El Reencuentro

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Al llegar a mi casa, me preparé un enorme vaso de jugo y unos sándwiches, aprendidos de mi madre, pero aún no podría borrar de mi mente el nombre de "Cristal", ni su hermoso rostro.

Así me dormí, pensando en ella, preguntándome ¿Cuándo volveré a ver tanta hermosura junta? O mejor dicho ¿Cuándo volveré a ver a Cristal?

Al siguiente día, me lancé de la cama, directo al baño. Me di una ducha bien fría y mientras sentía el agua fría correr por mi cuerpo, me imaginaba los labios encarnecientes y rojizos de ella que besaban los míos.

Esos mismos labios con los cuales había soñado anoche devorando mi cuerpo una y otra vez y esos ojos que mientras más cerca de mí los sentía más temblaba mi piel de emoción.

Un inoportuno reloj despertador me recuerda la reunión con los muchachos. Esos con los que me he estado reuniendo los últimos domingos de cada mes, con la finalidad de recordar viejos tiempos de la primaria.

Los bonches, las escapadas nocturnas. Son tantas cosas que pasan por nuestra cabeza cuando estamos juntos. Tantos recuerdos hermosos, así como malos.

Como la vez que fuimos un grupo de diez jóvenes, cinco hembras y cinco varones, al colegio de noche, tan solo para hacer aventurillas de jugar a la botella. Lo que no recordabamos es que era Viernes, y ese mismo dia los directores y coordinadores de aulas tenían una reunión de fin de año.

Nos colamos a una aula esperando que no nos vieran, pero la psicóloga nos sorprendió a todos casi desnudos por el juego. Que locura. Duramos castigados una semana entera y todo por un reto de las chicas hacia nosotros.

Salí del baño directo a la habitación, en busca de algo que ponerme para esta ocasión, ya que, esta vez nos tocaba ir de campamento. Nos reunimos a las 09:00 a.m. y partimos hacia las costas del norte.

Alegría y mucha diversión se sentía en el autobús, y todo porque nos pudimos reunir nuevamente, todos juntos, sanos y salvos. Ya me había olvidado de "Cristal".

Fue una tarde espectacular. No me había divertido tanto como hoy, pero llegó la noche, matando las sonrisas obtenidas en el día, y al llegar a mi casa, vuelven los recuerdos.

Esos malditos recuerdos que no me dejan tranquilos. Esos mismos recuerdos que me atrofian la vida cada día más y más.  Así me dormí, con una lágrima en la mejilla y un nudo en la garganta que no me dejaba decir una sola palabra.

El siguiente día era lunes, otra vez el despertador me recuerda la hora de ir al trabajo. Al llegar, me doy cuenta de que me falta algo y no adivino lo que es, hasta llegar a la oficina y querer llamar a mi mejor amigo Miguel Ángel.

Un hombre de 25 años de edad, alto, con el pelo ondulado, color café, ojos marrones claros, de buen físico, para contarle lo sucedido el fin de semana. Si, el celular se me había quedado encima de la cama.

¡Que va! El no se contuvo y me llamó a la oficina y al decirle: "Tengo que decirte algo". Corrió desesperado desde su oficina hasta la mía, solo para que le contara.

-¡Dime, dime! ¡Cuéntame! ¡Suéltalo! ¡No me hagas esperar, hombre! -dijo Ángel con una ansiedad por saber y poder vivir a esta ansiedad que lo mataba más por cada segundo que pasaba.

-Este sábado vi el ser más divino y hermoso que haya visto en toda mi vida. -le dije, recostandome en el sillo y mirando el techo de mi oficina. Blanco como la nieve y con los ojos brillosos.

-¿Qué? ¿Volviste a ver a tu enamorada? -preguntó asombrado.

-No creo que sería tan maravilloso volver a verla y sabes por qué. -le dije lanzándole una mirada fulminante.

Un Día CualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora