"Incertidumbre"

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Otro día más y el despertador volvió a recordarme el trabajo. Conduzco hasta allá, solo pensando en si lo había hecho bien o mal, no lo sé, pero me sentí como nunca. Aunque me mataba el remordimiento de haber hecho algo así. Sentí que me aproveché de la situación y eso me hacía sentir aún peor.

Llamé a Miguel Ángel, pero tenía el día libre, no me recordaba. Lo llamé al celular y no contestaba. Lo dejé para contarle todo junto mañana. Suena el teléfono...

–¡Buenos día, Steven! –es como si fuera mi protector.

–¡Buenos día, Jefe! –contestó con una sonrisa de oreja a oreja.

–Se te nota muy contento, eh! –su curiosidad por saber como me había ido se notaba en cada palabra que decía.

–Hay jefe. Usted no sabe lo que le debo, por lo que hizo ayer. –mis palabras salían con una satisfación por lo sucedido. Es como si fuera una recompensa por haberle fabricado una iglesia a Dios.

–¿Qué pasó? –preguna curioso.

–Tuve la mejor noche de mi vida. –y eso, que no se imagina todo lo que sucedido. Wao! La última vez que me senti asi, fue aproximadamente 19 años, cuando me gradue en la universidad.

Cumplí mi meta más deseada para ese entonces. Fue una alegría tan inmensa que mis amigos y familiares me organizaron una fiesta sorpresa en la casa. Después de cumplir mi meta, una fiesta sorpresa preparada por ellos, es el sueño de todo adolescente.

–¡Explícate! –me exige un poco mandón.

–Bueno, resulta que fui al parque como a las 07:00 p.m. y me la encontré y nos fuimos a mi penthouse y ya se podrá imaginar lo sucedido.

Digo con un tono de voz ruisueño. De verdad que se me notaba como un adolescente que por primera vez en su vida había estado con una mujer.

–Hasta calor me dio. Bueno, te dejo y felicidades tigre. –una forma más para que deje mi respeto con el e intente tratarlo como compañero de trabajo.

–Hablamos. –cuelgo el teléfono y sigo suspirando por la noche enloquecida que tuvimos. Recuedo sus ojos mirándome cuando la hacía mía. Se cerraban con fuerza y los abría para observarme al embestirla.

La sonrisota se me notaba a leguas y los ojos brillosos alumbraban toda la oficina. Era una felicidad tan inmensa que todo el personal se burlaba de mí, pero no me molestaba.

Mi felicidad no me la opacaba nadie. Una felicidad que quisiera mantenerla para siempre. Tomo el teléfono y hago una llamada. Si, a ella misma, "Cristal".

–¡Buenos días! ¿Con quien desea hablar? –esa hermosa voz es inconfundible, aunque ahora que hablo por teléfono con ella, le siento un tono parecido a su madre.

–Con la pieza más cara y hermosa de ese hogar. –digo alagando su hermosura.

–¿Mi caballero? –contesta un poco asombrada.

–Si, Madame! –mi voz estaba al teléfono, pero mi mente estaba a su lado quitándole la ropa nuevamente.

–¿Y esa rareza? –dice extrañada por mi llamada, eso me indica que su madre no le ha dicho que yo la llamé. Interesante. Un dato muy importante. Una señora muy educada, por nuestra conversación pude notar que es muy inteligente y que ademas sabe ser muy discreta.

–¿Por qué rareza? –pregunto con mis ideas locas pasando por mi cabeza.

–Bueno, todavía no me habías llamado. –dice ella con un tono de molesta. Quiezas como reclamo a mi ausencia telefónica. He sabido mucho que a las mujeres hay que llamarlas por teléfono, para que realmente se sientan segura de que estamos interesados en ellas. Si no lo hacemos, pues solo queremos acostarnos con ellas y listo.

–Yo si la llamé y contestó su madre. –mi voz se escuchó como si me defendiera de la pena de murte que se aproxima.

