Ya no quedan días
Hoy es el día: el aniversario de la muerte de Taylor. Me ha costado un mundo reunir el valornecesario para venir al hospital, pero sabía que, si no venía, jamás me lo perdonaría.Por primera vez en tres años, me he puesto algo distinto a una camiseta de rayas grises y vaqueros.Le he cogido prestado a Sofia un sencillo vestido negro, me he lavado el pelo, me lo he peinadohacia atrás y me he hecho una trenza francesa. No es que crea que a Lauren le vaya a importar mi aspecto a estas alturas, pero a mí sí me importa. Y lo que quiero es que ella se dé cuenta de eso.Las bailarinas color plata que también le he pedido a Sofia hacen un ruidillo como de pisadas de lluvia sobre las baldosas a medida que avanzo por el pasillo del hospital. En cuanto llego a lahabitación de Lauren, echo un vistazo al interior y veo que sus padres están juntos a los pies de la cama.—¡Oh, Camila! —dice ella. Me dedica una alegre sonrisa. Empiezo a creer que la calidez de lamadre de Lauren no es solo fachada, como dice ella; de verdad que alberga todo ese amor en suinterior.El señor Jauregui la rodea con un brazo y, cuando me ve, atrae más hacia sí a la señora Jauregui.—Entra —me dice. Habla con menos efusividad que su mujer, aunque su tono tampoco resulta frío.Lauren me mira. No dice nada. A lo mejor son solo imaginaciones mías, pero juraría que sumirada se ilumina un poco. Las ojeras todavía están azuladas, aunque resultan menos impactantes que el viernes.—Tengo hambre, ¿y tú? —le dice la madre de Lauren al padre.Él se muestra confuso durante un instante, pero entonces lo entiende.—¡Ah, sí! —responde—. Estoy muerto de hambre.La señora Jauregui se vuelve hacia mí.—Cariño, ¿te importa cuidar de Lauren durante unos minutos mientras vamos a comer algorápido?—No hay problema. —Le sonrío agradecida por su amable gesto. Le agradezco que todavía mepermita ver a Lauren, haberme apuntado en la lista de visitantes autorizados y tratarme como a un miembro más de la familia.La señoraJauregui besa a su hija en la frente y, en cuanto sus padres se han marchado, tomoasiento en la silla que hay junto a su cama.—Debería estar en su tumba —dice Lauren al final. Todavía se le nota la voz débil, aunque másfirme que el viernes—. Hoy más que ningún otro día, debería estar allí.—Ella no necesita que estés junto a su tumba para saber que la quieres.Me mira haciendo un mohín.—¿De verdad lo crees?Asiento en silencio.—Sí que lo creo, Lauren. Puede que no esté aquí físicamente, pero sí que está presente. Y ella quiere verte feliz. Sé que eso es lo que quiere.Permanece en silencio durante unos minutos. Tiene las sábanas subidas hasta la barbilla y estátotalmente quieta. Nos miramos en silencio hasta que ella me pregunta:—Cuando salga de aquí, ¿irás conmigo?—¿A su tumba?Tuerce la boca y lo interpreto como un sí.—Iré contigo a cualquier lugar. —Me arde la cara. No estoy acostumbrada a decir cosas así, perocuando la veo sonreír con debilidad, desaparece cualquier sensación de bochorno—. Mírame, aquí me tienes, siendo la más cursi del mundo.Deja escapar una risa ronca y profunda.—Hablando de eso —digo, y meto la mano en el bolso. Saco el libro que compré sobre las playasde Carolina del Norte. Se lo pongo sobre la bandeja que tiene a los pies de la cama para que pueda verlo—. He pensado que, a lo mejor, cuando te recuperes, podríamos ir a visitar estos lugares.Se queda observando el libro y se le ilumina la mirada. Sus ojos pasan del gris fangoso al verdeintenso.—Al mar —añado.No dice nada. Levanta el libro de la bandeja y lo hojea. Sé que intenta actuar como si no leimportara, pero en determinadas páginas se entretiene durante más tiempo para contemplar las fotos impresas en papel satinado.Al final pregunta:—¿Por qué?—¿Por qué qué?—¿Por qué sigues intentando ayudarme a pesar de saber lo mal que estoy?Me encojo de hombros. Me levanto y camino hacia la mesilla de noche, donde su madre hacolocado todas sus novelas de Julio Verne y su cuaderno de dibujo. Agarro el cuaderno y me siento en la silla. Paso las hojas.—¿Por qué? —repite.Me quedo contemplando los dibujos hechos con carboncillo y levanto la vista, me obligo a mirarla directamente a los ojos.—Porque amarte me ha salvado. Me ha hecho verme distinta de mí misma, ver el mundo de otraforma. Te lo debo todo por ese motivo.Antes de que pueda responder, alguien llama a la puerta.—¿Hola? —Lo pregunta una persona con un tono muy profesional.La puerta se abre y vemos a una mujer en la entrada de la habitación. No lleva bata blanca dedoctora ni uniforme de enfermera, sino pantalones negros y camisa blanca abotonada hasta el cuello.—Tú debes de ser Camila —dice, y luego se vuelve haciaLauren—. Hola, Lauren. ¿Cómo teencuentras hoy?Lauren se queda mirándola.Ella se acerca y me posa con delicadeza una mano en el hombro.—¿Te importa esperarnos en el pasillo?Sacudo la cabeza, salgo de la habitación y cierro la puerta sin hacer ruido. Recorro el pasillomientras intento imaginar la conversación que tiene lugar en el cuarto. Me imagino la expresiónatónita y silenciosa deLauren, y a la mujer haciendo todo lo posible por obtener respuestas.Estoy a punto de recorrer el pasillo de punta a punta por enésima vez cuando la puerta se abre ysale la mujer. Se aparta un mechón de pelo negro de la frente.
