Durante milenios los kuumis habían llevado vidas serenas y tranquilas, conviviendo en paz entre todas sus ciudades y respetando a la naturaleza y toda forma de vida. Pero desde que surgió su fe, en la cuna de su evolución, los ha acechado una profecía siniestra que narraba una guerra apocalíptica que podría acabar con todo Z'kum, y dejar a los kuumis solo como un recuerdo del pasado.
Esta visión oscura fue predicha por el primero de los Profetas. Cuando este comenzaba a incursionar en las artes de la oración y adoración de sus deidades luminosas, la premonición simplemente se proyectó en su mente como si se tratara de una película. En ella pudo ver ciudades en llamas, cuerpos desangrándose por sus calles, seres horripilantes recorriendo su mundo y portando destrucción donde fueran. Todo eso inundó la mente de aquel sacerdote en ciernes que, además, pudo llegar a distinguir una silueta alada en su trance. Estaba seguro que aquella misteriosa figura era quien dirigía al ejercito enemigo. Preocupado y temeroso por aquel futuro devastador, el primer Profeta se encargó de transmitir su visión a los demás kuumis para que, entre todos, pudieran hallar una solución. Pero el inexorable paso del tiempo también transcurría para el sacerdote, dejando arrugas y cabellos grises a su paso. Fue entonces cuando decidió tomar un aprendiz bajo su tutela para que tomase su lugar como Profeta cuando fuese necesario. Instruyó a un joven prometedor ducho en las artes de la meditación y la perseverancia y, una vez que su formación concluyó, el primer Profeta simplemente desapareció. Y desde ese día nació una tradición.
Cada nuevo Profeta que asumía su cargo se encargaba inmediatamente de investigar dicha premonición para poder descifrar cuándo sucedería aquella guerra, o quien se enfrentaría a los seres espeluznantes. Pero cada esfuerzo puesto en desvelar ese misterio terminaba por volver loco al Profeta que lograra visualizarla y solo podían repetir una frase, una y otra vez, por el resto de sus vidas: "Entréguenle el cristal, no tenemos esperanza...". Aún así, no todos lograban presenciarla como el primero, y aquellos negados de la visión se encargaban el resto de sus vidas a profesar y expandir su fe.
Dado que nadie podía saber que significaba la profecía, o aquella frase sobre un cristal desconocido, se le dejó de dar tanta importancia y los kuumis siguieron con su vida. Pero el miedo de que una guerra llegara algún día nunca abandonó sus corazones, y es por eso que nunca nadie discutió la existencia de las fuerzas armadas. Fué entonces cuando el puesto de Comandante se creó.
Entre las ciudades mas importantes de Z'kum se encontraba Igken, que funcionaba como base de operaciones de las fuerzas armadas y bóveda de algunos de los tesoros mas preciados del planeta. La metrópolis contaba con puerto, sistemas de seguridad avanzados y centenas de tropas que residían allí, incluyendo al Comandante.
Su nombre era Konker, un veterano de luchas cuerpo a cuerpo y en el manejo de la tecnología. Desde que era niño presentaba características de un líder nato, y un talento único para meterse en problemas. Como estratega era brillante, pero también era exageradamente temperamental, dando pie a que perdiera muchas discusiones por no poder contenerse. A pesar de eso, quienes tenían el privilegio de conocerlo en persona aseguraban que fuera de su papel militar, Konker era un gran amigo y un individuo que disfrutaba de los pocos momentos de paz que el ejercito le brindaba.
Si bien el Comandante era la máxima autoridad en Igken la mayoría del tiempo, también solían pasar por allí el Benefactor y el Profeta para estar en contacto con los ciudadanos de todas las ciudades. Dadas sus naturalezas y obligaciones tan dispares era frecuente que estos 3 tuvieran algunos desacuerdos o discusiones sobre su jurisdicción, pero ya que sus tareas los mantenían ocupados la mayor parte del tiempo, no terminaban siendo enfrentamientos graves. Incluso a veces lo hacían solo para no perder la costumbre. Fuera de sus cargos de gobernantes los tres habían logrado forjar una amistad que, aunque frágil, los mantenía cercanos.
Durante una de aquellas visitas a Igken en la que el Profeta dispuso de tiempo libre, quiso pasear por la ciudad para relajarse. No era frecuente para el poder desligarse de sus tareas y obligaciones, por lo que aquella era una oportunidad para aprovechar. Caminó durante horas hasta que llegó a la zona de la ciudad donde se encontraban las bóvedas. Estas contaban con puertas circulares enormes, hechas de un metal macizo muy pesados. Si bien el interior de cada cámara esta cerrado para todos aquellos que no sean del senado, entre cada bóveda había espacio suficiente para que hubieran plantas, césped y algunos insectos, incluso habían instalado algunos bancos y una fuente pequeña, haciendo que pasear por allí resultara agradable y tranquilo. Ademas esa tarde no había casi nadie en aquella área, así que el Profeta se encontraba prácticamente solo.
Recorrió aquella zona por un largo tiempo, recorriendo cada cámara y leyendo las inscripciones que cada una tenia al lado de la puerta indicando su contenido. En algunas podían estar las reliquias de ciudades pasadas, en otras yacían cristales iridiscentes más potentes que los comunes. Sin duda cada bóveda guardaba un tesoro precioso, pero cuando iba llegando a la ultima percibía cada vez más intensamente que algo estaba fuera de equilibrio.
Al final del recinto se encontraba una ultima bóveda que presentaba una puerta mas grande y pesada, de un color verdoso como si la hubieran pintado con ácido. La placa que indicaba lo que se encontraba dentro estaba muy descuidada, apenas se podía leer algo de la inscripción original: "No abr..., la ...dra no pue... caer en sus ma... o ...dos MORI....".
El Profeta no sabía que había allí adentro o que significaba la inscripción, pero si se trataba de algo que podía llegar a ser peligroso para su pueblo, debía saber que era. Dio dos pasos atrás y se colocó de frente a la puerta, alzo sus manos en posición de plegaria y la bóveda se abrió. Se dispuso a entrar, pero justo antes de poner un pie en la cámara una fuerte energía lo alcanzo desde mas allá de la puerta, como un animal que ha estado enjaulado mucho tiempo y de pronto puede correr en libertad.
Afligido por el dolor, intentó alzar la cabeza para ver de donde provenía tan abrumador poder, pero se extraño enormemente ante lo que veían sus ojos: la colosal cámara estaba completamente vacía. Solo se encontraba allí una extraña piedra color lima. Y justo cuando el Profeta se disponía a cerrar la puerta confundido, una voz le habló desde dentro de su cabeza.
- Al fin has llegado, Profeta. Pasa, tenemos mucho de que hablar.
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Z'kum, paz de cristal
FantasyCuando la armonía domine todo lo que conocen, cuando la paz abunde sobre el viento y la tranquilidad parezca no tener fin, será cuando el miedo se haga presente. Z'kum, un mundo lejano que alberga a los kuumis, una raza avanzada que dominan la magia...