Abrí los ojos pero no veía nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? ¿Por qué yo? Intenté moverme, algo me apretaba las muñecas y los tobillos. Tampoco podía hablar y me costaba respirar. Empecé a oír como se acercaban unos pasos fuertes y firmes, unos segundos después noté como algo me pinchaba en el brazo.
Como cada tarde después de clase, llegaba a casa y hacía los deberes y tareas que tuviera pendientes. Navegaba un rato por internet, repasaba las noticias y después salía a pasear a Toby. Toby era mi perro, era un labrador precioso. Me encantaba sacarle a pasear sobre todo porque a la gente le encantaba mi perro, todo el mundo quería tocarle y en el barrio ya todos le conocían. Lo cierto es que, a pesar de ser un perro grande, era totalmente inofensivo, apenas ladraba y era muy cariñoso.
Fuí por el mismo camino de siempre, crucé el parque de lado a lado y luego empecé a rodearlo para volver a casa. Iba a girar la esquina de la última calle cuando de repente, una furgoneta con los cristales tintados paró delante de mi. Un hombre con una mascara de una muñeca de porcelana bajó y sin que me diera tiempo a reaccionar me inyectó algo en el brazo, me metió en la furgoneta y cerró la puerta.
Eso es lo último que recuerdo antes de esto. Antes de este frío y esta oscuridad.