Parecía que dudaba entre abrir o no abrir la puerta. De repente comenzó a andar y oí el chirrido de la puerta, después escuché la voz de una mujer. No lograba entender lo que hablaban, se escuchaba demasiado lejos, demasiado distorsionado. Me acordé de que había pensado que aquel hombre me grababa y lo veía en su tele, puede que aquella mujer, fuera quien fuera, viera algo extraño y avisara a la policía.
Al parecer, la mujer iba en tacones porque resonaban por todo el sótano. De repente dejé de oír sus pasos pero seguía escuchando los fuertes y seguros pies de aquel hombre. Quería saber de qué hablaban, quién era esa mujer y por qué estaba ahí. Intenté agudizar el oído todo lo que pude y empecé a oír algunas palabras cuando el sonido de sus pies cesó. "Les traigo...té", "Bruno", "inspectora", "Sara". ¡Sara! Aquella mujer había dicho el nombre de mi hermana, intenté tranquilizarme: "hay muchas personas que se llaman igual que ella, puede ser cualquiera." Y, de repente, escuché mi nombre. Marta.
Puse todo mi empeño en escuchar aquella conversación, sin duda estaban hablando de mi. Era como una especie de interrogatorio, aquella mujer hacía preguntas, así que pensé que sería policia, y después él contestaba. Ella fue la que dijo mi nombre acompañado de la palabra "desapareció" o quizá "desaparición". Lo importante era que fuera quien fuera sabía que yo estaba desaparecida, no creeían que me había fugado y, sobre todo, estaban en el lugar adecuado. Me puse muy contenta, empecé a pensar en la posibilidad de que la policía viniera a registrar la casa y me encontrara. Pero entonces, comencé a oír los pasos otra vez, los pasos firmes de él, los tacones de ella y, entre tanto, me pareció escuchar otros que no correspondían a ninguno de ellos. ¿Había otra persona ahí? El golpe de la puerta al cerrarse me atrajo a la realidad de nuevo. Se habían ido, nadie había registrado nada. Estábamos solos, él y yo, una vez más.
Empecé a pensar en el nombre que él había dicho, Bruno. Puede que se llamara así, a mí nunca me lo había dicho. Al cabo de unos minutos, escuché cómo bajaba las escaleras. Quitó los candados y entró, cerró la puerta después. Paseó por la habitación bastante tiempo, en silencio. Solo le oía andar y andar, parecía dar vueltas alrededor de mi, de aquella mesa. Empecé a asustarme, no sabía que estaba tramando, ¿iba a matarme?
Había pasado una hora o, quizá más. No quería moverme, no quería llorar ni molestarle lo más mínimo. Cualquier cosa que hiciera podría provocar que él desatara toda su furia y su ira en mi. Y eso era lo último que quería. Estar atada en esa mesa no era como estar en el paraíso pero, sin duda era mejor que estar muerta. De repente se rompió el silencio:
- Marta, vamos a tener que cambiar los planes antes de tiempo.
No entendía que quería decir, le escuché muy atenta.
- Es hora de sacarte de esa mesa. Te lo advierto, una sola vez, como grites o intentes algo, te mataré. Aquí y ahora. ¿lo has entendido?
Yo, asustada, asentí tanto como pude.
- Muy bien, voy a desatarte.
No sabía que quería hacer conmigo, ni a que se refería con ese cambio de planes. Pero si empezaba desatándome no parecía un mal cambio. Empezó desatándome las cuerdas de los pies, lo hizo muy despacio y con mucha delicadeza. Después me quitó la cuerda de la mano derecha, yo moví la muñeca y noté como me crujían los huesos de haberlos tenido tantas horas sin mover. Me soltó la mano izquierda e hice lo mismo.
- No hables - me dijo mientras me quitaba la cinta de la boca.
Después desató la cuerda que atada a la mesa, a la altura de mi cuello, me impedía levantarme.
- Ponte de pie - me ordenó
Yo, a ciegas, bajé de la mesa y mis pies tocaron el suelo por primera vez en días. Mis piernas estaban muy débiles y a penas podía mantenerme en pie. Estaba a punto de caerme cuando el me agarró.
- No sabía que estabas tan demacrada, perdóname por haberte descuidado.
De repente, me cogió en brazos y me sentó encima de la mesa otra vez.
- Espera aquí y no te muevas.
Me quedé ahí sentada, subí las piernas encima de la mesa y me abracé las rodillas. Llevaba mucho tiempo con las piernas estiradas y necesitaba flexionarlas. Me dí cuenta de que estando tumbada en la mesa no me había notado tan débil como ahora me sentía. Escuché como movía algún mueble de aquella habitación, tardó unos minutos, después oí como abría una puerta. No era la puerta de siempre, la de los candados. Era otra, se oía más pesada, más fuerte. Vino hacia mi y me volvió a coger en brazos. Andamos unos seis o siete metros, hasta que noté como cambiaba la temperatura de la habitación. Hacía mucho más frío que en la otra, y los ruidos de la calle se oían mucho menos.
- Voy a bajarte, intenta mantenerte en pie
Me bajó de sus brazos, en aquella fría habitación. El suelo estaba congelado y era mucho más rugoso que el otro. Me pareció absurdo pero me sentía más segura cuando él me llevaba en brazos.
- Marta, no quiero que mueras aquí. Si algún día quiero matarte, yo lo haré, con mis propias manos. Quiero que permanezcas con vida, y no vas a estar mejor en ningún otro sitio. Yo te protegeré del resto del mundo para que nadie pueda hacerte daño. No voy a atarte porque voy a darte mi confianza, quiero confiar en ti para que tu puedas confiar en mi también. Ahora voy a salir, cuando yo te diga podrás quitarte la venda de los ojos, si te la quitas antes de que yo te lo permita, tendré que matarte ¿Lo entiendes verdad?
- Si - dije con voz temblorosa
- Tampoco voy a taparte la boca. Te recomiendo que no grites, porque nadie va a oírte y solo lograrás enfadarme. Y, créeme, no te gustará verme enfadado. Solo hablarás cuando yo te haga alguna pregunta. ¿Vale?
- Si
- Muy bien Marta, creo que nos vamos a entender a la perfección.
Salió de aquella habitación, yo estaba ahí de pie, inmóvil, esperando sus órdenes. Cerró la puerta y desde el otro lado me dijo: "Puedes quitarte la venda". Muy despacio empecé a desenrollar la venda, di unas seis o siete vueltas hasta que me la quité por completo. Tenía los ojos cerrados, no sabía cuánta luz habría en aquella habitación y me daba miedo cegarme. Poco a poco empecé a abrir los ojos, la habitación era muy oscura, así que los abrí de golpe. Había mucha humedad, vi la puerta delante de mi. Era una puerta gris oscura, parecía bastante nueva en comparación con el resto de la habitación. Me giré para ver lo que había detrás de mi. En el suelo había un colchón, con una almohada y una manta. Todo bien doblado y emparejado. Al lado de la cama había una bandeja con un trozo de pan, una manzana y una botella pequeña de agua. No quise ver más, me lancé directa a por el agua. Abrí la botella y empecé a beber, de repente algo dentro de mí me dijo que parara. Para entonces ya me había bebido media botella. No sabía cuando iba a volver a tener agua, así que, volví a poner el tapón y la dejé en la bandeja. Cogí el pan y arranqué un trozo pequeño. Parecía de hoy, recién hecho. Estaba tan bueno... Me tentaba tenerlo delante, quería comérmelo todo pero era mejor guardarlo, por lo que pudiera pasar. Decidí comerme la manzana entera, llevaba dos o tres días sin comer, ya había perdido la cuenta, y sabía que una fruta ayudaría mucho a mi organismo a recuperarse. Era una manzana roja de esas que son tan perfectas que, en una situación normal, te daría pena comértela. A mi no me dio ninguna pena. Cuando me la terminé, me quedé mirando el pan ansiosa por comer más, así que decidí ponerlo, junto al agua, debajo de la almohada para no estar viéndolo cada segundo.
Estaba muerta de sueño, a penas había dormido unas horas en aquella mesa desde el primer día. El colchón era bastante gordo y no estaba frío como el suelo. Aquel hombre me había puesto sábanas de invierno. Parece que era verdad lo de mantenerme con vida. Me metí entre las sabanas calentitas y me tapé con la manta. Cerré los ojos y, por un momento, me imaginé en casa.