Incursión

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   Atendiendo a sus obligaciones, el Profeta salió rápidamente del complejo de bóvedas y se dirigió al centro de la ciudad. Debía saber como estaban los habitantes, que sentían. Por fortuna nadie parecía preocupado por aquel fenómeno, mas bien estaban curiosos o incluso indiferentes, como si no estuviera pasando nada. Pero aquello solo era un presagio, la advertencia de que un terrible mal se haría presente sobre los kummis, y el Profeta era el único que lo sabía.

   Sabiendo que la gente estaba tranquila y que no habría disturbios, se dispuso a viajar al Llanto del Fin solo, ya que era un asunto de máxima importancia y no tenia idea de que se encontraría allí. Justo cuando se encontraba en los limites de Igken, preparando un portal hacia el Llanto del Fin, fue abordado por los otros miembros del senado: Konker, el Comandante y el Benefactor, Cazh.

  Si bien el puesto de Benefactor no requiere de mucho presentismo, era parte de la naturaleza de Cazh estar siempre involucrado en todo asunto que el pudiera catalogar de provechoso. Mostraba siempre una capacidad de oratoria extraordinaria y un modo de plantear sus ideas de manera que los demás terminaran convencidos de que el siempre tenía razón, y de convencerlos que no buscaba el beneficio para si mismo, sino para su gente. No parecía tener exactamente las mejores intenciones y también es cierto que muchas veces de puso en duda su actitud con respecto a su cargo, pero como siempre que el estuvo desempeñando su rol de Benefactor los asuntos cívicos y económicos estuvieron controlados, nadie pudo hacer mas que desconfiar y dejar pasar. A pesar de todo, no había realmente un problema con el, jugaba un papel importante de manera limpia y a los kummis nunca les privó atención. Era, sin lugar a dudas, un individuo en extremo astuto, de aquellos que uno preferiría tener de amigo.

   - ¿Se puede saber a donde se dirige nuestro Profeta? Creí que los tres habíamos acordado notificar nuestras salidas de la ciudad - exclamó Cazh mientras el y Konker se acercaban.

   - Lo siento camaradas, debí informarcelos antes de irme, pero el tiempo apremia. Me dirijo al Llanto del Fin, siento que una enorme amenaza está por presentarse allí.

   - ¿ Y pensabas ir hasta allá tu solo, sin protección ni suministros? - preguntó Konker -. Vamos contigo. Ya dispuse a mis hombres por la ciudad y, si realmente es tan malo como dices, se trata de un asunto de suma prioridad. Ademas, necesitaras a alguien que pueda pelear como es debido.

   El Profeta no dijo nada, pero su rostro reflejaba una mueca de preocupación y duda. Si algo llegara a pasarles todo Z'kum se quedaría sin gobernantes. Ademas de que solo el sabia, y solo hasta cierto punto, a que se enfrentarían.

   - Bien, yo iré primero si no te importa, después de todo ya están hechos todos los preparativos ¿verdad? - dijo Cazh, y se metió de lleno en el portal antes de que el Profeta pudiera poner cualquier negativa.

   - Vamos. Tal y como dijiste, el tiempo apremia. - exclamó Konker.

   Ambos cruzaron hacia el otro lado. Luego de unos momentos, los tres se encontraban en una pradera verde, con un gran lago cristalino y varios arboles rodeándolo, donde coloridas aves vivían en comunidad. No soplaba el viento, y el silencio era absoluto, dejando a cualquiera contemplar la belleza de aquel paisaje. Lo único que desentonaba con el ambiente natural de aquel lugar era una pequeña tienda de campamento montada a orillas del lago, con unas cestas llenas de peces a un lado y unas cañas de pescar muy rudimentarias.

   - ¿No se supone que iríamos al Llanto? - preguntó Konker -. ¿Donde estamos, Profeta?

   - No se puede llegar al Llanto directamente con los portales, tiene un extraño campo de distorsión que anula todo tipo de magia. De haberlo intentado quien sabe a donde podríamos haber sido enviados - explico -. Estamos en los limites del terreno vivo, si seguimos por aquel sendero llegaremos en poco tiempo.

   En ese momento un individuo salió de la tienda del lago, se desperezó, revisó sus cestas de pescado y, cuando levantó la cabeza, vio a los miembros del senado, a quienes prosiguió a saludar.

   - Buenos días, mis señores. Me llamo Gipp, soy un campesino recluido que vive de la pesca. ¿A que debo su visita en esta tierra tan lejana?

   Al verlo de cerca, los tres se percataron de que el aspecto del campesino estaba totalmente deformado: su piel se había vuelto de un color amarillo como el azufre y tenia muchas costras por todo el cuerpo, algunas tan grandes y duras que parecían cuernos. Sus ojos no brillaban, su espalda estaba curvada y su rostro reflejaba daños parecidos a rasguños.

   - Saludos pescador, estamos en peregrinaje hacia el Llanto del Fin - explicó Konker.

   - Oh, ya veo. Disculpen mi osadía pero, ¿les gustaría que vaya con ustedes? He ido al Llanto varias veces, impulsado por la curiosidad, y pude explorarlo de manera bastante intensiva. Podría ofrecerles mis conocimientos siendo su guía.

El Profeta seguía analizando el aspecto de Gipp. Resultaba obvio que sus malformaciones se debían a los peligros de aquel lugar, y que tener un guía resultaría muy útil si querían sobrevivir en tierra desconocida.

   - Por supuesto, mi amigo - dijo el Profeta -, nos harías un gran favor si pudieras guiarnos en ese terreno.

   - Estupendo. Entonces pongámonos en marcha. Desconozco que podrán estar buscando, pero el Llanto del Fin es muy extenso, así que cuanto antes lleguemos sera mejor.

   Y así, los cuatro comenzaron a avanzar por el sendero, siguiendo la trayectoria de las nubes relampageantes que seguían cubriendo todo el cielo. El Profeta era el único que sabia lo que buscaban, su rostro dejaba ver una sensación de preocupación que ninguno de los otros notó. Si la advertencia de Xat era cierta, su excursión podría tener un final fatal, tanto para ellos como para todo Z'kum.

Z'kum, paz de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora