~Día 36~ (parte 2)

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Camille POV

–No, claro que no. Es Nico –me negaba a creer sus palabras. Sencillamente no era posible, no había razón.

–Lo siento mucho. Sé que esta no es la mejor manera de que te enteres, menos con todos escuchando –echó un vistazo a la gente a nuestras espaldas, escuchándonos–. ¿Qué tal si hablamos en la cafetería? Les invito algo –sonrió.

–Joaquín, no juegues conmigo.

–No lo hago. Nunca lo he hecho –algo en su seria mirada me confirmaba que no mentía.

Al llegar ahí, Nico y yo nos sentamos frente a él, cada uno con un café entre las manos.

–Habla. Antes de que empiece a gritarte a la cara. No me importa si me escuchan –escupí. Me estaba frustrando no entender lo que pasaba.

–Calma, pequeña bestia –su apodo me hizo fruncir el ceño–. Lo que hice tiene una explicación. Solo espero que no te lo tomes a mal.

Se acomodó en su asiento y apretó un poco el vaso de plástico, lucía incómodo.

–Verás, cuando te conocí, Camille, me di cuenta de la maravillosa persona que eres. Agradable, divertida, amable, pero con mucha negatividad sobre su cuerpo. En específico, tu altura. Y siempre me he considerado una persona optimista, que siempre trata de ver el lado positivo de todo y todos. Por lo mismo intentaba, cada vez que podía, bromear sobre tu tamaño y tomarlo como algo divertido y adorable. Se me ocurrió mandarte notas cuando me enteré de que alguien se había burlado de ti a través de una. Pensé que te alegrarías si te llegara una tomando todo como un chiste, como algo para reír. Pero luego me di cuenta de que no lo estaba haciendo de la manera correcta. Estaba haciéndote daño, a pesar de tener la mejor de las intenciones: mirar todas las cosas de la mejor forma posible. Después te veía con Derek, siendo tan tímida, pero nuevamente, insegura. Mi mente me repetía una y otra vez que debía ayudarte a superar tus miedos y vergüenza. Porque ser baja no es malo. Jamás lo será. En vez de tomarlo como un defecto, deberías comenzar a sentirte orgullosa por cómo eres. Porque así eres perfecta. A tu manera. Y todos nos hemos dado cuenta –separó sus ojos de los míos y sonrió a Nico–. Espero que entiendas mis razones. Lo siento por no habértelo dicho antes...

–Eres un imbécil –lo interrumpí. Sus pardos luceros demostraron sorpresa, y algo de tristeza–. Pudiste haberme dicho todo lo que escribiste. No había necesidad de mandarme notas. Eres mi amigo, Joaco. Te quiero –mis ojos comenzaban a inundarse–. Eres la persona más dulce que conozco, ¿lo sabías?

Devolvió la sonrisa que le dediqué.

–Perdón por haberte dañado. Te prometo que esa jamás fue mi intención. Solo quería cuidarte.

–Lo sé, te entiendo. Y necesito agradecértelo –me acerqué a él y acaricié su mejilla–. Creo que, después de todo, mi confianza sí aumentó. Empecé a defenderme, me atreví a hacer cosas que antes jamás habría hecho por timidez, –ambos reímos al entender la referencia –y comencé a caminar con la frente en alto, sin esconder mi rostro tras mi cabello. Al contrario de lo que puedas pensar, tus mensajes me alegraban mucho. Eran tan divertidos que mejoraban mis tardes. También servían mucho para enterarme de las cosas que ocurrían a mi alrededor. Las cuales por cierto, no tengo idea de cómo te enterabas.

–Es un don –bromeó.

–Así que no creas que todo fue malo o me disgustó. Supiste controlarte en el momento justo. Y te lo agradezco, de verdad.

Su sonrisa fue tan pura, llena de gratitud y sentimiento, que no resistí la lágrima que quería salir. Juntó mi frente con la suya.

–¿Por qué lloras, tonta? –la secó inmediatamente con su pulgar.

–Porque estoy feliz, por dos razones: tú eres el anónimo y Nico no lo es.

Nos carcajeamos. Noté por el rabillo del ojo que mi amigo bajaba la cabeza.

–Te quiero pedir una cosa, enana –susurró.

–¿Qué? –respondí con el mismo tono de voz.

–Aprovéchalo.

–¿A Nico? –me separé y lo miré extrañada.

–Sí.

–Pero, ¿por qué lo dices? Estoy con él todos los días.

–Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes –citó con voz dramática.

–Deja de bromear –golpeé su hombro, divertida–. Pero, ¿por qué hablas de perder?

–No puedo decir más, lo siento –se puso de pie y nos miró a ambos–. Nico, espero verte mañana, confío en ti. Camille, nos leemos mañana en la última nota –sonrió.

–¿Última? –sonaba a despedida.

–Debo darte un último consejo. No soy yo quien tiene que explicarte todo.

–¿A qué te refieres con "todo"? ¿Queda más sobre las notas? –rodeé los ojos.

–Solo el final. Siempre hay dos lados en una historia –guiñó un ojo–. Mañana sabrás de lo que hablo. Adiós, chicos.

Agitó su mano y salió de la cafetería.

–¿Sabes algo de ese "final"? –le pregunté a Nico, quien parecía perdido en sus pensamientos.

–No más que él –imitó las acciones de Joaco y se paró–. Solo prométeme una cosa –su mirada era seria y sin expresión. Llegaba a dar escalofríos.

–Claro.

–No me odies. 

Hola, EnanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora