#5: La verdad de Shizuo

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Desde mi confesión, desde que me había sincerado con mis amigos, desde que había vuelto a ser la Kira de siempre, Shizuo no había vuelto a llamarme. No quería saber nada conmigo, no me contestaba al teléfono y evitaba cruzarse conmigo en la calle. Estaba muy cabreado, y aunque tenía motivos para estarlo había algo que no me cuadraba. Los demás también se molestaron, pero no al punto de ignorarme por completo. 

Así pasó una semana. Yo ya estaba trabajando en mi verdadero negocio, un pequeño taller propio en el centro de Ikebukuro, donde me había mudado a un piso en condiciones y más amplio. Si mi coche estaba tan bien diseñado, si era tan rápido y si conseguía tunearlo tan a fondo, era porque mi vocación y talento eran los coches. Apenas abrí el taller, los curiosos se acercaban todo el rato a mirar mis diseños y preguntarme qué podía hacer con sus propios vehículos. Les sorprendía que una mujer tuviese tanta destreza en el tema, cosa que ayudaba a que corriese la voz. Y como mi horario era reducido, siempre tenía gente en el lugar. Estaba allí desde las ocho hasta las dos, y a pesar de ser sólo seis horas me salían bastante rentables. Desde tuneados rápidos a reparaciones, no paraba en ningún momento. Gracias a eso, sacaba mucho dinero. 

- ¿Qué?- le pregunté a Yuma cuando vi que estaba muy recto, amenazante y siseando, delante de la puerta del balcón. Al ser de cristal, tenía una hermosa vista de la ciudad, y un pequeño hueco de dos por uno para salir cuando quisiese a observar mi nuevo hogar.

Por toda respuesta, se encogió de nuevo con rapidez y serpenteó hasta llegar a mi lado, escondiéndose tras mis piernas. Estaba claro: había alguien en el balcón, y muy peligroso si conseguía poner a mi querida cobra de esa manera.

Con cautela, saqué mi navaja del bolsillo de mis jeans, acercándome a la puerta de cristal y abriéndola muy lentamente. Resoplé, aliviada, al comprobar que no era nadie.

- Yuma, aquí no hay nadie...

- ¿Segura?

Sin pensarlo dos veces lancé mi brazo hacia atrás, buscando clavar la navaja en el impostor, pero éste fue más rápido y detuvo mi muñeca en el aire, entrando a la casa y cerrando la puerta a su espalda.

- ¿Vas a matarme a mí también?

- ¡Joder, Shizuo!- grité, asustada-. ¡Podría haberte matado!

- Vacilaste al sostenerla, no me hubieses hecho más que un rasguño impreciso- alzó una ceja, soltándome. 

- ¿Qué haces aquí? ¿No podías llamar a la puerta principal como una persona normal?- guardé el arma, mirando de brazos cruzados al rubio, que sin alterarse se quitó los zapatos y los dejó en la entrada, volviendo como si no hubiese entrado por el balcón.

- Te dije que teníamos que hablar- se colocó las gafas.

- Está bien, siéntate ahí- le señalé el sofá de tres plazas del salón-. Voy a por un café, ¿quieres?

- ¿Café a las ocho de la noche?

- Me encanta el café, suelo tomarlo para calmarme. Y después de que un amigo mío se cuele por la puerta que menos esperaba, sí, voy a tomarme uno- rodé los ojos.

- ¿Es que a ti no te afecta la cafeína?

- El café y las bebidas energéticas me dan sueño- reí por lo bajo. Estaba muy serio, tonterías las justas.

Tras servirme una taza de café, regresé al salón y me senté en el otro extremo del sofá, lejos del rubio. Lo miré, esperando a que hablase. Respiró hondo antes de abrir la boca.

- Me tienes muy cabreado por lo que hiciste.

- Lo sé. Llevas una semana sin hablarme.

- El tiempo que tú no me dirigiste la palabra cuando decidiste dejar de mentir. 

Golpes de electricidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora