capitulo 4

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Naruto colocó las alas de su hada junto al fichero. Había cortado un pequeño trozo del tejido para poder utilizarlo como muestra. El vendedor de los grandes almacenes que Sora le recomendó le había dicho que tenían el mismo organdí, pero él quería asegurarse de que fueran idénticos.

Deshizo el paquete y extendió el trozo de tela sobre la silla que estaba junto a las alas. Retrocedió unos pasos y miro los dos tejidos. Se sintió aliviado y satisfecho al mismo tiempo al comprobar que eran exactamente iguales.

Unos golpes en la puerta de su despacho le hicieron sonreír. Estaba seguro que se trataba de Sora que iba a ver si lo había conseguido.

-Adelante -dijo sin ni siquiera mirar a la puerta.

Sakura suspiró. La recepcionista había dudado un instante antes de indicarle la puerta del despacho de Naruto y temió que le fuera a hacer más preguntas. Al final, consiguió llegar a su destino. Quizás, la indumentaria negra que llevaba la hubiera ayudado.

Y ahora, su voz la invitaba a pasar. Tenía que acabar con esto rápidamente. Sería estúpido echarse para atrás ahora. Su corazón latía desaforadamente mientras abría la puerta. Se sentía tan abrumada, que le parecía que flotaba cuando entró en la habitación. Estaba dispuesta a enfrentarse a ese hombre y a los sentimientos que él le provocaba.

Pero él no estaba frente a ella. Ni siquiera la miraba. Su atención estaba centrada en... ¡sus alas!

-¿Ves? -dijo señalando a la tela. Son exactas.

La conmoción dejó a Sakura sin palabras. Su mirada se dirigió del organdí al hombre que se había tomado la molestia de adquirirlo. ¿Una rata superficial querría arreglar las alas? ¿No iba Shikamaru Nara a pagar por los daños? ¿Qué estaba pasando allí?

Deseó poder leer la mente de Naruto. Por la expresión de su perfil, pudo comprobar que estaba sonriendo, pero... ¿qué significaba esa sonrisa?

¿La estaba recordando a ella vestida de hada? Un pequeño escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Era tan atractivo, tan masculino. Su espesa mata de pelo rubio le rozaba el cuello de la camisa blanca. Tenía los hombros anchos como un nadador profesional y los pantalones grises que llevaba le marcaban un trasero muy sexy. En ese momento, recordó cuando la había tenido apretada contra su cuerpo. En sus caderas había sentido su dura musculatura masculina y, en sus senos, el cálido muro de su pecho.

Su corazón dio un vuelco cuando él se giró y la miró de frente, su vivida mirada azul era afilada y penetrante. En el mismo instante en que la vio, la sonrisa se le borró de la cara.

A Sakura le entró pánico. Su corazón latía a toda velocidad: ¿la habría reconocido? ¿A pesar de las enormes gafas oscuras y el gran sombrero negro calado hasta las cejas? Su mano se ciñó con fuerza al ramo de rosas mustias. Llegado el caso, podría utilizarlo en su defensa.

-¿Quién es usted? -preguntó de golpe.

¡Qué descanso! No la había reconocido. Entonces, se armó de valor. Estaba allí para hacer un trabajo, no para que él la vapuleara de nuevo.

Cada nervio de su cuerpo le gritaba: « ¡haz el trabajo y lárgate!»

-¿Señor Uzumaki?

La voz le salió demasiado tenue y ronca. Debería haber tragado saliva antes. En esos momentos, él la estaba mirando sorprendido. ¿Le habría sonado el tono de su voz? ¿Lo habría asociado a ella y a su canción de cumpleaños?

-Sí -respondió con tos ojos clavados en su boca.

Sakura se sintió incómoda con la mirada. Le hacía recordar lo que había sentido con él. De repente, se encontró mirándolo con la misma intensidad. Molesta por tan traicionera distracción, se apresuró a cumplir su cometido.

Una Venganza Muy DulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora