~Día 36~ (parte 1)

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Camille POV

Me entristece un poco saber quién es el anónimo. Nico nunca me había molestado por mi estatura, es más, siempre me hacía tomarlo como algo bueno y me defendía de las críticas y burlas. Pero entonces, ¿por qué lo hizo? Y no es algo que haya deducido al azar. Alice y yo nos tomamos el tiempo de comparar la letra y la manera de decir las cosas (aunque el chico o es mucho más divertido que él). Además, últimamente hemos hablado muy poco. Lo siento alejado. Cada vez que le pregunto, simplemente responde que tiene muchas cosas que hacer. Claro, como escribirme absurdas notas en vez de hablarme directamente. Y no es que me desagraden, para nada. De hecho, se han convertido en parte de mi rutina y, en definitiva, me hacen reír a carcajadas. Por eso me duele que sea él. ¿Dónde estará ahora?

–Camille –apareció Joaco de la nada con una preciosa sonrisa.

–Hey, ¿cómo estás? –lo saludé.

–Bien. ¿Otra nota? –señaló la hoja de papel que tenía en mis manos.

–Sí... –me incomodé. No quería decirle lo que estaba por hacer–. ¿Has visto a Nico?

–Creo que está en su casillero.

–Gracias, disculpa pero tengo que irme.

Le di un rápido abrazo sin razón y emprendí mi camino hacia el pasillo de mi amigo. Mi cabeza estaba hecha un lío. No dejaba de pensar en lo mismo: ¿por qué lo hizo? Sin darme cuenta, ya estaba a sus espaldas. Su cabello se veía desordenado, tal vez porque se había levantado muy pronto y ni siquiera alcanzó a cepillarlo. Típico de él. No pude evitar que una triste sonrisa naciera en mis labios. En cierto modo, no es tan malo que sea él. Después de todo, es demasiado importante en mi vida como para tacharlo de ella solo por algo así. Lo quiero muchísimo.

–Nico.

Volteó y me sonrió.

–Hola, ¿cómo amaneciste?

–Bien –sentía que mis ojos se humedecían. ¿Por qué estoy a punto de llorar?

–¿Qué pasa? Ven aquí –me abrazó con fuerza, acariciando mi espalda. Lo había hecho tantas veces y solo esta se sentía diferente. No le devolví el gesto, solo me quedé ahí, en sus brazos, empapando su polera con mis lágrimas.

–¿Por qué lo hiciste?

–¿Hacer qué?

–No te hagas el imbécil. Sabes de qué hablo –sorbí mi nariz.

–Camille, literalmente no tengo ni idea de lo que estás hablando –me separó y, sujetando mis hombros, me miró preocupado.

–Sabías que me herías. Desde un principio te lo dije. Las notas eran agresivas y me dolían. Luego reaccionaste y me pediste perdón, pero... el daño ya estaba hecho.

–¿Qué? ¿Qué tienen que ver las notas conmigo?

–¡Deja de negarlo! –levanté la voz mientras me soltaba de su agarre.

–¿¿De qué hablas?? ¡Yo no escribí esas cosas! ¡Sabes que no!

–¡No! ¡No lo sé! Las únicas pistas que tenía me trajeron a ti. A mi mejor amigo. A la única persona capaz de dañarme tanto con unas míseras palabras en una maldita hoja arrancada de un cuaderno. A la única persona a la que he... –me callé. ¿Qué estaba a punto de decir?

–No puedo creer que estés dudando de mí. He estado a tu lado desde que tengo memoria. Ayudándote y apoyándote en todo. ¿Realmente me crees capaz de algo así? –veía la decepción en sus ojos. Su mirada herida.

–Y si no eres tú, ¿entonces quién? –levanté mis brazos, exasperada.

–No es necesario que hagan pública su pelea –escuché a mis espaldas.

–¿Qué haces aquí, Joaco? –preguntó Nico, de pronto nervioso.

–Vengo a salvarte, supongo.

–Él no necesita ningún abogado, estamos hablando de algo serio. Siento decirte que no es tu incumbencia –no quise ser tan borde, pero me estaban sacando de mis casillas.

–Y yo lamento decirte que sí lo es.

Volteé para verlo de frente.

–¿Y por qué? –hablé firme. No quería más mentiras.

–Porque no quiero que culpes a alguien por lo que yo hice.

–¿Qué?

No era posible.

–Lo siento, enana. No podía seguir ocultándolo más tiempo.

Sentí que mis ojos ardían más que antes.

Hola, EnanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora