La luz inunda la habitación. Una tormenta despertó a Elena. La constante lluvia le facilitaba el sueño pero los recientes truenos la preocupaban. Cada estallido generaba una vibración que se esparcía por toda la casa. Hubo algunos de explosión tan colosal que Elena llegó a pensar que Dios había agarrado un rayo y lo había usado como látigo para azotar la ciudad. "¿Dónde está el pararrayo de la catedral?", pensaba. La tempestad amenazaba con sumergir al barrio; era como si Caballito estuviera bajo una ducha y alguien hubiera dejado el grifo abierto.
Pero no fue solo el enardecido estallido de aquel último trueno lo que la hizo sobresaltar. Elena se despertó porque había tenido un sueño. Y no cualquier sueño. No. Elena había tenido uno de sus sueños. Y cuando Elena sueña, se cumple. Es increíble cómo el inconsciente manifiesta en los sueños cosas que quizás creemos ignorar pero subconscientemente las conocemos. Una vez un amigo de la secundaria (con el que afortunadamente se seguía viendo) le expresó que él consideraba, partiendo de las veces que Elena le habló de sus sueños, que existían dos tipos de sueños: los que manifiestan lo que inconscientemente sabemos (como cuando Elena soñó que su novio le cortaba y al día siguiente, así sucedió. Eso fue porque de alguna manera, su subconsciente se percató de las extrañas actitudes de su novio y comenzó a sospechar) y aquellos que captan la energía del Universo y logran canalizarla en primitivas imágenes, en un código, para que nosotros podamos comprenderlo. Son esos sueños los que reciben la información del Universo y nos la trasmiten como pueden.
Y esa noche Elena tuvo uno de esos sueños. Lo sabía, era evidente. No eran de esos sueños que cuando vos se los contás a otra persona reacciona diciendo "¿Posta? Qué loco, che". No. Éste significaba algo. Y tampoco era de esos sueños que tienen que ser interpretados por un psicoanalista porque están llenos de símbolos y hay que saber encontrarlos en el sueño y todo ese chamuyo que te venden los psicólogos. No, no. Esto era obvio.
Elena había soñado con Héctor, el padre de su marido. Soñó que Héctor le pedía a ella, que hiciera que su esposo, es decir, su hijo, lo llame.
Se quedó un instante observando a su marido, vacilando en si despertarlo o si contarle al día siguiente.
— ¿Qué pasa, Eli?
No hacía falta. Él la conocía demasiado. Incluso dormido se percataba de cuándo su esposa necesitaba algo.
—Tuve un sueño...
Walter abre los ojos y se incorpora. Es cosa seria. Elena aprecia ese gesto. Quiere decir que los sueños de ella también tienen valor para él. Le importan.
—Nah, no puede ser. Wow, qué cosa... Aparte... —fueron las primeras ocho palabras quiméricas que balbuceó Walter cuando Elena le contó—Aparte tus sueños son...
Ni siquiera Elena encontró palabra alguna para describir la esencia de sus sueños. A veces recurrir a conceptos como "magia" o "premonición" sonaban insuficientes. "Para mí, es un tema de energía", terminaba diciendo.
Walter se quedó estudiando ese rostro tan angelical. Su blancura casi que hacía que brillara.
— ¿Qué hago? ¿Llamo...?
Elena se encogió de hombros.
Fue mucho el valor que juntó Walter para tomar el teléfono y marcar.
Beeep. Beeep. Beeep.
Nada.
Beeep. Beeep. Beeep.
—Bueno, lo intenté, che.
Colgó y se volvió a acostar.
Elena se acercó a su marido y le tomó la mano.
—Walty, sé lo mucho que te cuesta esto, pero sabés que tenés que llamarlo. No te cuesta nada, dale—la ternura con la que hablaba, por Dios. Walter era muy susceptible a su voz.
—Pero lo llamé... vos me viste...—Elena lo fulminó con la mirada—. Ok, ok. Mañana lo llamo, ¿sí?—Elena lo volvió a mirar—Dale, son las... ¿qué? ¿tres de la mañana? Es muy tarde, no va a estar despierto a esta hora...
De mala gana, Elena suelta un "Está bien" insatisfecho. Walter se tapa con las sábanas y vuelve a intentar dormir. Elena, antes de imitarlo, arrodillada todavía en la cama, le suplicó:
—Pero prometéme que mañana lo vas a llamar, eh. Mirá que te voy a romper las pelotas.
—Sí, sí—largó Walter, mientras hacía un sandwichito "almohada-cara-almohada" para amortiguar el repiqueteo de la lluvia. El sonido mágico de la lluvia era un placer que padre e hijo compartían.
Mañana Walter no llamó. No hizo falta. Lo llamaron a él.
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Algoritmos
Science FictionGonzalo es un chico que tiene poca relación con su familia. Tras la trágica y misteriosa muerte de su abuelo, los Coutinho se ven obligados a viajar hasta Santa Clara del Mar, una pequeña localidad ubicada a veinte kilómetros de Mar del Plata. Así...