7. Besos del cielo

348 43 55
                                    

«No quiero pensar más en esa noche en que fui traicionado, herido. Recuerdo cómo dolía, el miedo me devoraba el alma mientras temblaba ansioso por que alguien me rescatara de sus frías y libidinosas manos. Aunque, poco a poco, cedí a la idea de que estaba solo. Mi corazón estaba destruido, mi orgullo... pisoteado como basura.»

Todomatsu abrió sus ojos carentes de ánimo, incorporándose en el futón con dificultad. Había tenido un mal descanso, lo sentía en su espalda adolorida. Se estaba despertando tan tarde que sus hermanos lo dejaron solo en el futón, su mirada estaba fija en la nada, sin apartar sus pensamientos de los malos recuerdos disfrazados como sueños que le fastidiaron la noche. Estaba exhausto, ni siquiera podía centrar su atención en otra cosa para subirse el ánimo.

Entonces, no encontrando remedio, se levantó sin muchas fuerzas, con los sentidos aún dormidos en su mayoría. Observó su smartphone en el piso por un momento y apartó la mirada, esa mañana no tenía ganas de saber o hacer nada.

Incluso cada paso que dio en el pasillo fue un intento de sonreírse a sí mismo. «No pasa nada, sólo sonríe, Todomatsu», trataba de que sus pensamientos lo animaran, pero en su lugar, un nudo en la garganta asfixiaba su débil optimismo.

Al llegar al comedor sin rastro de personas, el ansia se disipó un poco. La mesa ya estaba casi recogida, sobre ella quedaban tres platos emplayados de omurice. Se acercó para leer su nombre escrito con cátsup en uno de ellos y una leve y fugaz sonrisa apareció en su semblante.

—¿Eh? ¿Ichimatsu y Jyushimatsu-niisan tampoco desayunaron?

Así eran las cosas en los últimos días, calmadas en apariencia, pero eran conscientes de que cada vez estaban más distantes y a veces la tensión se podía respirar. En varias ocasiones de esa semana, eran Karamatsu, Ichimatsu o Todomatsu los que faltaban a las horas de comer, y era mucho más raro ver que Jyushimatsu también comenzaba a saltarse el desayuno, pues como deportista, solía tener muy buen apetito.

«Aunque pensándolo bien, Jyushimatsu-niisan se está comportando... diferente.»

—Ichimatsu es un idiota, si sigue así se le van a salir úlceras en el estómago.

* * *

Ichimatsu se encontraba visitando el pequeño refugio en el que los gatos habían comenzado a vivir; hace no muchos días, los llevó ahí sabiendo que ya eran capaces de cuidarse por sí mismos, pero no podía evitar mirarlos con insatisfacción, pues le entristecía pensar en la idea de que alguna vez crecerían más y tendrían que tomar caminos separados. Era una idea que le hacía sentir lamentable.

—Hey, Choromi. Sé buena y cuida de tus hermanos, ¿quieres? —Su voz sonó grave pero dulce al acariciar el mentón de una gatita atigrada que ronroneaba.

«Supongo que soy patético por nombrarla así, pero nadie tiene por qué enterarse», pensó.

Aún después de ser rechazado, su corazón latía impulsado por un leve aire de esperanza cada que pensaba en Choromatsu, era confuso, aún sonreía contra su voluntad a causa de él. Pero también era doloroso. Luego la tristeza se adueñaba de su mirada y él apretaba los labios en una sonrisa resignada que aplastaba toda ilusión.

«También soy muy estúpido...»

Su mirada baja advirtió algo que esperaba, débiles gotas de lluvia se precipitaban en el piso con lentos intervalos, que pronto se volvieron rápidos, la lluvia aumentaba su intensidad.

Ichimatsu emprendió el camino dando largos pasos por la prisa para llegar a casa sin mojarse mucho. Pero poco a poco, su caminar menguó hasta detenerse en su totalidad al sorprenderse así mismo con el hecho de que había comenzado a llorar.

Besos del cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora