9. Rosa marchita, cielo confuso

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Tiempo atrás, cuando pensaba en el futuro, él creía que sólo tenía que dejarse llevar para sobrevivir. No pensar en el pasado, no preocuparse por el futuro. Era más que el ideal de un 'nini', era una resolución para avanzar sin quebrarse. Quizá Choromatsu era el único que parecía no estar de acuerdo con quitar el mañana del pensamiento y sus hermanos fingían que el pasado ya no importaba, pero Todomatsu era quien hacía puños sus manos para no aferrarse a nada y desecharlo todo. Aunque en realidad, era el pasado que se aferraba a él.

Bajo la tenue luz blanca, una expresión derrotada se reflejaba en el espejo frente a Todomatsu, quien la admiraba con pesar. La mirada cansada, las evidentes ojeras, los labios hartos de fingidas emociones, el dolor en su pecho y su cuerpo vacilante; tenía que esconderlo todo. Como todos los días. Era parte de su rutina mirarse al espejo y despreciar sus tristezas con una falsa sonrisa.

Pero el mismo método no funciona por siempre. Los sentimientos que no llegan a ver la luz se pudren en el interior, la podredumbre corrompe el alma y la razón comienza a empañarse. Tal como ese espejo.

Todomatsu había perdido el control y ansiaba con todo su corazón que llegara el día de recuperarlo, pero la situación no favorecía a su deseo. Los tortuosos e imborrables recuerdos que yacían sellados muy dentro de él devoraban su ser con desmesurada violencia. Él extendía sus manos anhelantes en una oscuridad de la que no sabía qué esperar.

Cuando todo aquello sucedió, él luchó solo para salir de su depresión, y aunque parecía que lo había logrado, ahora la ansiedad lo ahogaba y la esperanza se perdía. Esta vez añoraba ser salvado.

-Estoy dando un buen espectáculo, ¿ah? -susurró con ironía-. Conservar la cordura me está costando tanto...

Cerró los ojos dando un fuerte suspiro y evitó volver a mirar al espejo. Mientras lavaba su cara, la sensación del agua fresca llevó sus pensamientos por otra dirección. Una noche atrás, Osomatsu le había obsequiado una rosa roja. «Tengo que cambiarle el agua», se apresuró a pensar, pero el ardor en sus mejillas había llegado antes de que pudiera pensar nada. Mordió avergonzado su labio inferior y se recargó en la puerta. Un segundo después, varios toquidos fuertes resonaron por sus oídos, dándole un susto de muerte.

-¿Estás estreñido, Totty?

-¡Estoy bien, Jyushimatsu-nissan! ¡Sa-salgo en un momento!

Tomó el corrector de ojeras y abrió la puerta encontrándose con la mirada preocupada de Jyushimatsu y su sonrisa imperturbable.

-¿Niisan? -lo llamó riendo con nerviosismo.

-¿De verdad estás bien? Supe que ayer dormiste toda la tarde y Osomatsu-niisan me dijo que te sentías mal.

-Ah. Pero ya estoy bien, no hay de qué preocuparse -le aseguró, sintiéndose culpable de lo que pasó en realidad.

-¡Qué bueno! ¡Entonces vamos a desayunar, Totty!

No pudo negarse, Jyushimatsu ya lo arrastraba por el pasillo. Estaban por entrar a la habitación cuando Jyushimatsu lo soltó para ayudarle a su madre a servir la mesa y él se quedó parado en el umbral, observando con incredulidad a Ichimatsu acariciando con cariño la mejilla de Choromatsu al otro extremo del pasillo. Ambos se percataron de su presencia y de inmediato, los tres apartaron la mirada apenados. Y-ya te la quité, la mancha que tenías, dijo titubeante Ichimatsu, y Choromatsu, como todo un despistado, tardó para responder un gracias.

Todomatsu no entendió la cariñosa escena, sabía que se estaban volviendo cercanos, pero eso era demasiado. Decidió ignorarlos y entró al comedor, donde ya se encontraban Osomatsu y Jyushimatsu sentados.

Besos del cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora