando no jugaba con Becky, pasaba el tiempo pintándome los labios y las uñas de negro, desgastando aún mas mis ya de por sí roídas botas militares o sumergiéndome en las novelas de Anne Rice. Tenía once años cuando fui con mi familia de vacaciones a Nueva Orleans. Mamá y papá querían jugar al blackjack en el casino flotante Flamingo. El Raro quería visitar el acuario y yo sabía lo que quería: visitar la casa donde nació Anne Rice, los sitios históricos que había restaurado y la mansión que era ahora su hogar.
Permanecí en estado de trance a las puertas de su mega mansión gótica
mientras mi madre, a la que no había invitado, me acompañaba. Podía intuir los cuervos que nos sobrevolaban, a pesar de que probablemente no hubiera
ninguno. Era vergonzoso no haber venido de noche porque todo habría sido mucho más hermoso. Algunas niñas que tenían un aspecto parecido al mío hacían fotos desde el otro lado de la calle. Quería acercarme a ellas y decir «Seamos amigas. ¡Podríamos recorrer el cementerio juntas!». Por primera vez en mi vida sentí que encajaba.

Me encontraba en la ciudad en la que los ataúdes se apilan a la vista de todos en vez de esconderse bajo tierra. Había chicos universitarios con crestas rubias de diferentes tonalidades. Por todas partes había gente con estilo, excepto en Bourbon Street, donde los turistas parecían
recién llegados de Dullsville. De repente, la limusina más negra que había visto en mi vida dobló la esquina. El conductor, que llevaba una gorra Negra de chófer, abrió la puerta y... ¡ella salió del coche! Parecía que el tiempo se había detenido y me quedé de piedra. ¡Tenía al mayor de todos mis ídolos vivos delante de mis narices! Resplandecía como una estrella de cine, un ángel gótico, una criatura celestial. Su brillante melena negra caía sobre sus hombros. Llevaba una cinta dorada en la cabeza, una larga falda de seda y un fabuloso abrigo oscuro al estilo de los vampiros. No podía ni hablar y creí que entraría en estado de shock. Afortunadamente, a mi madre nunca le faltan las palabras.
- ¿Podría firmarle un autógrafo a mi hija, por favor?
-Por supuesto -respondió dulcemente la reina de las aventuras nocturnas.

Me acerqué a ella y mis piernas parecieron derretirse bajo el sol. Después de firmar en un Post-it amarillo que mi madre llevaba en el bolso, la estrella gótica se puso a mi lado y me rodeó con su brazo.

¡Anne Rice había accedido a hacerse una foto conmigo! No había sonreído tanto en mi vida. Probablemente ella lo hacía como otras tantas veces.

Era un momento que ella nunca recordaría pero que yo no podría olvidar jamás. ¿Por qué no le dije que me encantaban sus libros? ¿Por qué no le conté lo mucho que ella significaba para mí y que creía que tenía cualidades que nadie más poseía? Pasé el resto del día gritando
de emoción, describiendo la escena a papá y al Raro una y otra vez en nuestra pensión llena de antigüedades y paredes pintadas de rosa pálido.

Era nuestro primer día en Nueva Orleans y ya estaba preparada para
volver a casa. ¿A quién le importaba el estúpido acuario, el Barrio Francés, las bandas de blues o los collares del Martes de Carnaval cuando acababa de ver a un ángel vampírico? Después de esperar todo el día a que revelaran el carrete, descubrí que la foto no había salido. Volví con mi madre al hotel con el ánimo por los suelos. ¿El hecho de que apareciéramos en las fotos por separado significaría que era imposible capturar la imagen de dos amantes de los vampiros? ¿O simplemente servía para recordarme que ella era una brillante escritora de éxito mientras que yo sólo era una niña gritona y fantasiosa que pasaba por una fase oscura? ¿O quizá mi
madre era una fotógrafa desastrosa?

Vampire Kisses #1 - Ellen SchreiberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora