Quedan veintiséis días.
La música, sobre todo la música clásica, y sobre todo el Réquiem en re menor, de Mozart, tiene energía cinética. Si se escucha con la suficiente atención, puede oírse el arco del violín vibrando sobre las cuerdas, a punto de dar vida a las notas. De ponerlas en movimiento. Y, en cuanto las notas están en el aire, chocan unas contra otras.
Brillan.
Estallan.
Paso mucho tiempo pensando en qué se sentirá al morir. A qué suena la muerte. Si estallaré como
esas notas, emitiré mis últimos gritos de dolor y luego me quedaré callada para siempre. O a lo mejor me convierto en una energía estática apenas perceptible, que solo se detecta si se escucha con
mucha atención.Y si no estuviera fantaseando ya sobre la muerte, me conformaría con trabajar en la centralita de Tucker's Marketing Concepts. Por suerte para ellos, se librarán de cualquier responsabilidad porque ya estaba mal antes de formar parte de la plantilla.
Tucker's Marketing Concepts es una empresa de telemarketing situada en el sótano de un pequeño centro comercial cochambroso, y yo soy la única empleada que no había nacido cuando se produjo la caída del Imperio romano.
Hay varias hileras de mesas grises de plástico, que seguramente compraron de saldo en el Costco, y todo el mundo tiene un teléfono y un ordenador.
El lugar apesta a una mezcla de moho y café quemado.
Estos días estamos realizando una encuesta para Paradise Vacations. Quieren saber qué valora más la gente cuando está de vacaciones: la calidad de la comida y la bebida o la calidad de las habitaciones de hotel.
Marco el siguiente número de mi lista: la señora Elena George, residente en Mulberry Street.
-¿Diga? -me contesta alguien con voz ronca.
-Buenos días, señora George. Mi nombre es Camila y la llamo de Tucker's Marketing Concepts en representación de Paradise Vacations. ¿Tiene unos minutos para responder un par de preguntas?
Carezco del tono cantarín que tienen la mayoría de mis compañeras. No soy precisamente la trabajadora estrella de TMC.
-Ya les he dicho que no llamen más a este número -me suelta la señora George y me cuelga el teléfono.
«Puede correr, pero no puede esconderse, señora George.» Es lo que anoto en mi agenda de
llamadas. Por lo visto no está interesada en unas vacaciones pagadas de dos semanas a Hawái y disfrutar de una multipropiedad. Lo siento, Paradise Vacations.Hacer más de una llamada sin un descanso entre ellas es demasiado para mí, así que me concentro en la pantalla del ordenador. El único aliciente de mi trabajo es el acceso gratuito y sin restricciones a internet.
Hago doble clic sobre el icono del navegador y vuelvo a Camino hacia la paz, hoy por hoy, mi página web favorita.-Camila -me suelta el señor Palmer, mi supervisor, y pronuncia mal mi nombre, como siempre. Se pronuncia «Camila» y no «Camela», pero a él le da igual-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de jugar con el ordenador? -Hace un gesto hacia la agenda donde están anotados los números de teléfono-. Todavía tienes un montón de llamadas pendientes.
El señor Palmer es de esas personas que podría dar un giro total a su vida si se limitara a cambiar de peluquero aunque fuera por una vez.
Ahora mismo lleva un corte tipo casco, el típico peinado de chaval pandillero. Me gustaría decirle que un corte estilo militar realzaría su mandíbula, pero supongo que es bastante feliz con la señora Palmer, por eso no le corre prisa cambiar de estilo. Pues, bueno, será que el señor Palmer no está sufriendo la crisis de los cuarenta.
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Mi corazón en los días grises (Camren) Adaptación
RomansCada vez llego más y más alto, y oigo cómo cruje la estructura del columpio. - Ten cuidado - dice. - ¿Por qué? - No estoy pensando en tener cuidado. Estoy pensando en un último empujón, en soltarme, en salir volando y caer. - No puedes morirte sin m...