–¿Es verdad? ¿Qué te dijo? –su curiosidad se hace resaltar ante mi respuesta.

–Nada. Simplemente que estabas en casa de John, por lo del accidente. –le contesté sin preocupación alguna.

–¡Ah! ¿Qué más? –y aún más curiosa por lo que dijo su madre, que ya se y me deja entender que habla mucho de mí en su casa.

–Más nada. ¿Por qué? –pregunto irónicamente haciendome el desentendido.

–Es que ella habla mucho. Pensé que te había dicho algo. –dijo un poco nerviosa, casi entrecortando su voz.

–¿Algo como qué? –ahora insito yo, tratando de sacarle algunas cosas de las que ya imagino.

–Olvídalo. ¿para qué me llamaste? –pregunta curiosa, pero con un tono más agresivo.

–Para saber cómo estaba y darle las gracias yo a usted por lo de anoche. –le dijo cambiando el tema, tal como ella lo sugiere al no contestar.

–Bueno. Me siento bien y de lo de anoche, creo que es mejor no hablar de eso ahora. –eso fue cortante. Como si le molestara lo que sucedió anoche.

–Pero....

–Hablamos luego. –me interrumpe sin dejar que diga nada más.

–¡Ok! Como usted diga, Madame. –no insisto y dejo que su molestia pase al olvido. Tal vez, no kiera seguir involucrándose conmigo. Tal vez, se averguenza de donde vivo y se dio cuenta que no soy como esos ricachones con los que trata. Ahora estoy en un momento en el cual quisiera desaparecerme del mundo. A un lugar tan solo y oscuro, donde nadie pueda molestarme. Donde no vea a nadie observandome. Ahora estoy sintiendo ese apretón en el pecho, ese dolor tan insoportable que me hacia desmayar en la cama de llorar.

–Que pases buenas tardes. –esa voz seca y cortante me hace pensar todo lo peor que pueda existir entre dos personas.

–Que pase buenas tardes, Madame. –contesto casi con lágrimas en la gargante.

¿Por qué me había hablado así? ¿Hice algo malo? ¿Será que se habrá ofendido? ¿Será que no la supe respetar? Ay!!! Cuántas dudas en mi cabeza. Cuántos ¿Por qué? Suena el teléfono y…

–¡Hola Steven! ¿Cómo sigues? -me dice esa voz tan sensual. Una voz que estremece todo el cuerpo de cualquier hombre que imagine quien es.

–Bien, jefa. Gracias. -le contesto, sin alejarme de mis pensamientos. Creo que de esta quedo loco.

–¿Qué te dijo el médico? -insiste en preguntar la voz.

–Nada. Que necesitaba alimentarme un poco mejor y me recetó unos medicamentos de apetito y vitaminas. -distraigo mi atención con relacion a las preguntas que me hacia por lo de Cristal.

–Me alegro de que no sea nada malo. -dice la voz, lanzando un suspiro de alivio.

–Gracias, jefa. -sono algo extraño ese suspiro.

Ella es la Srta. Watson, mi jefa. Una solterona de 38 años y esta padrísima. Un cuerpo de muñeca, pelo largo, negro azabache, unas caderas casi perfectas, cuerpo atlético, con pechos muy bien cuidados, al igual que sus nalgas.

No son hechas, pero las tiene bien firmes por el gym. Una boca no muy grande, pero al pintarlos se ven carnosos. Ojos grandes, color café, de tez india, pero hay de aquel que le diga algo. Lo cancela inmediatamente.

Ella dice que eso trae mala suerte a la empresa, enamorarse en el trabajo. Gracias a DIOS que he sabido alejarme lo más que pueda de ella y ya ven como me trata, pero el respeto hay que ganárselo.

Pasa otro día y me duermo pensando en ¿Por qué me hablaría así? ¿Qué había hecho? No me atrevía a hablarle, no quise llamarla y mejor me dormí temprano para no seguir pensando en eso.

Un Día CualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora