Carlos no había vuelto a su casa, así que cuando bajé de mi habitación le vi durmiendo en el sofá. Mis padres estaban en la cocina bebiendo té, me senté y me llené una taza.
- Me ha llamado la inspectora para decirme que iban a analizar hoy la pulsera de Marta -dijo papá. Mamá y yo le miramos esperando que dijera algo más.
- Dice también que hoy van a interrogar a los vecinos, casa por casa, a ver si alguno de ellos vio algo o a alguien que le pareciera sospechoso.
- Supongo que si alguno hubiera visto algo ya habría ido a la policía a decirlo, ¿no? - contesté yo para romper el silencio
- Dicen que puede que vieran algo y que no les pareciera importante y que por eso necesitan hacerles preguntas.
- Yo quiero acompañarles, necesito hacer algo - dije
- No se si te lo permitirán, la inspectora vendrá ahora antes de empezar a interrogar a los vecinos, pídele permiso a ver que le parece.
- Vale, voy a vestirme - dije mientras me levantaba y cogía mi taza de té. La dejé en el fregadero y después me acerqué a mi madre para darle un beso.
Abrí el armario y me puse lo primero que encontré, un vaquero roto y una camiseta de manga larga. Mi madre me había guardado la ropa de verano hacía una semana y, menos mal, porque ya había empezado a hacer frío. Oí como tocaban el timbre y bajé corriendo las escaleras, me asomé por la mirilla antes de abrir y vi a la impoluta inspectora Díaz al otro lado de la puerta.
- Buenos días Sara - me dijo sonriendo nada más abrirle la puerta.
- Buenos días inspectora, me preguntaba si podía acompañarla esta mañana... - dije algo dudosa
- No es algo que permita normalmente, pero haré una excepción - sonreí inmediatamente - siempre y cuando no me interrumpas y no les hagas ninguna pregunta
- Eso está hecho, mantendré la boca cerrada - le dije llevándome el dedo índice a la boca simulando el silencio.
- Señor, señora, me llevo a su hija de paseo. Volveré luego y les contaré cómo ha ido. Que pasen un buen día - les dijo muy amablemente a mis padres.
Antes de cerrar la puerta vi como Carlos se despertaba. Pensé en lo incómodo que se iba a sentir ahora en casa, con tanto silencio al lado de mis padres. Cerré la puerta y seguí a la inspectora. Se dirigía a la primera casa a la derecha, la del señor Molina. Era un hombre mayor, de unos setenta años que vivía solo. Subimos las escaleras del porche y, después de que la inspectora tocara el timbre, esperamos a que nos abriera.
- Buenos días señor...
- Molina - dijo el anciano
- Encantada señor Molina -dijo dándole la mano- soy la inspectora Díaz y vengo a hacerle algunas preguntas, ¿podemos pasar?
Se notaba que Díaz había hecho esto muchas veces, siempre sonreía a la gente y eso ayudaba mucho. Entramos en la casa y nos sentamos en el salón, el señor Molina se sentó en un sillón y nosotras en un sofá doble. Al principio la inspectora le habló de lo bonita que tenía decorada su casa y le preguntó qué tal se vivía en aquel barrio. Siguió con preguntas más personales:
- ¿Está usted casado señor Molina?
- Soy viudo, mi mujer murió hace ocho años
- Lo lamento mucho... ¿así que vive usted solo?
- Así es
La inspectora Díaz seguía y seguía preguntando.
- ¿Y a que dedica su tiempo?