—Soy la doctora Stead. —Me tiende la mano.
Se la estrecho con debilidad.—Yo soy Camila, aunque usted ya lo sabía. ¿Está tratando a Lauren?Ella asiente en silencio.—Sí, así es.«Bien», pienso, pero no digo nada.—Espero que pueda, bueno, ya sabe, llegar a conectar con ella.No sonríe, aunque, de algún modo, logra parecer simpática. Me pregunto si es una habilidad que enseñan en la facultad de Medicina.—Haré todo lo posible. ¿Sabes? Soy bastante buena en lo que hago. —Se mete una mano en elbolsillo y saca una pequeña tarjeta de presentación. Me la entrega.El papel es terso, y paso los dedos por encima del texto impreso en relieve.—Si quieres hablar en algún momento, o necesitas cualquier cosa, puedes localizarme en estenúmero —añade. Me mira con sus ojos claros y de expresión amable. Me pregunto si sabe lo deCrestville Pointe, lo de nuestro pacto. Si Lauren le habrá contado algo.—Gracias —respondo en voz baja y le doy la vuelta a la tarjeta.Ella se aleja y el taconeo de sus zapatos retumba a lo largo del pasillo.Cuando vuelvo a entrar en la habitación de Lauren, ella me mira con frialdad.—¿Qué?—¿No pensarás en pedirme en serio que hable con esa mujer?Arrugo la tarjeta que llevo en la mano.—¿Le has hablado sobre nosotras?—¿Sobre qué?—Ya sabes...Se incorpora y apoya la espalda en el cabecero metálico de la cama. Parece que le cuesta mucho, pero lo consigue.—No, no le he dicho nada, ni pío. Y no pienso hacerlo.Vuelvo a sentarme en la silla que está junto a su cama.—A lo mejor no sería tan mala idea.Suspira, y juro que oigo cómo le duelen los músculos de la garganta. Me imagino qué aspectotiene el interior de su cuerpo: magullado y amoratado. Intento apartar ese pensamiento.—Ya no estoy segura de saberlo —responde.Me muerdo el labio inferior.—Eso no es justo. Quiero decir, no tienes que hablar con ella. Pero al menos habla conmigo, ¿no?No dice nada. Me levanto y vuelvo a dirigirme hacia la estantería. Esa vez cojo Veinte mil leguas de viaje submarino.Me siento de nuevo y abro el libro. Las tersas y finas hojas son fáciles de volver. Empiezo aleérselo. Al principio, tengo la voz un tanto temblorosa, pero pronto doy con el tono y el ritmoideales. Cada cierto tiempo, voy echándole un vistazo a Lauren y la veo mirándome, con el gestorelajado, como si estuviera escuchando la historia.Me deja terminar el segundo capítulo y luego me interrumpe.—¿Camila?—¿Sí?Se desplaza sobre el colchón para acercar más su cuerpo al borde de la cama. Sus movimientosson lentos y elaborados.
—Ven aquí. —Se acerca a mí y toma mi cara entre sus manos.
Me inclino y nuestras bocas se funden. Tiene los labios secos e hinchados, pero el beso es suave,delicado y perfecto.—Hablaré contigo —me susurra—. Te lo prometo.La miro a los ojos verdes y no estoy segura de creerlo. Sé que todavía está destrozada,tremendamente triste, pero, cuando me coge de la mano, siento el potencial de la felicidad en su pulso.—¿Y sabes lo que has dicho antes, eso de que he conseguido que te veas a ti misma de otra forma?—pregunta, con su cara todavía a escasos milímetros de la mía.—Sí.—Bueno, pues esa es la razón por la que te dibujé así. Para intentar mostrarte a la persona a la que veo cuando te miro, no a la persona que tú creías ser.Parpadeo como si el potente flash de una cámara acabara de dispararse —todo está blanco yborroso— y me siento más expuesta de lo que me he sentido jamás. Sé que Lauren me ve, hasta la grieta más diminuta y oculta, pero eso no me asusta. Siento cosquillas en el corazón cuando me doy cuenta de que estoy disfrutando de la luminosidad. He acabado con las sombras.Ella me mira, sus ojos recorren toda mi cara.—Supongo que quiero ver el mundo de otra forma... —Se queda callada y su expresión vuelve atornarse triste.La habitación está tan silenciosa que oigo como zumba el fluorescente del techo.—Pero este mundo sigue dando asco, ¿sabes? —añade al final.—Sí, ya lo sé. —Me duele el alma por ella y desearía hacer algo, pero sé que lo único que puedohacer es acompañarla—. ¿Sigo leyendo? —Cojo el libro—. El mundo de estas páginas no da tantoasco.—Lo dices ahora, espera y verás.Miro la página, veo la ilustración de un monstruo marino devolviéndome la mirada y luego miro a Lauren.—Yo esperaré si tú esperas.Me toma de la mano y me da un apretón.—Esperaré.
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Mi corazón en los días grises (Camren) Adaptación
RomanceCada vez llego más y más alto, y oigo cómo cruje la estructura del columpio. - Ten cuidado - dice. - ¿Por qué? - No estoy pensando en tener cuidado. Estoy pensando en un último empujón, en soltarme, en salir volando y caer. - No puedes morirte sin m...