Sin Salida.

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-¡Sylvia! ¡Sylvia! ¡Abre la puerta por favor!- gritaba mi mamá mientras trataba de abrir con desesperación la puerta.

Los golpes no cesaban. Hacía al menos dos horas que estaban tratando de entrar, y ni mi mamá, papá ni hermanos mayores podían destrabar la puerta.

Yo estaba recostada panza arriba en mi cama con la computadora portátil a un lado.

Rahel no dejaba de reírse.

-¿Qué no le piensas abrir?- preguntó ahogándose en su propia saliva de la risa.

-Están enojados conmigo... Claro que no les abriré- contesté segura de lo que decía.

Nadie podía oír que yo no estaba "sola", el mueble que trababa la puerta y la mismísima puerta, eran lo suficientemente gruesas como para que solo los gritos se pudieran filtrar... E incluso oyéndose bajo.

Casi siempre que me encerraba, nadie me molestaba... O solo lo hacían por unas horas y luego desistían. Se rendían y me dejaban en paz. Sin embargo estaba vez no había manera de que se fueran, y estaban muy enojados como para al menos "negociar" y poder salir sin reproches de esto.

No iba a abrir la puerta para verlos cara a cara y sentirme peor que antes. Al menos si iba a sentirme mal, lo haría a mi manera: Tratando de olvidar y pensando en otra cosa.

-¡Sylvia! No nos va a quedar de otra que llamar a la policía...- gritó mi hermano mayor con furia y golpeando muy fuerte la puerta.

No la derribaría... Era demasiado pesada y fuerte como para caerse solo a golpes.

-Bla bla bla...- susurré mientras escondía mi cara con las manos.

-Vamos... Al menos dale señales de vida, eso hago yo... Hazte la víctima o algo, la vas a poner peor- hasta Rahel parecía preocupada por lo que estaba haciendo.

-¿Hacerme la víctima?- pregunto riendo.

Según los gritos de mis padres, no había manera posible de hacerme la víctima.

-Tuviste 6 días para pensar en algo... ¡Vamos!

-6 días...- susurré hablando conmigo misma- No parecieron tantos- me dirigí a la chica de pelo azul.

-En la sala de los suicidas el tiempo pasa rápido...- susurró Rahel pensativa, como si ella también estuviera reflexionando sobre el tiempo que llevaba en su dormitorio-Un día esto va a acabar- dijo segura de sí misma mientras se salía de la visión de la webcam.

-¿A dónde te has ido?- pregunté mirando el cuarto de la chica, pero sin ella en el.

De repente, se oyó un ruido fuerte, como de un tiro y la llamada se corto.

-¿Rahel?- Exclamé asustada mirando la pantalla, como si esta la fuera a escucharme.

Comencé a abrir todas las ventanas de la computadora, sin embargo la chica no estaba conectada.

-¡Mierda!- grité arrojando la computadora hacia el otro lado de la cama.

Mi familia no tardo en dar conocimiento de que me habían oído.

-¿Sylvia? ¡Abre la puerta maldita sea!- exclamó mi padre dándole un golpe a la puerta.

Me puse de pie y retrocedí hasta la ventana, la cual casi con una fuerza inhumana, abrí y asomé la cabeza para respirar aire. Estaba teniendo un ataque de nervios, mi familia cada vez estaba más molesta y lo que había pasado en la llamada con Rahel me había dejado atónita y con mucho miedo. ¿Y si había sido testigo de un suicidio?

-¡No puedo!- les grité .

-¿Pasa algo ahí adentro?- pregunto mi madre, pareciendo ser la única que se preocupaba.

Me dolía mucho la cabeza, como si tuviera fiebre, me sentía extremadamente mareada y no tenía fuerza para nada. Haber llevado 6 días solo a galletas y snacks que tenia guardados en mis cajones no había sido buena idea. Pero era mejor idea que salir...

Un dolor de panza me hizo retorcer por un momento.

Corrí hasta el lavado del baño y comencé a vomitar. Estaba más que segura que todo era un ataque de nervios. No era la primera vez que me pasaba. Sin embargo, me sentía demasiado mal como para seguir oyendo gritos.

Me decidí. Abriría la maldita puerta, y dejaba a manos de dios lo que fuera que pasara.

Corrí, sintiéndome terrible, hacia la puerta y corrí el mueble y la madera que trababa ambos. Apenas me encontré cara a cara con todos, mi hermano me tomó del cabello y me arrojó al suelo.

-¿Qué haces?- le retó mi padre enojado, a mi hermano Aron.

-¿Qué tiene en sus brazos?- mi madre se agacho para examinarlos y retrocedió horrorizada.

De repente la visión se volvió borrosa, y no supe que paso después.

Sylvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora